n uno de los asados que solía organizar en mi casa de Tizapán con chilenos, uruguayos, argentinos y mexicanos, me presentaron a un personaje con facha de profesor de algo y poco mayor que el resto de los invitados. Me pusieron al tanto:
–El Púas lo hospedó en su casa. Le dicen Alfredito, es doctor, y sabe un chingo de teoría revolucionaria. Acaba de llegar de Cuba.
Algunos de los invitados eran jóvenes militantes de paso (cuadros
, según la jerga de la época), y otros habían estado en prisión y conocido el sufrimiento sin cuentos. De modo que la ley no escrita era dejar que las horas transcurrieran en el aquí y ahora del goce camarada. Pero aquel día, las cosas no salieron bien.
Todo empezó cuando el tal Alfredito se acercó a la parrilla que tenía en el patio trasero de la casa, y empezó a darme instrucciones acerca de cómo encender el fuego, esparcir las brasas, salar la carne, acomodar los chorizos. Suspendí la tarea y, como buen anfitrión, le serví una copa de vino.
Con aires de catador, Alfredito chasqueó la lengua y dijo:
–Podría estar mejor.
Acepté que el Santo Tomás era tan flojo como nuestros bolsillos, y devolví el cumplido:
¿En Cuba tomó buen vino, doctor?
Sin advertir el dardo, Alfredito explicó: Los cubanos toman ron
.
–¡Ah!... no me diga. –En eso apareció mi mujer trayendo una fuente, y la miré con ojos de llévatelo de aquí
.
No habrían transcurrido 20 minutos, cuando El Rolo vino a comentarme que el doctor no paraba de hablar.
–Bueno… que se jodan. Yo no lo invité. ¿Cuál es el problema?
–El problema es que El Negro Hugo ya está pedo.
Dejé el asado a cargo de Rolo, y me fui aproximando a la mesa en la que Alfredito, más que una conversación, daba un discurso. El Negro Hugo que, en efecto, estaba pedo, exclamó:
“¡A ver... doctor!... Si usted dice que en Cuba no hay socialismo… ¿qué carajos hay?”
–No, no… dije que aún
no hay socialismo, el socialismo verdadero. Recordemos que en el Movimiento 26 de julio los comunistas eran pocos. Casi todos pertenecían a la clase media, y carecían de un programa revolucionario.
–¡Menos mal! –profirió El Negro. Y soltó una carcajada.
Advirtiendo que la temperatura subía, traté de desviar la plática:
¿Cómo te gusta la carne, Hugo?
–Medio cruda. Pero quién sabe… no vaya a ser que me coma crudo al invitado.
–Calma, Negro… que Alfredito ha recorrido más que nosotros.
El doctor dijo que no quería arruinar el convivio, pero siguió con lo suyo:
Miren, muchachos. Hay que defender a la revolución cubana pero guardando distancia crítica. No idealicemos. La cubana no fue una revolución radical y profunda para cambiar el sistema. Las decisiones que toma el partido son verticales, estalinistas, y una revolución verdadera no puede excluir la democracia plena, autogestionaria. ¡La burocracia es el cáncer de las revoluciones!
Incontenible, El Negro espetó: “explíqueme usted, que ha leído mucho… ¿cuántos metros de profundidad se requieren para hacer una revolución radical?” Y de pronto, la hecatombe. ¡Se quema la carne!
, gritó La Cuqui. Ni cuenta me di que Rolo había abandonado la parrilla:
–Perdón, flaco… es que la conversa estaba súper interesante.
Filosóficamente, El Negro lo defendió:
“No es tu culpa, Rolo. La culpa es de los teóricos revolucionarios. Y quiero agregar que mi pedo no es con la teoría, sino cómo evitar que en la práctica nos caguemos de hambre”.
No todo salió mal. Algunos chorizos y trozos de carne se salvaron del incendio. Alfredito y El Negro se tranquilizaron y, a los postres, Juanca tomó la guitarra y entonó Los hermanos, de Atahualpa, cambiando el sujeto del primer verso:
“Cuba tiene tantos hermanos / que no los puede contar/ en el valle, la montaña / en la pampa y en el mar /…Cada cual con sus trabajos / con sus sueños cada cual / con la esperanza delante / con los recuerdos, detrás…”
Pasada la medianoche, desvelado, tomé de la biblioteca el libro de Karel Kosik Dialéctica de lo concreto. Leo: En el marxismo no hay contradicción entre historia y vida cotidiana. Todos los fenómenos humanos son igualmente históricos
.
Excelente, pensé. Pero en esta etapa de la historia que vivimos, me dije, muchos creen que todo puede interpretarse a partir de la historia cotidiana y el myself. ¿Y lo inauténtico, lo irracional de la vida cotidiana y tantas cosas que nos alejan del ser y de toda valoración crítica para sobrevivir como se pueda y al costo que sea?
Para algunos, crítica es igual a subjetivismo. Y para otros, confrontación de la cosa con su propio concepto. En los argumentos de Alfredito había algo de cierto, mas no podía entender al Negro Hugo que, sin ser teórico, hablaba desde su propia experiencia revolucionaria. Y cuando un teórico no ve las cosas con lo que ellas quieren significar, no sólo las verá en forma superficial, sino, además, falsa.
Al despedirse, El Negro Hugo abrazó a Alfredito, diciéndole:
“Mire, doctor… en este gremio, los pensadores no abundan. ¿A qué atribuye usted que en las izquierdas, todos creen tener un sistema propio?”