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Zoila Reyes Hernández Resumen: por segunda vez, Zoila ha sido deportada de El Paso a Ciudad Juárez, decide regresar a Oaxaca junto con otra deportada. Rumbo al aeropuerto recibe la llama su hija desde Denver, Colorado, rogándole que vuelva a intentar el cruce de la frontera y le envía a un corredor para que la guíe. Sonó mi celular, era una voz tipo costeño que me preguntó: “¿Dónde está señora?”. Voy en la ruta –dije–. “Entonces la espero en el aeropuerto, ¿cómo viene vestida?”. Se llamaba Jorge. Al llegar al aeropuerto vi que alguien me hacía señas pero hice como que no vi y le dije a mi compañera: “Espérame aquí, voy al baño y ahora vuelvo”. Al salir, una niña de unos 14 años me esperaba: “Señora, vamos allá –y señaló un carro que estaba afuera– mi papá le habla”. Yo tenía desconfianza: ¿cómo subir a un carro desconocido? Busqué a mi compañera, no estaba donde la dejé pero al acercarme al auto vi que ya estaba arriba. Le dije sonriendo: “Qué atrevida, ¿qué tal que te secuestran?”. El señor Jorge nos llevó a un parqueadero y me dijo: “No se preocupe señora, platiquemos, si no le conviene yo las regreso. ¿Quiere que marque a su hija?”. “No –le dije–, primero dígame qué seguridad me da. El Paso está muy vigilado y la verdad lo que yo quiero es trabajar, no quedarme encerrada en la cárcel”. Él decía: “No señora, usted pasa porque pasa”. Todo me lo pintó bonito, era un panorama perfecto. “Está bien pero ¿cuánto me va a costar? Le aseguro que no traigo dinero”. Él dijo que mil 300 dólares y otros mil 200 al llegar a mi destino. Entonces hablamos con mi hija Martha: “¿Qué pasó mami, le va intentar?”. Traté de hacerla entender de que además del gasto era muy arriesgado, pero la voz de mi chaparra decía: “No se preocupe mami, la queremos aquí, Edith y yo la esperamos aquí. Yo veré la manera de conseguir el dinero”. Al escuchar esas palabras decidí hacer el tercer intento. No podía defraudar a mi hija. Tenía que jugármela. ¡Volvemos a Juárez! A mi compañera le regresó la esperanza y luego de hablar con su esposo dijo: “Yo también me arriesgo. Que se haga lo que Dios quiera”. Regresamos a Juárez con ilusión, este señor nos animó: “A más tardar el domingo por la tarde llegarán a su destino, ahora tienen que descansar. Las voy a llevar a un hotel que tiene regadera de agua caliente, es caro pero muy cómodo y seguro, vale la pena”. Al llegar pidió una habitación y nos dio 40 dólares. “Ustedes tranquilas, todo va a estar bien”. Al otro día, viernes 25 de enero, salimos a desayunar y el señor Jorge pasó por nosotras para retirar el dinero que me envió mi hija y para tomarnos la fotografía dizque para arreglar el pasaporte mexicano. Yo tenía mis dudas, sabía que era falso y que podían descubrirnos, pero el señor Jorge hablaba con tanta seguridad que logró convencernos. Luego fuimos a una lavandería y nos pasamos la tarde charlando. Todo estaba bien listo para el tercer intento. En la mañana del sábado 26 de enero sonó el celular, don Jorge me dijo: “Baje rápido, deje sus cosas, yo paso por ellas más tarde. Primero usted y después la otra, las espero en la lavandería”. Salí temerosa, tenía muchos nervios, caminé rápido para encontrarme con el señor. “Ha llegado la hora –me dijo–, la voy a dejar con la persona que la va a pasar en la línea. No tenga temor, todo va a salir bien, las personas que se van a encargar son buenas, no hay nada qué temer”. Al llegar a otro hotel vi a unos hombres de tez morena y una joven. “Suba”, me dijo alguien disimuladamente. La joven caminó por delante, en una habitación de la planta alta estaba otra mujer, la joven nos entregó unas micas con fotografías de mujeres que residen legalmente en Estados Unidos. Al ver la mía le dije: “No le haga, ésta no se parece a mí”. La joven le dijo a la otra señora: “¿Verdad que sí?”. Yo estaba convencida de que no, pero estas personas nos entrenaron en las preguntas que nos harían en El Paso. ¿Cómo te llamas?, yo tenía que decir: “María Elena Delgado”. ¿Quién te ayudó a tramitar la residencia?: “Mi mamá señor”. ¿Tu mamá es ciudadana residente?: “No señor, es ciudadana americana”. Nos aprendimos todo de memoria, nos pusieron a prueba varias veces, hasta la posición de la mica al mostrarla. Todo parecía perfecto, pero nosotras estábamos nerviosas. “¿Listas? ¡Vámonos! –dijo la joven–. Vienen tras de mí y tienen que hacer lo que yo haga”. Caminamos por todo el puente hasta llegar a la revisión de El Paso. La señora que iba adelante entregó la mica, cotejaron las huellas y le preguntaron el número del seguro social. No lo sabía. “Párese para este lado”, dijeron los oficiales. Con señas me llamaron, al entregar la mica no me hicieron ni una pregunta, sólo cotejaron las huellas y me mandaron junto a la otra. Nos metieron a una oficina y nos revisaron las bolsas, yo seguía dando el nombre falso que utilicé en los intentos anteriores: “Regina López Pérez”, pero un tiquet me puso al descubierto. Un oficial me dijo: “Tú eres Zoila Regina Reyes Hernández, ¿por qué te cambiaste el nombre?”. No me quedó de otra más que decir la verdad: “Lo hice para no perjudicar la visa”. El oficial me llevó a una celda. Ahí estaban otras mujeres encadenadas de una mano y de los pies a un banco de fierro. Éramos cuatro, las cuatro encadenadas como los perros que comen elotes. Así estuvimos como dos horas. Después me sacaron a declarar y a jurar que no volvería a cruzar la línea porque para la otra me iría a la cárcel. Las amenazas eran en serio. Yo salí junto con otra compañera de nombre Yolanda. Caminamos por Juárez sin rumbo fijo, fuimos a comprar una coca y algo para comer. Yolanda suspiraba: “Nunca voy a cumplir mi ilusión de tener una troquita, voy a regresar a mi casa un poco peor que cuando salí, porque ahora regreso con deudas, no sé qué voy a hacer, pedí dinero en una caja de ahorros empeñando mi casa y ahora estoy en la calle sin nada”. Le pregunté: “¿Lo intentarías otra vez?”. Me dijo: “No. Vengo toda raspada de las piernas porque en el primer intento el guía nos echó a rodar, tengo moretones en el cuerpo. Parece que un tren pasó sobre mí. Ahora ni ropa interior traigo. Puede creerme: la realidad no es como nos la pintaron”. Platicamos un buen rato. Su historia era similar a las otras que había escuchado y por supuesto a mi propia historia. Al marcarle a mi hija me dijo: “¿Qué pasó mami?”. “¿Qué crees? ¡No se pudo!”. Martha me dijo: “¡No puede ser! ¡No! –yo escuchaba su llanto entrecortado–. Ni modos mami”. “Sí hija, no te preocupes, todo está bien, al rato hablamos”. Llamé al señor Jorge y vino: “¿Qué pasó señora”. “Pues no se pudo. La mica no tenía ningún parecido a mí, se lo dije a la joven pero no me hizo caso y aquí están las consecuencias, ya ve, por eso no quería. Ahora sí, ¡nadie me detiene! ¡Me regreso a Oaxaca!, ya no me expongo porque estoy anticipada de ir a la cárcel”. Don Jorge me dijo: “No señora, usted pasa porque pasa, no eche por la borda el dinero de su hija, no la defraude”. Yo le dije: “Ya no quiero intentarle por El Paso ni por el río, sólo vuelvo a cruzar esa frontera si usted tiene otra entrada que sea segura, entonces sí me la juego”. “Tengo una –me dijo–, es muy fácil pero muy peligrosa porque están pasando droga”. “Pues usted dígame, porque no quiero ir a la cárcel de nuevo, yo vine a trabajar no a estar encerrada”. “No se preocupe, yo la paso, tenga la plena seguridad y la confianza en usted misma. Se va a ir porque eso es lo que quiere, ¿o no?”. Le pregunté por la otra señora y me dijo que había pasado sin problema. Al llegar al hotel pagó la habitación y me dijo: “Mañana nos vemos”. Esa tarde yo estaba muy triste, lejos de mis seres queridos analizaba qué iba a hacer, ¿intentarle o regresarme? Era como un juego de azar. La indecisión vagaba por mi mente. La tarde fue larga pero me distraje escribiendo esta historia, cuando me cansé me puse a ver una película muy triste en la tele. A las diez de la noche mi soledad me traicionaba, deseaba la compañía del amor de mi vida, pedí a la recepción dos tecates, tenía que quitarme la sed y la angustia que me mataba. Como a las diez de la mañana del otro día el señor Jorge llamó a mi celular: “Baje de inmediato, saque sus pertenencias y entregue las llaves porque no va a volver”. Al saludarlo me dijo: “Ahora me la llevo a mi casa, ahí estará dos o tres días en lo que puede pasar”. Íbamos rumbo a su casa cuando me dijo: “Señora, ayer le mentí a usted y a la otra señora, a ella le dije que usted ya había pasado y a usted le dije lo mismo, hago eso para no ponerlas nerviosas. A ella la entregué un poco antes de las diez de la mañana de hoy y ya está del otro lado en un hotel. ¿Quiere escuchar a su compañera?”. “¡Sí!”, contesté. Llamó y escuché la voz de la señora diciendo que todo estaba bien, me dio tranquilidad y mucha alegría por ella. En casa de don Jorge estuve aburrida mirando la tele todo el día, los señores salieron dizque a echar a la señora al bus y llegaron como a las siete de la noche. Le pregunté por mi compañera: “La mandé en el bus, mañana a estas horas está llegando a su destino, Mississippi”. Todo parecía estar bajo control, sin embargo don Jorge se sacó de onda después de una llamada: “¿Cómo? –decía–, ¿a qué horas fue?”. Creí que habrían bajado a mi amiga del bus, tal vez en una revisión la cacharon con el pasaporte falso y ya estaba en la cárcel. Don Jorge no dijo nada ni yo quise preguntarle. Al otro día me aseguró que todo estaba bien. No le creí, sentí que mentía y estuve pendiente por si la señora le llamaba diciendo que estaba en Mississippi, pero esa llamada jamás entró. Tres días estuve en la casa del señor Jorge, él y su familia me trataron bien, pero en mi corazón guardaba una inmensa tristeza y también tenía el impulso de cruzar la frontera desafiando mi destino. Mi hija Martha me decía: “Mami, ahora sí piénselo, ya no la animo más. Por el dinero gastado no se preocupe que para eso tiene hijos aquí”. Desde Oaxaca, mi hija Mari me envió un mensaje: “Mami, si Dios no quiere que pase, él sabe por qué. Regrese, vamos a estar juntos de nuevo”. Mis hijos que estaban en casa me mandaron su mensaje: “Mami, ya no se exponga, regrese, aquí la queremos y la necesitamos mucho”. En ese momento yo deseaba recibir un mensaje de Santiago pero nunca llegaría, ni siquiera para levantarme el ánimo. “Todo está listo –dijo don Jorge–, hoy mismo se va como a las 12 del día”. Me encomendé a Dios con todo mi ser. El 29 de enero salí de aquella casa, en todo el trayecto oré: “Señor, permíteme ir a trabajar para mis hijos, guía mis pasos, no me abandones, cúbreme con tu manto. Tú puedes todo Señor. Si tu voluntad es que me vaya lo lograré, si no, regresaré con mis hijos”. Mi silencio era elocuente. Al llegar a casa del guiador, ya estaban en la minivan tres mujeres. Los señores nos decían que sería muy fácil, uno de ellos nos instruyó: “Tienen que pasar caminando hasta llegar a una tabiquera, adentro hay un restaurantito, ahí tómense un café en lo que llega el raitero para llevarlas al hotel. Primero ustedes dos –me dijo a mí y a otra compañera–, cuando estén dentro mando a las otras dos”. Lo único que pensé en ese momento fue: “Hágase Señor tu voluntad”, y caminé a paso largo sin correr. (Continuará…) Escritora indígena de la Mixteca oaxaqueña. El texto original ha sido editado por Gisela Espinosa Damián (UAM-Xochimilco) |