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Presentación
“El resto es silencio”
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Un gato de trapo para Carlos
RICARDO YÁÑEZ
Días de guardar con Carlos Monsiváis
MIGUEL HUEZO MIXCO
Respiren aliviados los malditos
JORGE MOCH
1966, el año cero de Carlos Monsiváis
HERMANN BELLINGHAUSEN
Carlos Monsiváis: conciencia y compromiso
JESÚS RAMÍREZ CUEVAS
Sobre Pedro Infante....
ENRIQUETA CABRERA entrevista con CARLOS MONSIVÁIS
Querido Carlos
LUCINDA RUÍZ
Famas póstumas de Carlos Monsiváis
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“El resto es silencio”
Hugo Gutiérrez Vega besa la mano a Carlos Monsiváis durante su homenaje en Bellas Artes.
15 de Febrero de 2009. Foto: Marco Peláez/ archivo La Jornada |
Hugo Gutiérrez Vega
Poco después del mediodía de un sábado lluvioso, cerraste los ojos y te fuiste para siempre. Tenías que irte como Groucho Marx, pues nunca te merecimos. Pertenecías a otra realidad, por eso conocías tan bien esta pobre realidad nuestra. Cuando estabas ya en el pórtico de tu entrada a un mundo sin duda mejor que el nuestro, besé tu mano y, ya en la calle, no pude hacer otra cosa que llorar por ti y contigo. Ahora el país entero te está llorando. ¿Me haces el cabrón favor de decirme qué vamos a hacer sin ti? ¿Qué va a hacer este país destartalado que se asfixia en las manos de una derecha sucia, torpe, y con su podrida doble moral? Por supuesto que se apoderaron de tu cuerpo inerte. Me indigna que los empresarios, Televisa, y el deshilachado aparato calderoniano te estén rindiendo honores para hacer olvidar tu actitud insobornable, tu crítica implacable y severa.
No sé qué va a pasar con el Estado laico, con los indígenas olvidados, con los millones de humillados y ofendidos sin tu constante y lúcida vigilancia.
Recuerdo cómo reímos en la comedia musical que pedía a uno de los personajes: brush up your Shakespeare. Ahora lo desempolvo para encontrar las palabras agoreras de Próspero en La tempestad. En ellas la muerte es un rito de pasaje, una parte de la vida; nada más eso. “El resto es silencio”, decía el príncipe dubitativo. Te escribo estas palabras cerca de otra ciudad que amabas, Nueva York, amada también por García Lorca. La noche del día de tu muerte tiene, desde esta orilla, el color indeciso de la Luna. Te estoy pensando y revivo días londinenses: películas, canciones, poemas amados, personas admiradas, la fervorosa inteligencia de doña Esther, tu amor por la cultura popular, tu desaforada lucidez, tu inteligencia que ningún adjetivo puede abarcar, tu generosidad y el humor como forma de vida. Te bebiste los días a grandes tragos y nos dejaste en el momento en que eras más necesario.
Adiós, hermano mío, beso tu mano como lo hacía Quasimodo con su padre. Beso tu mano con amor y respeto. Este hermano tuyo y nuestro país adolorido te dicen adiós y, debiendo reír porque así lo exigía tu actitud vital, nos ponemos a llorar, mientras la terca llovizna de la ciudad llora con nosotros.
Westfield, New Jersey,
primavera de 2010.
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