a economía de India mantiene elevadas tasas de crecimiento desde hace varios años y para muchos es un ejemplo a seguir. Se afirma incluso que la experiencia del subcontinente es muestra de que el neoliberalismo sí puede funcionar. La realidad es otra. La evolución de la economía india es un proceso patológico que se nutre de la desigualdad social y la destrucción ambiental.
India mantuvo un crecimiento modesto después de la independencia en 1947. El proyecto de industrialización sostuvo una expansión reducida (4 por ciento) pero estable de 1950 a 1980. El ingreso per cápita aumentó en promedio 1.3 por ciento anual en ese periodo. La balanza comercial se mantuvo con déficit permanente y la economía estuvo cerrada a los flujos comerciales y de capital.
La crisis mundial de la deuda en los años 80 sometió a India a los dictados del Fondo Monetario Internacional y en los años 90 se impusieron las reformas de corte neoliberal, lo que representó un viraje radical en política económica. En los últimos 10 años India tuvo en promedio una tasa de crecimiento anual de 6.8 por ciento. La prensa internacional ha presentado esto como un milagro económico.
En estos años la desigualdad y la pobreza en India han empeorado. Hoy, 42 por ciento de la población total de ese país (mil 173 millones) vive con menos de un dólar diario. Un 75 por ciento de la población vive con dos dólares diarios y el modelo económico no va a revertir esta estructura tan desigual.
A pesar de las tasas de crecimiento de 6 por ciento-7por ciento, el aumento en el empleo formal en India es raquítico y no pasa de 1 por ciento anual. Por cierto, eso significa que la expansión económica se apoya en aumentos de productividad muy importantes. Eso se relaciona con la estrategia de orientar la inversión hacia las exportaciones, lo cual requiere abatir al máximo los costos salariales para poder competir. Por eso la racionalización
de las cadenas productivas se acompaña de fuertes recortes en el empleo.
A pesar del milagro
en las tasas de crecimiento, India mantiene déficit crónico en sus cuentas externas y necesita financiarlo. Para ello ha optado por recibir flujos de capital, tanto en inversión extranjera directa, como en inversiones en cartera (capitales de corto plazo). Pero esto entraña un costo enorme: la política macroeconómica debe respetar reglas de juego que no tienen nada que ver con las necesidades de la población india.
La política monetaria está dominada por la necesidad de atraer capitales al espacio económico indio. Eso implica mantener altas tasas de interés. Además sólo los privilegiados tienen acceso al crédito, todo esto imprime un sesgo regresivo en la distribución de la riqueza al privilegiar la cartera de activos de los estratos más ricos y profundizar la desigualdad. Pero eso es irrelevante: lo que importa es mantener el flujo de capitales que permite financiar el déficit externo.
Todo esto explica que India tenga hoy las reservas más elevadas de su historia (unos 230 mil millones de dólares). En esto se parece a China, pero la diferencia es que aquél país tiene enorme superávit en su balanza comercial, mientras India sufre déficit crónico. Las reservas de India no lo son propiamente, son un recurso que en cualquier momento puede evaporarse.
La política fiscal se rige por el dogma del presupuesto balanceado y como no hay que incomodar a los dueños del capital para no afectar las inversiones, el equilibrio fiscal se logra recortando el gasto social y reduciendo el monto de recursos para la conservación ambiental.
La apertura a la inversión extranjera pasa por la entrega de concesiones en las industrias extractivas, forestal y turística. Esto desemboca en el despojo de tierras en las que se encuentran los yacimientos (hierro en Chhattisgarh, bauxita en Orissa, etc.) o cubiertas con densos bosques que representan una riqueza comercial de fácil acceso. Muchas de esas tierras son el hogar de pueblos originarios o adivasi (término derivado del sánscrito que significa primeros habitantes del bosque). Los adivasi son menos de 8 por ciento de la población de India, pero constituyen 40 por ciento de la población despojada de valles, cerros y cuencas de ríos. La entrega de sus tierras a megacorporaciones en las industrias extractivas y turísticas es uno de los rasgos más violentos del milagro
neoliberal en India.
El economista Amit Bhaduri, profesor emérito de la Universidad Jawaharlal Nehru en Nueva Delhi, ha calificado a este proceso como crecimiento depredador. Hay que aclarar que no se trata de una metáfora. Es efectivamente un complejo proceso económico y político en el que los perdedores entregan su forma de vida a un crecimiento
que privilegia a unos pocos y no puede elevar el nivel de vida de la mayoría de la población.
El paralelismo con México es extraordinario. Realmente lo único diferente son las tasas de crecimiento. Lo demás es idéntico. El mismo modelo, la misma injusticia.
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