a fotografía en la invitación de la sala de exposiciones de Madrid en blanco y negro mostraba una puerta de madera de un granero, de esas puertas que se abren en secciones, ésta, semi abierta en el centro por la mano izquierda de la adolescente asomada detrás, no de cuerpo entero, del vientre hacia arriba, una orilla de la falda atrapada más abajo entre la ranura cerrada, el conjunto enmarcado por una larga y angosta tubería de un lado y un corto y alargado radiador del otro, la joven sin sonreír, con el pelo estirado hacia atrás, el piso delante de su mirada desnudo de alfombras, más bien de mosaicos gastados, extendido, extendiéndose hacia la lente de la cámara que captaba de forma céntrica precisa la escena.
No sé si esta descripción pueda transmitir a otros la fuerza de atracción que me transmitió a mí la imagen fotográfica de la niña, un juego de luces y sombras que mantuvo mi contemplación largamente, sugestiva, evocativa, inexplicable, misteriosa. Algo me quería decir, qué me quería decir. Me llamaba. No me dejaba ir.
Incapaz de estar presente en la inauguración de la muestra escribí a la, para mí, desconocida galerista, para apartar mediante ella desde México la fotografía y adquirirla a distancia. El nombre de la autora no me era familiar. No tenía por qué serlo, no soy conocedora, si acaso apenas una aficionada al arte fotográfico. Un gesto insólito de mi usual y pasivo hermetismo, comuniqué mi deseo de tener la impresión original y única de la puerta del granero, tendí el camino para procurármela. Me fue imposible. Resulta que Woodman es un icono en el arte fotográfico hoy día. Leí su historia. Algo recuerdo, lo espectacular, que a los 23 años en 1981 se arrojó al vacío decepcionada por un amor, y también porque sus intentos por ingresar, ubicarse y pertenecer al mundo a través de la fotografía, repetitivamente pasaban inadvertidos. Dejó su obra casi por completo inédita. Sus padres, artistas plásticos, la han ido dando a conocer.
Quizás porque Francesca Woodman sintió más a su alcance el medio editorial que el de las galerías, llegó a publicar un libro, de título atractivo, Algunas geometrías interiores desordenadas. Había logrado perfilar su interés, que concentró en el cuerpo femenino, prestó de modelo el suyo mayoritariamente, y logró perfilar también su estilo, desfigurar, o velar, o abstraer, la imagen en sombras, un dato más en escenarios en vías de deterioro. Nació en una ciudad pequeña del oeste montañoso de Estados Unidos, estudió un tiempo breve en una aldea de la Italia toscana. Viajó un poco. Estuvo en Roma y en Nueva York, y se graduó con honores en los programas universitarios en los que alcanzó a incorporarse y destacar.
Después de celebrar que espontáneamente hubiera conocido la calidad de fotógrafa que fue Woodman, de lamentar que entonces no podría obtener una imagen original suya nunca, y de conformarme con la copia impresa de la invitación, que apoyé contra la pared, sobre mi mesa de trabajo, giré mis reflexiones al asunto del tiempo y las razones del aprecio, y asocié a Francesca con su compatriota, el novelista estadunidense John Kennedy Toole, que treintañero se suicidó en 1969 cuando las editoriales rechazaron La conjura de los necios, novela que, 20 años más tarde, la mamá del autor logró que fuera publicada, y lo fue con éxito duradero, comercial y de estima, con reconocimiento incluso internacional.
Mientras que aprecié a Francesca Woodman a través de una de sus fotografías y antes de saber que fuera famosa y de conocer su historia, de joven artista que se suicida porque su obra es rechazada, no he podido leer La conjura de los necios, porque supe que su autor era famoso y conocí su historia de joven escritor inédito que se suicida porque las editoriales rechazan su manuscrito, antes de leer su novela. Los dos, Woodman y Kennedy Toole, fotógrafa y escritor, fueron universitarios sobresalientes. Los dos tuvieron progenitores que, muertos los hijos, se ocuparon de rescatarlos del olvido.
A pesar de los extraños motivos por los que no he podido leer La conjura de los necios, un día compré el libro y lo abrí en varias ocasiones, pero algo me obligó en todas a cerrarlo sin leerlo. Qué ha sido. Por qué me ha rechazado. Ahora mismo me levanté a buscarlo y no lo encontré. John Kennedy Toole, por qué para mí guardas silencio.