Bilbao, seriedad y grandeza
ada país tiene la fiesta que merece? Si en México ocho o diez de los individuos más ricos del planeta no atan ni desatan en materia taurina, resulta estimulante volver los ojos hacia comunidades autónomas imaginativas donde el toro de lidia no se les hace bolas con la falsa modernidad y la corrida sigue siendo ceremonia para medir la grandeza de hombres y bestias, mientras los globalizonzos deciden prohibirla y alardear de un humanismo de pacotilla.
Bilbao es una de las ciudades más importantes de España, capital de Vizcaya y principal núcleo industrial del País Vasco, poseedor de una tradición taurina tan sólida como su laboriosidad, con un factor adicional: la firme convicción de que el respeto irrestricto por el toro con edad y trapío es lo único que sustenta y da sentido a la tauromaquia. Lo demás es cachondeo, por bonito
que pueda resultar el toreo.
Por eso su feria anual es una de las más serias de España –si no la más– en cuanto a presentación del ganado y público torista se refiere, sin el exhibicionismo de cierto sector de Las Ventas, y con una valoración exigente del trapío de las reses y el desempeño macho de sus lidiadores.
Ayer, primera corrida de feria, fue lidiado un imponente encierro de Alcurrucén, encaste Núñez, por Antonio Barrera, Sergio Aguilar y el colombiano Luis Bolívar. Se dice pronto, pero la emoción fue lenta, como todo lo verdaderamente intenso, y el dramatismo se adueñó de la negra arena del coso de Vista Alegre donde la fiereza con menor o mayor estilo de las reses y la entrega con menor o mayor fortuna de los toreros, volvieron a honrar el milenario culto táurico.
Luis Bolívar estuvo enorme con los tres que lidió; desde un quite por saltilleras al segundo de la tarde, hasta la oreja del quinto, pasando por el trasteo tres ces –cabeza, corazón y cojones– al complicado tercero, soberbiamente estoqueado, que apenas mereció salida al tercio, y su importante faena al sexto, al que pinchó una vez. Pero ese mulato trae el toreo en el alma y va a llegar muy lejos.
Sergio Aguilar es pundonor y casta intemporales. Cuando cómodamente podía haberse llevado una oreja por una bella faena derechista, se llevó dos cornadas –muslo y mandíbula– al insistir por el lado que el toro no quería. Son esas hazañas imprácticas que expanden el espíritu de quien las realiza y de quien las contempla, así sea por televisión.