Chiapas
Semillas con corazón en la selva lacandona
Rodrigo Megchún Rivera
Don Mario, un tzeltal
que habita en la
Selva Lacandona,
sostiene un grano
de maíz entre sus dedos para explicar que cada
semilla “tiene corazón” y en ese corazón radica
su capacidad para multiplicarse incansablemente,
mientras el trabajo de los hombres y las
mujeres que lo cultivan y –desde su perspectiva–
de las entidades que lo sustentan (la lluvia,
los rayos, el panteón divino) lo permitan.
Más aún, una narración del origen del maíz,
reproducida por estos tzeltales, establece que
fue un solo grano el que “Dios regaló a los
hombres”, mismo que al ser sembrado dio nacimiento
a una mazorca. Al sembrar ésta, fue
alumbrada una milpa primigenia, de la cual
provienen todas las semillas de maíz que han
existido en el mundo a lo largo de infinitos ciclos.
Tal es parte del proceso de reproducción
del maíz reconocido y celebrado por los sujetos
que forman parte de esta cultura, y sólo
uno de los palpitantes valores culturales que
germinan en el ámbito de la milpa tzeltal.
En efecto, para esta población, como para tantos
otros grupos étnicos y campesinos, la milpa no
es sólo un espacio de producción alimentaria o
económica, sino además de reproducción sociocultural:
surcado por valores, cosmovisiones,
saberes e identidades. Así nos los muestra la historia
relativamente reciente de esta población.
En el caso de los tzeltales que colonizaron
la Lacandona (a partir de los años 30s y 40s
del siglo pasado), la posibilidad de hacer milpas
en sus propias tierras generó cierto margen
de independencia para los miembros del
grupo. Antes de poblar la región, la mayoría
de estos tzeltales hacía sus milpas en tierras
que no les pertenecían (en las fincas), por lo
que sólo recibían una parte de lo producido.
Posteriormente, el reparto agrario estatal quiso
que esta población se asentara en la selva:
un entorno sin gran vocación agrícola, a partir
de la insospechada fragilidad de su suelo. A
pesar de ello, el grupo buscó reproducir ahí su
universo cultural: el acto fundacional de las
comunidades de la selva fue hacer una milpa.
En la mayoría de los casos, pequeños grupos
de hombres, padres de familia, localizaron
aquellos sitios en los que fuera posible cultivar
y establecerse. Entonces, desmontaron la selva
y sembraron maíz, frijol y calabaza, entre
otros alimentos que componen la milpa. Con
celo, cuidaron sus plantaciones de la invasión
de plantas silvestres, hasta que la ecuación
de su esfuerzo y –desde su perspectiva— la
gracia de la Santa Madre Tierra brindó frutos.
Los primeros xilotes fueron la inequívoca
señal de que la búsqueda de un espacio en el
cual reproducir su universo había terminado.
Entonces pudo llegar el resto de la familia. De
esta manera, la milpa representa la base de la
autorreproducción grupal, a la que posteriormente
se añadieron otras actividades (el cultivo
comercial del café, la ganadería y la migración).
Asimismo, la milpa es cultura en cuanto representa
un elemento central de modificación del
entorno. Vaya, si planteamos “lo natural” como
aquello al margen de la actividad humana, para
esta población la milpa representa la principal
actividad que los vincula con el entorno.
En este muy general recuento de las milpas
tzeltales de la Lacandona cabe señalar que el
impulso que el gobierno en sus distintos niveles
ha dado a los cultivos transgénicos es actualmente
interpretado por los pobladores de
la región como un regreso a la dependencia
de las fincas. Es la experiencia histórica del
grupo la que les permite interpretar y calificar
el suceso. Desde la perspectiva de esta población,
en términos de la independencia grupal,
de nada valdrá el haber obtenido la tierra, si
las semillas deberán comprarse en cada ciclo
(contrario a su naturaleza de reproducción infinita).
A decir de los sujetos, por esa vía vendrá
la futura sujeción, tan semejante a la pasada.
De cara a ello, la totalidad de indígenas
campesinos locales han acordado, más allá de
su pertenencia política, no aceptar el maíz
transgénico; para preservar, no sólo sus milpas,
sino también su universo. De cualquier
forma, como señalan, la amenaza sigue latente,
pues, ante la necesidad económica, es fácil
presionar a algunos grupos, y con ello afectar
al conjunto de la población.
Como se hecha de ver en esta pequeña narración
(en frase que es lugar común entre algunos
grupos religiosos), la milpa no es un sustantivo,
sino un verbo: se hacen milpas y con
ello, caminos. La milpa debe cuidarse de las
plagas que amenazan a ese espacio y a quienes
lo sustentan. La milpa implica el trabajo
decidido de los hombres y mujeres, pues es
también un modo de preservar culturas.
Antropólogo, investigador del proyecto Las Regiones
Indígenas de México al Nuevo Milenio del INAH
FOTO: Carl E. Lewis |
Chiapas
Maíz criollo en red
Emanuel Gómez
La milpa es la base
material, cultural y
agroecológica que
permite la reproducción
social campesina, la soberanía alimentaria
y la construcción de alternativas
locales a la crisis climática. Así se resume el
planteamiento político de los productores de
maíz para autoconsumo de Chiapas y muchas
otras regiones de Mesoamérica.
Sembrar la triada mesoamericana en un
mismo terreno, maíz-frijol-calabaza, se hace
a contracorriente de los agroquímicos, fertilizantes
y semillas híbridas de la revolución
verde, paradigma tecnológico neoliberal que
los centros de investigación agrícola y las
instituciones de desarrollo rural repiten cual
dogma de fe desde hace 40 años.
La práctica milpera sigue siendo la acción
más importante de miles de familias de escasos
recursos que, al seleccionar las semillas
de maíz según su tamaño, color, raza o
dureza, reafirman su arraigo a la tierra y dan
vigencia a los conocimientos heredados por
padres y abuelos.
La producción de milpa es diversa y no aplican
fórmulas de trabajo; por ejemplo, en una
misma comunidad como Emiliano Zapata,
Yajalón, en los límites de Los Altos con la Selva
Tzeltal-Chol, hay dos sistemas milpa: en la
parte alta se siembra maíz con frijol y en la
baja sólo frijol. Esto es por los tipos de suelos,
por lo que podemos afirmar que la milpa es
una serie de agroecosistemas creados por el
ser humano tras siglos de adaptación.
Para los milperos tradicionales, el legado
más importante son las semillas nativas, criollas
o autóctonas, más valioso incluso que la
tierra, aunque hablamos de un valor intangible
y no comercial. Es el caso de los descendientes
de los pueblos mam, quienes salieron
de Guatemala hace 150 años para internarse
a México; dejaron sus tierras, pero no sus semillas.
Un puñado de ellas en la bolsa fue
suficiente para reproducir variedades que el
banco de germoplasma del Instituto Nacional
de Investigaciones Forestales, Agrícolas y
Pecuarias (INIFAP) en Tuxtla Gutiérrez no
tiene registradas, como el maíz jarocho.
El debate está abierto: Néstor Espinosa, del
INIFAP, afirma que en el ámbito internacional
se han presentado estudios que comparan
la resistencia y productividad de las
semillas nativas con las híbridas o mejoradas
patentadas por laboratorios. En tiempos
de estabilidad climática, como fue hace 40
años, cuando empezó la revolución verde, las
semillas híbridas eran más productivas que
las criollas, pero hoy, con el cambio de régimen
de lluvias, sequía y vientos huracanados
propios de la crisis climática, las criollas tienen
mayor capacidad de resistencia por llevar
siglos e incluso milenios de adaptación
climática micro-regional.
Un factor adicional hace más viable la producción
de semillas nativas que las híbridas o
transgénicas: el financiero. Los paquetes tecnológicos
de la revolución verde –fertilizantes
químicos, herbicidas, semillas mejoradas y
ahora incluso transgénicas–, acompañados de
créditos al productor para impulsar el maíz
como monocultivo, con uso de tractores, máquinas
semilleras e infraestructura de riego y
contratación de jornaleros, no son viables en
México y son el origen de la pérdida de la soberanía
alimentaria y el inicio de la dependencia
tecnológica: los productores que se dejaron
engañar por este sistema, como los de la Fraylesca,
el Soconusco y el Valle del Grijalva, las
regiones de “alta productividad” de Chiapas,
cargan una deuda con la banca de desarrollo
rural que resulta impagable, y no pueden romper
tan fácilmente la dependencia, pues los
suelos se han hecho adictos a los fertilizantes.
Los suelos con alta carga de fertilizantes
se vuelven ácidos, y los insectos que logran
sobrevivir se salen de control, volviéndose
plagas, como el gusano Gallina Ciega. Los
ríos arrastran residuos de agroquímicos y las
aguas dulces se vuelven ácidas, al grado que
en las costas del Golfo de México y del Pacífico
hay zonas sin vida marina o sistemas
lagunares azolvados, contaminados, lo que
aumenta el riesgo de inundaciones.
Los ácidos de nitrógeno, azufre y otros derivados
de los agroquímicos, como el protóxido
de nitrógeno (N2O) y el metano, son gases que
provocan el cambio climático, tan peligrosos
como el CO2, según el plan de acción climática
del gobierno mexicano. Y sin embargo, en
lugar de limitar la explotación petrolera, apoyar
la transición a la agricultura sustentable y
reconocer e invertir en las técnicas agroecológicas
de los productores de autoconsumo,
se promueve la producción de agrocombustibles,
lo que amenaza ampliar la frontera
agrícola contra las selvas y los bosques que
sobrevivieron a la colonización del trópico húmedo,
la deforestación, la ganadería extensiva
y la urbanización de los 30 años anteriores.
En el diseño de las políticas climáticas que supuestamente
reducirán la emisión de gases de
efecto invernadero, los funcionarios ignoran los
riesgos de los agrocombustibles y los promueven,
y se ofrece que 125 mil hectáreas de maíz
dejarán de sembrarse para entrar en un proceso
de reconversión productiva a frutales. Sin maíz,
¿qué comerá la población? ¿Manzanas?
Una técnica que también permite la reconversión
productiva pero sin abandonar la milpa
es la sugerida por investigadores del Colegio
de Posgraduados y del INIFAP: la milpa intercalada
con árboles frutales (MIAF). Si se invirtiera
en procesos de capacitación y experimentación
en los dos mil 500 municipios del
país, se demostraría la efectividad de la MIAF
en mucho más que las 125 mil hectáreas que
el gobierno propone para reconversión, pero
se haría con base en la milpa, y no en contra
de la población, su economía y cultura.
Se requieren metas de largo plazo,
como la restauración ambiental de las comunidades.
Las prácticas campesinas de manejo
de laderas con sistemas artesanales de riego, lo
que denominamos milpa sustentable, son un
excelente inicio. La diversidad de cultivos, la
milpa, que se basa en maíz-frijol, y que puede
incluir decenas de plantas medicinales, hortalizas,
árboles frutales y maderables e incluso
flores ornamentales, es la base para recuperar
la soberanía alimentaria por familia.
Para que los productores de maíz en monocultivo,
los maiceros, rompan su dependencia financiera
y tecnológica, tendrían que iniciar una
transición a la agricultura orgánica, con base en
el sistema milpa y reducir paulatinamente los
fertilizantes químicos al tiempo que incorporan
cada vez más abonos orgánicos y bacterias que
dinamicen el suelo y lo desintoxiquen. Es más
fácil iniciar la transición a la agricultura sustentable
con los productores de autoconsumo, los
milperos, pues su pobreza no les permitió adquirir
los insumos de la revolución verde.
Una demanda central de los milperos es que se
les reconozca el trabajo de selección de semillas
nativas. En Chiapas, dos mil productores de 50
comunidades indígenas de la Red Maíz Criollo
han logrado que subsidios como los del programa
Maíz Solidario sean transformados en un
proceso de transición a la agricultura sustentable
con base en la reproducción de las semillas
nativas. Por otro lado, la Comisión Nacional de
Áreas Naturales Protegidas (CONANP), instituyó
en 2009 el Programa Maíz Criollo, con
muchas limitaciones de cobertura geográfica,
pues se limita a las zonas protegidas. Tenemos
el reto de cambiar el planteamiento original del
ambientalismo por uno nuevo, que permita pasar
de la conservación de la biodiversidad a la
reproducción de la misma, con base en la agrobiodiversidad
no sólo de la milpa, sino también
del potrero y otros agroecosistemas.
Comisión de Enlace de la Red Maíz
Criollo Chiapas [email protected] |
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Chiapas
Exposición "El maíz es nuestra vida" en 2007, del Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC |
¿Envenenar milpa y milpero?
Antonio Paoli
La producción de la
milpa y de otros cultivos
se ha venido
alterando con graves
perjuicios para la gente del campo: en su
salud, educación, nutrición y economía, y en
deterioro de la integración familiar.
Un factor clave de la educación en el mundo
campesino ha sido que los niños acompañen
a los adultos a la milpa, pero con los
graves contaminantes que se usan hoy en
día, muchos padres prefieren ya no llevarlos.
Por otra parte, los herbicidas han limitado
los productos que se obtenían en las milpas.
En las zonas tropicales tradicionalmente
se cosechaban alrededor de 50 productos:
frijoles diversos, calabaza, chayotes, chiles
variados, yuca, hongos sabrosos de muchos
tipos, hierbas silvestres comestibles como los
quintoniles y las verdolagas y multitud de
otros más. Enseñarles a los hijos el manejo
de esta pequeña gran plantación familiar y
tradicional ha sido por siglos una labor capital
para el manejo ambiental, la educación y
el desarrollo cultural de muchos pueblos. El
policultivo de la milpa ha brindado un abasto
de hierro y otras maravillas nutricionales
que hoy se ven muy deterioradas. Antes del
uso de los herbicidas y otros insumos agrícolas,
la madre y los hijos se preguntaban ¿qué
traerá papá de la milpa para la cena?
La empresa privada y muchos de sus productos
“para el campo”, “para mejorar la
producción campesina”, han causado gravísimos
problemas a la salud y a la vida social
en general. Los gobiernos parecen no darse
cuenta o, peor, no importarles esta dramática
situación.
Veamos uno de los múltiples ejemplos de
esta tragedia biológica, social, cultural, económica
y ecológica: la región de La Fraylesca,
Chiapas, cuya cabecera es la ciudad de Villaflores
y cuya producción maicera para el mercado
ha sido la más importante de ese estado,
hoy vive bajo la amenaza de los agroquímicos.
En esta región el cáncer es la causa número
uno de muerte. A juicio de los pobladores,
esto se debe a los herbicidas, en especial el
Gramoxone, el cual no requiere permiso para
su venta; incluso se regala para obtener votos.
Este veneno es arrastrado por la lluvia y contamina
los ríos: emponzoña los niveles freáticos,
infecta la atmósfera, impide muchos otros cultivos
y causa cáncer. Por supuesto que hervir
el agua no sirve de nada contra él.
Si usted consulta literatura sobre este producto,
por ejemplo, si ve la página web www.
fitosanitario.com/pdfs/gramoxon, verá algo
de lo dañino que es este herbicida. Es gravísimo
para las personas, para el ambiente y
para la fauna.
Y pensar que productos como éste, prohibidos
en otros países, se venden libre e inconscientemente
en nuestro país. El Estado no
se molesta en impedir su uso. ¿Por qué? ¿Ignorancia?
¿Mochada? ¿Inopia? ¿Indiferencia
frente al dolor y la muerte?
Mesoamérica
Enfrentado la crisis alimentaria y ambiental
Helda Morales
Ante la crisis ambiental y alimentaria
urge reconocer que muchas de las soluciones
están en manos de los campesinos
mesoamericanos. Durante cinco
mil años han proveído alimentos y contribuido a la conservación
de la biodiversidad, enfrentándose y resistiendo presiones políticas,
económicas, culturales y climáticas.
La agricultura a pequeña escala –como las milpas que aún prevalecen
en Mesoamérica– es sinónimo de biodiversidad agrícola o
agrobiodiversidad, ya que intercala maíces, frijoles, calabazas, chiles
y muchas plantas más en un mismo espacio, lo que los agroecólogos
nombramos “policultivos”. La milpa, además de proveer
recursos genéticos y plantas comestibles, brinda recursos para organismos
silvestres y servicios ambientales o ecosistémicos, como
la prevención de ataques de plagas.
Lamentablemente la agrobiodiversidad se está perdiendo de manera
alarmante. La mayoría de la población mundial se alimenta
de no más de 12 especies de plantas. Para incrementar la seguridad
alimentaria, los gobiernos se enfocan en proveer raciones de maíz,
arroz, trigo y papas, productos de la agricultura industrial. Esta
estrategia nos mantiene llenos pero amenaza la biodiversidad, las
estrategias de vida de los campesinos y la calidad de la dieta, además
de que propicia la obesidad y enfermedades como la diabetes.
El estudio del aporte de los sistemas agrícolas de los campesinos
a la seguridad alimentaria y la buena nutrición no es prioridad
de los grandes centros de investigación, pero los datos disponibles
sugieren que hay una relación positiva entre biodiversidad, seguridad
alimentaria y salud. Nuevos estudios científicos señalan los
beneficios de una dieta variada para incrementar la longevidad y
reducir las tasas de enfermedades degenerativas crónicas.
Afortunadamente, todavía existen campesinos mesoamericanos,
guardianes de la diversidad alimenticia, cultivando variedades
adaptadas a las condiciones locales y colectando alimentos silvestres.
En el Colegio de Posgraduados se documentó que las hierbas de
las milpas del valle de Toluca se utilizan como alimento, medicina
y ornato, incrementando las ganancias en 55 por ciento.
En la región semiárida de la reserva de la biosfera de Tehuacán-
Cuicatlan, Isabelle Blanckaert y colegas encontraron 161 especies
de plantas silvestres, de las cuales 92 por ciento es utilizado
para alimentación, medicina, forraje u ornato. Las usadas
para forraje disminuyen la inversión en alimentos industriales y
aumentan la sobrevivencia del ganado durante la sequía. Otro
estudio muestra que en Chiapas los indígenas tseltales pueden
reconocer más de mil 200 especies de plantas, muchas de las
cuales contribuyen al mantenimiento de sus hogares. En las
milpas de los Altos de Chiapas hemos encontrado hasta 28 especies
de árboles frutales y maderables.
La milpa permite una dieta basada principalmente en tortillas,
frijol, chile, calabaza y un alto consumo de hierbas como el bledo,
quelite o quintonil, la hierba mora o macuy, el pápalo y el epazote.
Esta dieta con un alto contenido en ácido fólico, vitamina A,
omega 3 y 6, ayuda a prevenir la osteoporosis, reducir el colesterol,
la anencefalia, la espina bífida, la ceguera infantil, las cataratas y
la degeneración macular relacionada con la edad. Las variedades
tradicionales de maíz contienen altos niveles de proteínas. Los estudios
realizados en 1950 por Ricardo Bressani en Centroamérica
muestran que estos maíces pueden proveer 73 por ciento de la
niacina recomendada.
Nuestro trabajo en los Altos de Chiapas y Guatemala documenta que, además de su contribución a la nutrición, este sistema
mantenido por el conocimiento indígena presta servicios
ambientales. La diversidad de cultivos y otras especies asociadas
de la milpa son el sustento de su productividad. Los agricultores
reportan que la asociación de cultivos hace que los insectos no
lleguen o coman poco porque los repele con sus olores fuertes.
Según la teoría agroecológica, los policultivos en general tienen
menos ataques de plagas porque hay plantas repelentes que alejan
a los insectos de las parcelas; porque algunas hierbas asociadas
son preferidas por los insectos y los distraen de los cultivos; porque
la mezcla de cultivos hace difícil para los insectos encontrar
su alimento, y porque proveen recursos para los depredadores de
las plagas, como las arañas, catarinas, avispas y pájaros. Las investigaciones
de Adriana Castro sugieren que las raíces del tomate
de cáscara son el alimento favorito de la gallinas ciega. Esto podría
explicar las observaciones de que la presencia de esa planta
hace que esta plaga ataque menos a las raíces del maíz. Si hay tomate,
¿por qué alimentarse de las duras raíces del maíz? También
hemos aprendido que los árboles dentro de la milpa atraen a unas
50 especies de aves silvestres que se alimentan de insectos, hecho
que disminuye significativamente el daño que éstos causan.
En su empeño por cultivar la milpa, muchos campesinos están
luchando por su soberanía alimentaria y protegiendo al resto de la
humanidad con los beneficios que la milpa brinda. Aprendamos
de ellos y apoyémoslos. |
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