Falsas discusiones y gold diggers falsas
o hay en México antitaurinos más eficientes que los metidos a taurinos, incluidos aquellos que si no viven de la fiesta de los toros procuran posicionarse en un lugar estratégico que les permita quedar bien con Dios y con el diablo; jugarle al crítico sin pisar callos o hacerle al culto sin comprometerse en los juicios.
No encubramos México debió llamarse la bien intencionada emisión Discutamos México, que por distintos canales se transmite con motivo del bicentenario, con diálogos sobre temas históricos y sociopolíticos de nuestro país, en el que académicos, investigadores, escritores y periodistas se dan a la tarea de discutir y plantear puntos de vista.
Eso en teoría. En la práctica ha sido un desfile más bien tedioso en el que los participantes suelen confundir un estudio de televisión con un salón de clases; y en el peor exhibir esa lamentable tradición verborreica y cautelosa en la que se hace como que se plantean sólidos argumentos para, a la postre, aportar poco o nada al auditorio sobre el tema abordado.
El lunes 23 de agosto a las 20 horas se transmitió por el Canal Once, dentro de la serie Discutamos México un programa dedicado a la fiesta brava en la historia de México, con la participación del ganadero Eduardo Martínez Urquidi, el novelista Francisco Prieto, el cronista Heriberto Murrieta y el escritor Ignacio Solares como moderador.
Con un respeto mal entendido por la tradición taurina del país los participantes se prohibieron el menor cuestionamiento al papelazo de los empresarios adinerados pero insensibles que padece el espectáculo, a la falta de imaginación y estímulos de éstos, a la irresponsabilidad de autoridades y a la indiferencia del público, a la alcahuetería de la crítica y a la histórica correspondencia entre sistema político-social y fiesta de toros.
Además de anécdotas, citas de famosos y lugares comunes, se dijo que hay que criar un toro más bravo, que la fiesta requiere más espacio en los medios, que es un arte y que está muy arraigada en nuestro pueblo. A propósito, no se pierda mañana las declaraciones del matador Jerónimo, con motivo de la reciente prohibición de festejos taurinos en Quito.
Una gold digger, es decir, una cazafortunas, le decían con mal disimulada envidia damitas y no pocos taurinos reaccionarios de la época a la bella Lupe Sino, cuyo verdadero nombre fue Antonia Bronchalo Lopesino, que cometió el sacrilegio de llenar de amor, ternura y erotismo el poco tiempo –50 meses– que compartió con el ídolo del toreo Manuel Rodríguez Manolete, nacido hace 63 años a la inmortalidad, luego que las oscuras circunstancias de su muerte en Linares impidieran la boda fijada para el 18 de octubre de 1947.
Tuve el privilegio de escuchar de don Manuel Santamaría, prestigiado restaurantero mexicano –cuya familia fue propietaria de la famosa Hostería de Santo Domingo, primero, y de La Fonda Santa Anita, después– la siguiente anécdota con respecto a la supuesta gold digger que expoliaba al pundonoroso diestro cordobés:
“Manolete era cliente asiduo de la hostería –contaba emocionado don Manuel– y trabó amistad con mi padre. La segunda temporada que vino a México, la 46-47, acompañado de su novia Lupe Sino, guapa y simpática, ya no quiso contratar un chofer de planta, menos a taurinos que interfirieran en su privacidad, por lo que gustoso me ofrecí a llevar y traer a la pareja por la ciudad cuando las actividades del maestro les permitían hacer vida normal.
“Una tarde que veníamos por el Paseo de la Reforma admiraban desde el coche las bellas residencias que había entonces. Al pasar por la esquina con Río Guadalquivir, Lupe exclamó: ‘¡Mira, qué bonita casa!’ Manolete, enamorado y generoso, le dijo sin dudar: ‘Si te gusta te la compro’. Y Lupe, con una naturalidad que la retrataba, respondió: ‘No, ¿para qué? Mejor vamos por el abrigo de mink que vimos el otro día’, y siguió disfrutando del momento”, concluía don Manuel con los ojos empañados.