l iniciarse el periodo vacacional en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) –que concluyó apenas ayer–, comenzó a circular el número de julio de la revista Letras Libres, cuya portada está dedicada a esa institución. El ejemplar incluye, bajo el rubro de Reflexiones críticas
, los textos de cuatro destacados intelectuales mexicanos: Javier Garciadiego, Enrique Krauze, Guillermo Sheridan y Gabriel Zaid. Los dos primeros abordan distintos aspectos de la historia de la educación en México en la que, desde luego, desempeña un papel importante la Universidad Nacional, y los dos últimos entran de lleno a la crítica sobre la vida de la más importante institución de educación superior e investigación en el país. Yo me voy a referir aquí a uno de los temas abordados por Sheridan, en una modalidad extraña de entrevista-monólogo que aparece publicada con su firma.
Sheridan conoce bien la UNAM, pero en este caso la examina con poca seriedad, dibujando una caricatura. Dirige sus críticas sólo a una parte de ella, además de recurrir a algunos lugares comunes en los que muchos podríamos coincdir: las prácticas sindicales, la nociva burocracia o los territorios ocupados. Pero no quiero desviarme del tema que realmente me interesa, el de las patentes, pues el texto al que me refiero tiene el mérito de conducirnos a una reflexión más amplia sobre el papel de las universidades en el desarrollo de tecnología.
La derecha que abomina de las universidades públicas (no me refiero en este caso a Sheridan) piensa que el bajo número de patentes que éstas registran es una debilidad que hay que explotar. Por eso el licenciado Gustavo Madero, líder del Partido Acción Nacional en el Senado, se refirió antes que Letras Libres a este punto. Sheridan hace segunda y cantinflea. Primero al señalar que una universidad privada, el Tecnológico de Monterrey (ITESM), logró 14 patentes más que la UNAM en 2008, ¿y? Luego, para criticar lo que según él es el discurso oficial de la UNAM: “… la educación superior es garante de la futura independencia tecnológica del país y, por tanto, debe tener más presupuesto”. Aquí le hace falta una referencia: ¿Quién, cuándo y dónde se ha dicho esto? ¿Acaso, lo establece la Ley Orgánica? Él cita a dirigentes sindicales, estudiantiles y a algunos expertos en educación para apoyar algunas de sus críticas. Pero en este punto habla sin ningún sustento. Sería muy bueno que nos dijera de dónde lo sacó.
Lo que se ha dicho muchas veces, y se seguirá diciendo, es que se requieren mayores recursos para la investigación científica y tecnológica a escala nacional para enfrentar la dependencia tecnológica y esto incluye a las instituciones públicas y privadas. Esto lo sostiene no sólo la UNAM, sino las organizaciones científicas de carácter nacional como la Academia Mexicana de Ciencias. Las universidades públicas representan una proporción importante de la investigación que se realiza en el país, actividad que se ha desarrollado a contracorriente y como bien dice Sheridan, en áreas científicas y humanísticas que no son necesariamente patentables –aunque potencialmente muchas lo son.
Sólo desde una visión muy primitiva acerca del desarrollo tecnológico (como la de Madero), se puede pensar que las universidades, públicas o privadas están obligadas a registrar patentes para invitar luego a las empresas a beneficiarse de ellas. El mecanismo es exactamente el inverso, al menos es lo que indica la experiencia mundial.
¿Cómo explicar el escaso desarrollo de tecnología endógena? Los propios datos que consiguió Sheridan para su texto son reveladores. Resulta alarmante que 89 por ciento de las patentes en México sean registradas por extranjeros. Surgen algunas preguntas: ¿Por qué el ITESM, que es un modelo de institución de educación superior privada, creado bajo los auspicios y filosofía de las empresas, registra tan sólo 1.4 por ciento del total en 2008? ¿No nos debería hacer pensar este dato, que no se trata de un problema de las instituciones educativas, sino de algo distinto?
A diferencia de lo que ocurre en otros países en los que las empresas son las principales promotoras de la investigación y el desarrollo y por tanto de la generación de patentes, en México esto no ocurre. Aquí contamos con algunos de los hombres más acaudalados del planeta, sin invertir en ciencia y tecnología. No hay gasto suficiente ni siquiera en las instituciones privadas como el ITESM, que debería ser ejemplo del dinamismo innovador de los empresarios nacionales. Han transcurrido ya 40 años desde que se fundó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y el discurso oficial, por reiterativo, resulta cada vez más aburrido: los inútiles llamados al sector privado a invertir en ciencia y tecnología aderezados con estímulos fiscales y hasta mecanismos abusivos de subsidio… que no se traducen en nuevas patentes.
El PAN con sus críticas a la UNAM (a las que ahora se suma la revista Letras Libres) no representa a una derecha moderna, pues no es capaz de poner al país a tono con las tendencias actuales de desarrollo económico a nivel mundial, y no me refiero a las naciones más industrializadas, sino a países emergentes como Brasil, China, India o Rusia. El escaso número de patentes registradas por las universidades (públicas y privadas) es, en mi opinión, un reflejo fiel del nivel de atraso de los empresarios del país, y no una falla de estas instituciones.