e hace costumbre que los gobiernos culpen al cambio climático por los desastres que sufren sus países, cuando en buena parte se debe a la falta de políticas para cuidar el medio ambiente y a la negligencia oficial. Así, en las tres semanas recientes las intensas lluvias inundaron 40 por ciento de Pakistán, causaron 2 mil muertes, más de 20 millones de damnificados y es incuantificable la pérdida de las cosechas de alimentos. Muchos sistemas de comunicación y distribución de agua potable y electricidad quedaron inservibles y se teme la llegada del cólera, el sarampión y la malaria. Es la peor catástrofe natural de la historia de Pakistán. Los ríos crecieron más allá de lo normal e inundaron extensas áreas, pues no tuvieron la capacidad de conducir toda el agua de lluvia por estar azolvados con basura y tierra de la deforestación. Agréguese la falta de programas de desarrollo económico y social y de los asentamientos humanos. Pakistán recibe de Estados Unidos y sus aliados ayuda millonaria, pero no para el desarrollo ni para disminuir la pobreza, sino para combatir al talibán y comprar la voluntad de militares, gobernantes y caciques regionales.
Cuando comenzaron los incendios en Rusia, las autoridades los atribuyeron al cambio climático. Cierto: este verano se juntó la peor sequía registrada en los últimos 50 años con las más altas temperaturas de los pasados 130. Pero estos dos factores no son los únicos culpables de los más de mil incendios forestales que acabaron con casi un millón de hectáreas cubiertas de árboles y destruyeron numerosos pueblos y aldeas rurales. Las víctimas mortales suman más de 100, mientras el humo contaminante quintuplicó el nivel de partículas nocivas en amplias regiones, incluyendo la ciudad de Moscú, donde el número de decesos aumentó en comparación con años anteriores, especialmente entre la población adulta, debido a la extrema contaminación del aire. El fuego también arrasó amplias áreas sembradas de trigo, maíz, centeno y cebada, por lo que el gobierno prohibió este año la exportación de granos. La medida desató la especulación en el mercado internacional, ya que Rusia es el tercer productor mundial de trigo.
En el colmo de la desidia, quedaron hechas ceniza costosas instalaciones de la marina ubicadas cerca de la capital. Es que no hubo personal suficiente para controlar el fuego al estar ocupado en salvar las lujosas villas de los nuevos potentados. Todavía existe el temor de que las llamas lleguen a otras instalaciones militares, a los depósitos nucleares y a las bases de lanzamiento de misiles. Las autoridades reconocen que los incendios también están presentes en la región de Bryansk, de las más afectadas por la radiación que produjo el accidente en la central nuclear de Chernóbil.
Mientras baja la contaminación y se controlan los incendios, aumentan los datos que muestran la errática política del gobierno ruso en el campo forestal que comenzó con el desmantelamiento del sistema de vigilancia y protección de las áreas boscosas en aras de una política de privatización. Se agrega la carencia de sistemas de prevención de desastres y las fallas del aparato burocrático.
Destaca al respecto la insensibilidad y la tardía respuesta de los altos dirigentes de ese país: desde el presidente Dmitri Medvédev y el jefe de gobierno Vladimir Putin, hasta el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, que sólo interrumpió sus vacaciones en el mar cuando el descontento popular iba de la mano con el intenso calor y el humo que cubría la capital del país. Su jefe de prensa dijo que no era indispensable la presencia de Luzhkov porque en nada influiría para acabar con los incendios.
Las lluvias también causan muerte y destrucción en China e India. Por el cambio climático, se repite. Si ése es el motivo debería ser otra la actitud de los gobiernos de esos y otros países, pues a la hora de aprobar medidas para luchar contra dicho cambio y disminuir sus efectos nocivos se muestran reacios a apoyarlas. En México llueve intensamente y se desbordan los ríos, hay inundaciones en las ciudades y el campo. El año pasado las autoridades ambientales aseguraron que tendríamos un año de sequía. La naturaleza dijo lo contrario.