Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El águila y el escorpión
AUGUSTO ISLA
Dos estampas
MAURICIO QUINTERO
De princesas promiscuas
y malhabladas
ADRIANA DEL MORAL
Un intercambio con
Alejandro Aura
JULIO TRUJILLO
“Vivir no fue cumplir un requisito”
EDUARDO VÁZQUEZ MARTÍN
Kapuscinski con un fusil
al hombro
MACIEK WISNIEWSKI
Agua estancada déjala correr
RAÚL OLVERA MIJARES entrevista con MARYSOLE WÖNER BAZ
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Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA
Cinexcusas
LUIS TOVAR
Corporal
MANUEL STEPHENS
Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO
Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA
El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ
Cabezalcubo
JORGE MOCH
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Felipe Garrido
Arenas
Hubo un gobernante que decidió poner orden en el desierto. Dicen que varias veces parpadeó el recién llegado –eran parajes que no conocía. Dicen que arrugó el entrecejo y volvió a parpadear y carraspeó varias veces, pero finalmente habló. Puso cara de saber dónde estaba y qué debía hacer. Lo deslumbraban las dunas, las interminables y movedizas arenas. Le molestaba que no tuvieran fin, que no supiera dónde terminaban y no pudiera prever la dirección en que se moverían –así presumiera conocerlas. Le molestaba que sus pasos alzaran arena –no sabía hacerlo de otra manera. Había que poner orden, lo dijo en voz alta y puso cara de que sabía cómo. Había que acabar con aquella extensión que no lograba abarcar. Y comenzó como pudo, con la idea fija de remover las arenas. No escuchó a nadie. Los lanzó contra el inasible desierto. Levantó una tormenta incontenible. Allí se perdió el infeliz.
De las historias de san Barlaán para el príncipe Josafat |