rácticamente ningún aspecto de la vida se sustrae a la moda
. Este fenómeno obedece a diversas causas, pero generalmente tiene que ver con el estatus o posición. Muchas personas piensan que si están vestidas con lo que está en boga –sin importar si les favorece o no– van a ser aceptadas socialmente, pueden conseguir mejor empleo, pareja, negocios, etcétera.
Esto se traslada a la arquitectura y al urbanismo y aunado a la voracidad comercial, ha sido causante de la destrucción de magníficas construcciones y de la alteración, a veces brutal, de la imagen urbana. Sitios como el Centro Histórico y colonias como San Rafael, Santa María y la Roma, son ejemplo de ello.
A fines del siglo XVIII destruimos bellezas barrocas para ponernos a la moda del neoclásico, mismas que mutilamos en el XIX para hacernos franceses, con casas con mansardas para la nieve y en el XX, a éstas se las llevó la picota para edificar espantajos modernistas
. Afortunadamente ahora tenemos al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), los que se supone que protegen el patrimonio, aunque no siempre lo logran, ya que los propietarios utilizan infinidad de triquiñuelas y la corrupción hace su parte.
Esto lo estamos viendo hoy en Polanco, colonia que se creó en la década de los 40 del siglo XX y que entre otras cosas, se caracterizó por una peculiar arquitectura llamada por algunos colonial californiano
y por otros, neobarroco. El resultado son unas mansiones ornamentadas con adornos de cantera abigarradamente labrada, garigoleada herrería, techos de teja y adornos de azulejos, considerados por muchos unas aberraciones arquitectónicas. Sin embargo, al paso del tiempo se han ganado su lugar como sello de identidad del añejo barrio, representativo de una época de México y supuestamente están protegidas por el INBA.
Muchas de ellas han sido convertidas en restaurantes y boutiques, pero ahora se les ha autorizado a que alberguen una diversidad de negocios que incluyen antros, lo que tiene sumamente preocupados a los vecinos, que han visto como la zona se ha ido transformando en una Zona Rosa, sitio representativo de lo que la desmedida explotación comercial puede hacer para degradar una colonia, como la Juárez, que fue de las más bellas de la ciudad.
Desde hace varios años el tránsito y la carencia de estacionamientos se ha tornado en uno de los problemas más severos de la colonia, y este tipo de decisiones obviamente lo va a empeorar. A esto se suma el impresionante desarrollo inmobiliario que se está llevando a cabo a un lado de Polanco, en donde fue la zona fabril y que ahora se explota como el nuevo Polanco y en donde sin ninguna restricción se construyen infinidad de altas torres con departamentos y oficinas y un complejo comercial con dos museos y tiendas departamentales.
Mientras todavía se pueda accesar al viejo Polanco, vamos a darnos un paseo por su hermoso Parque de los Espejos, recordando que la colonia fue obra de José G. de la Lama y Raúl Basurto, visionarios fraccionadores que ya habían desarrollado exitosamente la colonia Hipódromo. El famoso parque se distingue por los espejos de agua que lo bautizan. Tiene un teatro al aire libre, una jaula con pájaros y una torre con un reloj. Conserva las bancas y los letreros originales en estilo art-decó-polanqueño. Recientemente le hicieron una remodelación
, que lo único que dejó fueron unos horrendos mogotes de cemento en las calzadas, cuyo fin es un misterio.
En sus alrededores han surgido infinidad de restaurantes de todo tipo y para todo presupuesto. Hay franceses, españoles, argentinos, italianos, de mariscos, portugueses, un mexicano buenísimo, que es el Bajío, hijo del famoso de Azcapotzalco, ambos de la querida Carmen Ramírez Degollado, Titita, varias taquerías, cafetines y hasta una nevería. La famosa Roxy de la Condesa ya tiene aquí un exitoso vástago, con aire sesentón.