Muros políglotas
n el París permisivo del verano, donde de nada serviría prohibir en todos los idiomas que los turistas metan bicicletas en el césped y los parisinos a sus perros a las fuentes, todo mundo o casi puede descubrir algunas palabras en sus propias lengua y escritura, grabadas en vidrio, metal o piedra, en dos sitios antípodas.
Al sur del río Sena, está el Muro por la Paz, de Clara Halter y Michel Wilmotte, donde la palabra se evoca en 49 lenguas y 18 alfabetos, grabada repetida y alternadamente sobre una fachada abierta de vidrio y en las 32 columnas que la flanquean; aunque el monumento enmarca una perspectiva de la Torre Eiffel que distrae a los visitantes del objetivo esperado por la autora: que las hendiduras que recorren los paneles paralelos interiores sirvan para introducir mensajes de paz en cualquier idioma, pues como en París nada es casual, esta obra fue levantada en el Campo de Marte, dios de la guerra latino, justo frente al imponente edificio de la Escuela Militar fundada por Luis XV.
Muy al norte del Sena, en Montmartre, Frederik Baron y Claire Kito obtuvieron un muro ciego al lado del jardincito Jehan Rictus, junto a la plaza de las Abesses, cubrieron 40 metros cuadrados con tejas de lava pulida y escribieron 311 veces en 250 lenguas la frase fatal, como es nian’-ni-né-sné-i-kou-nou en hindi, sé-rèt-lèk en húngaro, daï-sou-ki en japonés, veille-el-skar-deille en noruego o èk-èt -you- lif en bantu de Africa del Sur, para construir el Muro de los Te Amo, que ha sido convertido en sitio de juramentos entre parejas locales y extranjeras, y donde se siguen añadiendo inscripciones grafiteras de amorosos hasta la altura humana de las manos.
Mientras que, a la mitad de la distancia entre ambos muros, en la Plaza del Alma junto al río y bajo la cual murió Diana de Gales, las autoridades levantaron sobre un zoclo y rodearon con una cadena la Llama de la Libertad –réplica de la que lleva la estatua de Nueva York– para evitar que el recuerdo de la princesa siga llenando de mensajes y grafitis lo que se había transformado en la estela mortuoria más famosa de occidente y que no es más que un símbolo de la amistad francoestadunidense.
Si, en París nada es casual.
Yuriria Iturriaga, corresponsal