i nos atenemos a la selección de películas imprescindibles de Carlos Monsiváis presentes en el ciclo que propone la Cineteca Nacional y que retoman completa y parcialmente el Festival Internacional de Cine de Morelia y el Auditorio Nacional, el autor de A través del espejo: el cine mexicano y su público habría tenido en lo referente a cine nacional como único objeto de estudio y goce la llamada época de oro, de 1936 a 1955. Esto es en parte cierto, pero habría que señalar en qué consiste y sobre qué reposa, según el propio Monsiváis, este gusto y esta predilección empecinada.
En esos años decisivos, afirma el escritor, los mitos y los géneros del cine nacional alcanzaron su apoteosis. Todas las películas fueron de algún modo significativas y contaron con un público atento que supo sorprenderse y compartir los entusiasmos y catarsis que veía en la pantalla, al punto de advertir en el modelo de realidad social y sicológica propuesta en la pantalla, algo muy cercano a la realidad misma.
Ese cine cumplió una tarea informativa y también contribuyó a establecer los reflejos condicionados ante hechos fundamentales como la maternidad, el adulterio, el trato varonil, la pobreza sobrellevada con honradez y la desgracia asumida como pobreza. La pantalla pudo proveer en ese tiempo a la recién hallada identidad nacional con una dotación de gestos y desplazamientos corporales y peculiaridades lingüísticas y repertorios de frases humorísticas o sentimentales.
Ese cine proporcionó también una vasta galería, ya después inigualada, de Primeras y Segundas figuras entrañables para un público masivo (Cantinflas, Tin Tan, Dolores del Río, María Félix, Pedro Armendáriz, Ninón Sevilla, Joaquín, Pardavé, Consuelo Guerrero de Luna, Dolores Camarillo, y un largo etcétera).
Y uno podría preguntarse, ¿acaso basta todo esto para reducir cien años de historia de cine nacional a un puñado de películas y a la obsesión por una época determinada? A la impaciencia de sus críticos y detractores, que desean saber qué interés puede tener hoy el estudio o la frecuentación del cine de aquella época, Monsiváis contesta de manera oportuna y tajante:
“De acuerdo: la historia del cine mexicano ha sido, en buena medida, la acumulación de basura estética, el desperdicio y la voracidad económica, la defensa de los intereses más reaccionarios, la despolitización y el sexismo. Por lo mismo, el examen de esta cinematografía nos familiariza –de un modo u otro– con los procedimientos de la ideología dominante, que han moldeado la cultura popular y han ofrecido a la vez una interpretación del mundo y un catálogo de conductas ‘socialmente adecuadas’. También nos demuestra que, a pesar de todo, en una etapa esa cultura popular manipulada supo describir enriquecedoramente la realidad.”
Lo seleccionado para el ciclo Las imprescindibles de Monsiváis se desprende de los múltiples ensayos y artículos que el escritor dedicó, abrumadoramente, a este periodo y a la importancia que en los listados que él elaboró de sus cintas favoritas reconoce a las películas hoy elegidas. En su opinión, ninguna película sobre la Revolución Mexicana habría de igualar la contundencia narrativa y el filo genuinamente crítico de El compadre Mendoza y ¡Vámonos con Pancho Villa!
La inmensa mayoría de cintas dedicadas a la gesta revolucionaria, habrían sido desde los años 50 hasta nuestros días de centenario, frescos decorativos para una celebración onomástica, películas de encargo, patentes de decadencia artística, o pretexto para el dudoso lucimiento de sus realizadores. Valorar de nuevo las películas de Fernando de Fuentes en pantalla grande, a siete décadas de haber sido filmadas, coloca en su justa dimensión a esos inocuos esfuerzos conmemorativos que el propio Monsiváis calificó de “show de la nacionalidad”.
De las 10 películas más sobresalientes del Indio Fernández filmadas en los años 40, se seleccionaron cinco imprescindibles: Las abandonadas, Salón México, Pueblerina, Enamorada, y esa gran obra tardíamente reconocida, Víctimas del pecado, aunque la lista podía haber incluido también a Flor Silvestre o Bugambilia o María Candelaria, de no ser porque el ciclo habría quedado entonces dedicado ya no a Carlos Monsiváis, sino al propio Emilio Fernández.
Todas estas cintas fueron entrañables para el autor de Amor perdido, y las razones de esa predilección se recogen en los textos del escritor que integran el catálogo que actualmente prepara la Cineteca para acompañar este ciclo. Se seleccionaron además otras dos películas por las que Monsiváis tuvo un apego profundo: Campeón sin corona y Esquina bajan, las dos de Alejandro Galindo, momentos privilegiados de la comedia urbana que contaron con la presencia arrolladora del cómico Fernando Soto Mantequilla.
Nadie habría podido concebir que no se incluyera en el ciclo la que posiblemente sea la cinta más emblemática del cine popular mexicano, Nosotros los pobres, de Ismael Rodríguez, una película muy cercana al universo afectivo del escritor, pero sobre cuya calidad formal no se hizo jamás la menor ilusión, calificándola, como a buena parte del cine de Ismael Rodríguez, de cine enfebrecido y de mal gusto, lacrimógeno, divertido, visceral y sangrante (el naturalismo que se cree neorrealismo), pero un cine al que correspondió el proceso de un acto que, en el filo de la navaja entre la cursilería y el carisma, se volvió una tremenda fuerza social y un consenso de niveles y apetencias sociales
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Para el autor de Pedro Infante, las leyes del querer, Nosotros los pobres fue, sin dudarlo, una cinta imprescindible en su educación sentimental y en su comprensión cabal del gusto popular de una época. Otro tanto puede decirse de Aventurera, de Alberto Gout, cumbre del melodrama y apoteosis de Ninón Sevilla, depósito también de frases memorables de la pluma del escritor y guionista Álvaro Custodio. Por último, El rey del barrio, de Gilberto Martínez Solares, con sus inolvidables secuencias cómicas de Tin Tan al lado de Famie Kaufman Vitola o el desenlace sorprendentemente lírico en el que Germán Valdés le canta a Silvia Pinal la melodía Contigo.
Todas estas películas fueron para Carlos Monsiváis imprescindibles en la medida en que decidieron larguísimas veladas de deleite reiterado frente al televisor o la pantalla plasma, la memorización exhaustiva de muchas de sus frases y ocurrencias, la compilación mental de escenas y momentos extraordinarios, y de la redacción de múltiples artículos y ponencias, proporcionando también un pasto inagotable para la charla con amigos y el despliegue virtuoso de la trivia.
Monsiváis creyó firmemente en la vigencia de este cine y en la necesidad de preservarlo para disfrute y formación de nuevas generaciones. Decir que estamos ante una ocasión única de ver este cine en pantalla grande sería limitar de entrada el propósito central de su exhibición en este ciclo, que no es otro que el de promover un número mayor de ocasiones para disfrutarlo.
La Cineteca Nacional ha dado aquí el primer paso para restituirle a su público una oportunidad por largo tiempo escamoteada, la de tener acceso al patrimonio fílmico resguardado y conocerlo mejor como una manera más de apreciar y comprender los alcances y limitaciones del cine mexicano que hoy se produce.
*Carlos Bonfil, programador invitado de la Cineteca para el ciclo que hoy comienza, leyó este texto durante la presentación del mismo a los medios. Consultar www.cinetecanacional.net/ciclos.php?cic=1367