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Guatemala Milpas en la encrucijada Rolando Duarte y Teresa Coello La Franja Transversal del Norte (FTN), corredor planeado e iniciado por el gobierno militar de Lucas García en la primera mitad de los 80s, atraviesa Guatemala desde el Caribe hasta Chiapas y se ha convertido en un activo para las inversiones en plantas de generación de energía, aprovechando los torrentes de sus numerosos ríos; en un eslabón globalizador de Centroamérica con el Norte, y en una zona de especulación con aquellas tierras mayas de gran diversidad natural. Ahí la milpa, sus creadores y mantenedores enfrentan la encrucijada del tiempo neoliberal cuando apenas se empieza a trazar la ruta de escape de una vida semifeudal en las haciendas cafetaleras. A fines de los 80s las comunidades kekchies y pocomchies presenciaron algo impensable hasta entonces: los terratenientes empezaron a perder y abandonar sus fincas tras la baja del precio internacional del café, la escasa demanda del mercado doméstico y la quiebra económica. Las familias habían vivido de sus milpas expandidas en las montañas dentro del perímetro de alguna hacienda, trabajando como esclavos, pagando con sus vidas el derecho de existir. Así fue desde los orígenes del cultivo durante el liberalismo de fines del siglo XIX hasta hace menos de 20 años. Entonces el abandono del patrón por fin hizo florecer el sueño de una tierra libre y propia. Para quienes conocían la tierra como la palma de sus manos y la habían hecho producir, significaba contar con las montañas y ríos que dan sentido a los mitos y son escenario de los ritos. Sobre todo era la oportunidad de ser dueños, de estar en comunión con la tierra en el trabajo produciendo para sí mismos. Las milpas se veían engalanadas con nuevos cultivos intercalados a los consentidos maíz, frijol, cucurbitáceas y chiles. Se incorporaron cítricos mediterráneos y raíces caribeñas y africanas. Aprovechando el éxodo de los finqueros alemanes, ingleses y criollos, los antiguos mozos, colonos o campesinos acasillados se valieron de distintos medios para convertir el sueño en la otra realidad. Los Acuerdos de Paz de 1996 modificaron el marco institucional y les abrieron la posibilidad de adquirir sus tierras por medio de un fondo de tierras. Como se sabe, ahora esta salida a la demanda agraria no llegó siquiera a ser una reforma, es insuficiente; no es integral, e ignora las necesidades crediticias, de tecnología, producción y mercado. Otra salida fueron las medidas de hecho, las tomas de fincas abandonadas, unas pocas fueron exitosas, otras fueron desalojadas y los campesinos se refugiaron en las poblaciones aledañas. La milpa ha cumplido la función de reserva estratégica para la sobrevivencia cultural y social. En épocas de las haciendas en su modalidad de tumba y quema, o swadish, la milpa cumplió, vigorosa sin necesidad de fertilización química o pesticidas. Más allá de servirle a sus cultivadores, los terrenos ya limpios y preparados abrieron el campo para la plantación del monocultivo cafetalero con sus árboles de sombra. Los trabajadores estaban autorizados a dedicarle a sus milpas los días de descanso (en ocasiones sólo contaban con el domingo) y dos semanas al año, no más. Cada familia debía cultivar aproximadamente una manzana para cubrir sus necesidades y por lo general estaba retirada de sus hogares. Tanto la mano de obra como la utilización de la tierra eran intensivas; se involucraba a toda la familia, y algunas tareas, como la siembra y la preparación de la tierra, se hacían en forma compartida con otras familias. Cuando las haciendas fueron tomadas legítimamente o de hecho, los cultivos de café no se encontraban en condiciones de producción, estaban enmontados, las plantas envejecidas y sin mantenimiento. La milpa sirvió de sostén a la recuperación del café por periodos de tres años o más. Para los desplazados que no tuvieron éxito en su gestión, las pequeñas parcelas de milpa les han permitido sostenerse mientras encuentran la ruta a sus montañas y bosques. La milpa y la lucha. No siempre la milpa se interpreta como campo de resistencia y lucha. Para la visión científica conservadora de la segunda mitad del siglo pasado, la milpa es un multicultivo con plantas nativas que hicieron posible que campesinos pudieran vivir en condiciones paupérrimas en sus parcelas y bajar a cosechar, limpiar y sembrar en las grandes fincas. El valor era de contención del sistema minifundio–latifundio. El Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP) encabezó esta postura . Afirmaba que la milpa permitía a los campesinos cumplir con los requerimientos nutricionales: carbohidratos con el maíz, proteínas con el frijol, vitaminas con los güicoyes y chiles y minerales con la cal utilizada para tortear, y con sólo eso ser capaces de muy alto rendimiento físico. Otras instituciones sustentaron el modelo con generación y transferencia de tecnología, así como con créditos. Su objetivo no era que los pequeños y medianos agricultores pasaran a estados superiores de desarrollo, sino impedir su desaparición y así darle sustento a la estructura agraria dominada por la hacienda agro exportadora. En los 90s estas instituciones dejaron de existir o cayeron en la inoperancia y en paralelo sucumbió la idea sublime de la comunidad campesina autocontenida y endógama de postal. Es la época del neoliberalismo, que se caracteriza en nuestro caso por la producción de hortalizas donde antes había milpa, mayor degradación ambiental, migración trasnacional y especulación por la tierra. La milpa entre las cadenas productivas. Al haber sido doblegado el modelo del desarrollo rural comunitario por uno neoliberal basado en la producción para los mercados urbanos y la expulsión de mano de obra del campo, muchas instituciones le ponen atención a las cadenas productivas en las unidades de mediano a gran tamaño trabajadas y administradas por los antiguos mozos. En el Polochic se justifica en la acumulación de conocimientos y técnicas, la infraestructura construida por los antiguos hacendados y los mercados internacionales. A la milpa se le deja a su propia suerte, como un vestigio del pasado tenderá a desaparecer. ¿Estamos diciéndole adiós a este multicultivo nacido en Mesoamérica y mantenedor de generaciones? Los nuevos modelos de desarrollo impulsados desde agencias internacionales y asumidos por los gobiernos apuestan hacia allá. El escenario es de fortalecimiento de empresas agrarias en monocultivo con mercados especializados, injustos o justos; mitigación de riesgos, y hambrunas con hortalizas y rebaños caseros, mientras crece la demanda de maíz y frijol de importación. La milpa creció cuando fue adoptada como propia por los campesinos ladinos del oriente y su principal producto, el maíz, se convirtió en parte del santoral guatemalteco al que contribuyó Miguel Ángel Asturias en Hombres de maíz, algunas organizaciones importantes han dado por llamar a Guatemala Iximuleu (tierra de maíz). Sin embargo en el Polochic, última frontera en el modelo globalizador de desarrollo, la milpa está siendo empujada a su más mínima expresión. Como resultado se está simplificando en la variedad y calidad de cultivos que la componen. De los tres o cuatro tipos de maíz (amarillo, blanco, negro) sólo perdura el blanco, y sus hermanas, el frijol y las verduras, han sido sacadas de casa por los herbicidas. ¿Resistirá la milpa y sus cultivadores frente al nuevo esquema de desarrollo globalizado? ¿Resurgirá con nuevas expresiones multicolores como la soñaron los campesinos al tomar las tierras? La boca del Polochic está a punto de morderse la cola y la historia tomará un nuevo giro. Antropólogos
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