Pecar como dios manda documenta la vida erótica cotidiana de los pueblos originarios
eran cachondos, voluptuosos; no se andaban con tapujos
Ejercían su sexualidad con singular alegría
, dice el autor del libro, Eugenio Aguirre
Lunes 16 de agosto de 2010, p. 9
¿Cómo era la sexualidad y el erotismo entre los pueblos mesoamericanos? Eugenio Aguirre responde esta pregunta en su libro más reciente, Pecar como dios manda, donde explora y expone con lenguaje accesible a los no iniciados, uno de los aspectos menos difundidos de las culturas originarias.
Desde una perspectiva contemporánea –dice el autor en entrevista– se puede calificar a los habitantes de Mesoamérica como luminosos, voluptuosos, desparpajados, cachondos, nada frugales en su expresión sexual, la cual ejercitaban con singular alegría, no se andaban con tapujos; había un intercambio sexual muy intenso en esas sociedades
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–Por decirlo de manera prosaica, ¿cómo cogían?
–Pues con mucho gusto, eran muy buenos amantes, habían desarrollado técnicas amatorias sutiles, pringadas de poesía y de un placer sensorial muy fuerte, sobre todo las culturas que no estaban sometidas a regímenes muy restrictivos, como los aztecas, y que eran muy sueltas en su ejercicio sexual; buscaban espacios propicios y atractivos, como el campo o la riviera de los ríos.
–La vida sexual cotidiana, ¿no estaba necesariamente asociada con prácticas rituales o determinada por éstas?
–No; por ejemplo, entre los mayas bastaba con que un hombre y una mujer comieran juntos para que se diera por sentado que ya estaban ayuntados y que podían llegar al matrimonio. Entre los mexicas, los hombres podían tener concubinas sin restricción; también doy una descripción pormenorizada de la cotidianidad sexual en las culturas maya, zapoteca y mixteca, donde reflejo cómo se vinculaban amorosa y sexualmente los integrantes de los distintos estratos sexuales, cuáles eran sus permisividades y cuáles las conductas que estaban reprimidas porque podían considerarse transgresiones y pecados respecto de su propia cosmogonía.
Eran bastante claros y rigurosos en el castigo a las trasgresiones; a las mujeres les pedían que no se maquillaran, que no masticaran chicle; en las ceremonias de petición no se entregaba a la mujer a la primera de cambio; el adulterio era de lo más castigado, también la violación, el incesto, la masturbación, la sodomía y el bestialismo, entre otras conductas.
Sin embargo, aunque el adulterio era lo más perseguido, se practicaba constantemente y muchas veces con la aquiescencia del marido; en el trasfondo social había este juego de doble moral, además de que tenían el privilegio de la confesión, que no es un atributo exclusivo de la religión católica: las religiones prehispánicas también la practicaban, tenían una deidad, Tlazotéotl, que era la comedora de inmundicias, es decir, la que tomaba conocimiento de los pecados, que una vez confesados quedaban perdonados
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–¿Manejaban el concepto de pecado en esas culturas?
–La palabra pecado, no, pero el concepto de transgresión sí, que era equiparable al concepto de delito y de pecado, y se reprimían.
–¿Dónde documentó todos estos detalles?
–Consulté cerca de 87 fuentes, entre libros, ensayos en revistas especializadas, artículos y documentos de archivo. Fui muy cuidadoso a la hora de citar las fuentes, para que no hubiera confusión del lector y para respetar a todos los autores. Muchas de las fuentes son antropológicas, publicadas en revistas como Arqueología mexicana o en los anales del Instituto Nacional de Antropología e Historia; otras son libros publicados por la Universidad Nacional Autónoma de México, el Fondo de Cultura Económica y el Colegio de México, de autores como Miguel León-Portilla, Alfredo López Austin, Noemí Quezada; otra información es del Archivo General de la Nación. Lo que hago con todo eso es darle un tratamiento literario en cuanto a redacción, en la forma de contar, para hacerlo accesible al lector; y me di pequeñas licencias para darle un sabor erótico-hedonista.
Pecar como dios manda –publicado por Editorial Planeta– es el primero de tres tomos sobre la historia sexual de los mexicanos
. Este primer volumen está dividido en dos partes: México prehispánico, la más extensa, donde aborda la sexualidad entre los nahuas, los mayas, los mixtecas y los zapotecas, y Conquista e Inicio de la Colonia.
–¿Se ejercía igual la sexualidad entre los distintos pueblos prehispánicos?
–Los huastecos eran terriblemente impúdicos; por ejemplo, se sobreponían unos falos gigantescos y hacían ostentación de ellos; los otomies eran de una actividad sexual impresionante: decían que un varón tenía que ser capaz de tener entre siete y 10 eyaculaciones continuas y una mujer debía ser capaz de aceptar entre siete y 10 cópulas; quienes tenían menos de cinco cópulas continuas eran mal vistos; los aztecas no eran permisivos con la desnudez, en cambio los pueblos del Golfo hacían ostentación de la genitalidad, la cual era propiciatoria de escarceos sexuales.
–¿Qué cambió con la llegada de los españoles?
–Pues empezaron a imponer las normas de la religión católica, promovían la monogamia, el coito sólo con fines de procreación y pretendieron inhibir el placer de la carne, el regodeo del sexo; empezaron a soterrar y esconder la sexualidad, pero de todos modos se siguieron transgrediendo las normas y cogiendo como se les daba la gana, simplemente se volvieron más discretos, para no tener problemas.