21 de agosto de 2010     Número 35

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Steev Hise

Welcome to rocky point

Adriana Rodríguez Cabo Doria

Puerto Peñasco, “un paraíso en el desierto con vista al mar”, el mega proyecto turístico impulsado por el ex gobernador Eduardo Bours, mejor conocido como Rocky Point, fue fundado en 1927 por la abundancia de la totoaba, un pez endémico del Golfo de California que llega a medir hasta dos metros y al que se le atribuyen propiedades medicinales. Pescadores de diferentes puntos del estado se establecieron en el sitio dando pie al nacimiento del pueblo.

Hacia 1950 el principal producto que se capturaba y comercializaba era el camarón. En 1980 se le conocía ya a esta pesquería como la industria del “oro rosado”. Desde entonces las políticas de fomento a la actividad fueron orientadas hacia las grandes comercializadoras en detrimento de las cooperativas, que carecían de los recursos para el procesamiento y almacenamiento. Se creó en 1958 la comercializadora paraestatal Ocean Garden Products (OGP), que representó para el camarón lo mismo que Conasupo y otras paraestatales para varios productos del campo. OGP tuvo un papel de habilitadora de los pescadores, lo que se traducía en una eficaz herramienta de control político.

Para 1990 los derechos sobre la recolección, producción y distribución del camarón se transfirieron a los inversionistas privados. Carlos Salinas modificó el enfoque del manejo de la industria pesquera, buscando llegar a los mercados extranjeros “para ser más competitivos y eficientes”. El resultado fue la reducción de la intervención directa del gobierno en la pesca y la transferencia de las concesiones de las cooperativas a manos de particulares.

En 1992 el entonces gobernador Manlio Fabio Beltrones, “buscando un cambio en la economía del lugar”, y aprovechando la cercanía de esta playa con Estados Unidos, buscó promoverla como la playa de Arizona. Tucson, Phoenix y Yuma están a sólo 350 kilómetros. Pero la crisis de 1995 obligó a detener el proyecto.

En 2000 las cosas mejoraron para el proyecto turístico; el anuncio de la carretera costera, que acercaría a la población de Arizona y California fue fundamental. También lo fueron el proyecto de un aeropuerto con una inversión de 500 millones de pesos de recursos públicos y la publicidad que se pagó para promover el destino. En 2000 había 20 hoteles y para 2005 eran 50, y hubo un consecuente incremento de la población que llegaba a trabajar en la industria de la construcción, lo que a su vez provocó una mayor demanda de vivienda y servicios que no podía satisfacerse, y los recién llegados se vieron obligados a vivir en condiciones insalubres. La situación aisló paulatinamente al viejo pueblo de pescadores, que quedó subsumido, si no es que francamente desplazado, por la burbuja de la especulación inmobiliaria.

El desarrollo turístico tuvo su impacto también en la agricultura, que con grandes dificultades se había desarrollado con una incipiente tecnificación en el desierto. Para satisfacer la cada vez mayor demanda de agua de los hoteles y las torres de condominios, hubo necesidad de sobre-explotar los mantos acuíferos, lo que trajo como consecuencia el aumento en la salinidad de éstos y la pérdida de terrenos dedicados al agro.

Hacia 2005 se materializó otra política pública: OGP fue privatizada y se cerró completamente el esquema de financiamiento y habilitación para los pequeños pescadores, lo que impuso condiciones todavía más desventajosas en la compra del camarón. La comercializadora se privatizó mediante una licitación muy cuestionada, que ganó el grupo Acuícola Boca, propiedad del entonces gobernador, Eduardo Bours.

La modificación tan drástica en el paisaje ha provocado en Peñasco consecuencias igual de graves para los pescadores. Uno de los ejemplos es el estero La Pinta, que funcionaba como criadero natural de camarones, callo de hacha y caracoles. Dado el crecimiento de la especulación inmobiliaria, resulta que lo están tapando con tierra y ello merma sus importantes funciones y servicios ambientales.

En resumen: la poca agricultura que había se terminó y la pesca ribereña que se da por medio de cooperativas está casi exterminada. Los campesinos y pescadores que sobreviven lo hacen en un ambiente en el que se han privatizado el agua, la tierra, las calles y las playas. Sin embargo, siempre se preocupan por dejar en claro que no están en contra del desarrollo. Simplemente quieren ser incluidos en él como lo que son: pescadores y campesinos.

Especialista en Desarrollo Sustentable por la Universidad de Sonora


Impacto socio-ambiental de la acuacultura


FOTO: Archivo

Milton Gabriel Hernández García

Una de las industrias más agresivas con la naturaleza es sin duda la acuacultura capitalista que se desarrolla a lo largo de miles de kilómetros de litoral de aquellos países que desde el centro del sistema-mundo se les ha denominado “tercermundistas” o “subdesarrollados”. El impacto que genera en las comunidades rurales de pescadores ribereños y en los ecosistemas de los cuales dependen para su reproducción económica ha sido un tema “poco visible” en las agendas de los diferentes gobiernos involucrados.

Sin embargo, entre los pescadores libres, cooperativistas, comunidades y organizaciones sociales de varios países, se han venido desplegando una serie de acciones colectivas que van desde el ámbito jurídico hasta la protesta social y que “amenazan” con fraguarse en un importante movimiento contra el crecimiento espacializado de la acuacultura industrial promovida por el capital.

En México, el estado de Sonora, además de Sinaloa y Nayarit, se han convertido en los principales productores de camarón de granja que se ofrece a menor precio que el capturado en bahías, esteros y mar abierto. Sin embargo, lo que para los empresarios acuicultores es crecimiento y desarrollo, debido sobre todo a la importante demanda de este producto, para el medio ambiente y para los pescadores ribereños equivale a despojo, devastación ambiental y empobrecimiento forzado.

Pescadores ribereños de las comunidades asentadas en la zona litoral de Guaymas y Hermosillo han señalado que en la actualidad lo que más afecta a los ecosistemas costeros es “la invasión de la acuacultura” en los esteros que se encuentran en estos municipios y que la principal afectación es ocasionada por las aguas residuales que son arrojadas al mar por las granjas acuícolas.

Pero ocurre que no sólo los esteros sino “el monte” desértico es avasallado para introducir los inmensos estanques. Esto ha significado la desaparición de más de mil 500 hectáreas de pitaya, biznaga, palo fierro, gobernadora, sahuaro, mezquite, ocotillo, orégano, lechuguilla, choya y maguey, en las comunidades pesqueras de El Choyudo y Estero Tastiota.

La sustitución de los ecosistemas nativos por granjas camaronícolas ha provocado la migración forzada de numerosas especies de fauna hacia zonas habitacionales. Muchas son bienvenidas, pero otras no tanto, pues son insectos o reptiles considerados como fauna nociva en tanto que atacan a los lugareños: serpientes venenosas, ciempiés, “matavenados”, tarántulas y viudas negras.

Señala un pescador ribereño de El Choyudo: “nuestra región se está privatizando, pues los acuacultores y los empresarios del turismo se adueñan de nuestros litorales. Lo que están haciendo es autorizar un ecocidio muy grande, que va a acabar con todos los pescadores, porque 90 por ciento de las personas de las dos comunidades vivimos de la pesca”. Otro de los problemas registrados por los pescadores de Tastiota asociado al deterioro ambiental consiste en que las granjas asentadas en la zona, denominadas Acuícola del Noroeste y Acuícola del Desierto, han bloqueado las pocas corrientes naturales de agua dulce que han alimentado históricamente al estero. Los aportes hídricos que permitían la reproducción de su ecosistema han disminuido paulatinamente.

Pero uno de los efectos más evidentes para los pescadores y sus familias es el azolve del estero que se ha incrementado desde la entrada de las granjas camaronícolas. Los antiguos canales de navegación y zonas profundas, caracterizadas en el pasado por una importante productividad de jaiba, sólo existen ahora en la memoria colectiva. Relata un pescador de la cooperativa Los Corralitos: “existe menos oxígeno en el estero por la descarga de aguas residuales y la jaiba se muere más pronto al sacarla del agua. Antes nos duraba más tiempo viva y por eso teníamos más chance de acomodarla en el mercado; ahora eso ya no se puede, la sacas y de inmediato se muere y si no la vendiste pues se echa a perder o te la pagan más barata. Todo eso es por culpa de los acuícolas que no respetan nada, ninguna ley, no les interesa el ambiente, el estero de donde vivimos los pescadores. Tampoco les interesan las plantas y los animalitos del desierto, los sahuaros, los pitayos, los mezquites, todo desmontan. Y eso ya lo sabemos nosotros, que se aumenta la salinidad de la tierra, se provoca más sequía. Nosotros no vemos mal que se hagan empresas, pero que protejan la naturaleza, no nada más por ella, sino porque de allí dependen más familias. Los pescadores dependen de la naturaleza; si se acaba, se acaba todo. Porque las aguas que tiran al mar vienen con un montón de cal y químicos, hasta esteroides para hacer crecer los camarones y todo eso se va al mar y cómo huele feo. Eso nos afecta a la pesca. Piensan que como todo lo tiran a mar abierto no hay problema, que el mar limpia todo y eso no es cierto. El mar también se cansa”.

INAH/UAM-X/CEDICAR