Exorcizar la estupidez
uando las intenciones de festejar y celebrar fechas históricas chocan brutalmente con una realidad que contradice el remoto triunfo de esas gestas, el sistema social que nos mata de a poquito
recurre entonces a huesos restaurados, desfiles, himnos, discursos y discusiones como objetivas y autorizadas. Es la táctica manirrota de embalsamar y maquillar una historia en esencia traicionada por la inagotable inclinación a mentirnos a nosotros mismos.
¿Seguiremos instalados intemporalmente en la deliberada inmadurez? ¿La mentira es parte de nuestra idiosincrasia? ¿Los que sí pueden no nos permiten que podamos? ¿Nuestro narcisismo nos impide percibir la fetidez que despedimos? ¿Carecemos los mexicanos, como su selección de futbol, de capacidad para trabajar y triunfar en equipo? O, en el disparate más reciente a cargo del cogobierno eclesiástico, ¿cunde el mal en el país por obra del Diablo, no tanto como posesión sino como tentación?
Obsesionados desde siempre con una idea tonta del poder y del progreso, que arrasa con lo que se le oponga, los que se sueñan amos del mundo prefieren inventar demonios y responsabilizarlos de cuanta injusticia y exceso se comete en el planeta. Por ello a religiones y mandatarios les resulta más cómodo mentir que educar, amenazar que convencer, chocar que persuadir, mientras al Diablo le endosan los orígenes del mal y de la maldad, atemorizando de paso a los sencillos, como nos llama la Biblia a los comunes y corrientes.
Y aunque de 10 mil situaciones que parecen posesiones diabólicas sólo una realmente lo es, según el exorcista que descubrió que en nuestro país el demonio anda suelto –¿qué no diría si le toca la guerra de Independencia o la Revolución?–, lo que hay que exorcizar masivamente, desde las más altas jerarquías civiles y religiosas hasta el más humilde de los crédulos, es la estupidez que prevalece en nuestra sociedad, expulsar de cada ciudadano la simpleza y la vulgaridad fomentadas a diario por la otra educación, es decir, la televisión comercial, mientras una ley enérgica acota su manipuladora programación. Amén.
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