Sonetos de circunstancia
stoy cansado de tratar con locos,
loco yo mismo, claro que lo sé,
para qué me hago el loco siendo que
lo que quiero es razón. Dame de cocos,
amigo, y fuerte, mocos, mocos, mocos,
para ver si despierto donde quiero,
en cierta lucidez que tuve, espero,
alguna vez… Se encienden, y no pocos,
focos rojos doquiera que camino
o que voy arrastrando mis despojos.
En pro de sensatez, guay, desatino.
Sácame, güey, caray, del manicomio
a donde me arrojaron mis arrojos.
Siente los piojos de este reconcomio.
***
Nada que hacer, con locos no se puede,
lo intenté, pero no. Pensé podría
ilusamente, mas llegado el día
ha en que ese pensamiento por fin cede.
Yo ya hice mi labor y ahí que quede,
no hay para qué esforzarse en demasía,
y de más me esforcé. Tanta porfía
cómo no sé, caray, hoy desenrede.
Pero algo habrá a mi alcance que decida
mi voz entre el enredo de esas voces
que, cierto, me tomaron la medida.
Y yo que me dejé. Y así la vida
por supuesto no es. No te destroces
por los que te destrozan. Dios te cuida.
***
¿Oyes tu voz oyendo que te oyes?
Quizás estás llegando a lo que buscas.
Oye lo que te digo, no te enrolles;
todo es cuestión de oír. Nada deduzcas,
ni trates de pensar. ¿Pensar? Se piensa
sin ponerse a pensar; no pues te pongas
a hacerlo: oye nomás, y no compongas
como los sordos hacen, sinvergüenza.
Oír es pertinente si tu voz
es el habla que te habla y que te atiende,
que el son lleva al decir –uno y no dos
son ambos elementos–, ¿si se entiende?,
y la palabra nace de lo oído
que la voz ha de sí… ¿Y aún oyes ruido?