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Salón Palacio

Instantes contraculturosos con Carlos Monsiváis

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En imagen de archivo, el escritor Carlos Monsiváis y la cantante Gloria TreviFoto José Antonio López
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uy emocionante ha sido constatar el entrañable cariño que conquistó Carlos Monsiváis entre los más diversos estratos sociales y trincheras políticas e intelectuales del país. Las decenas de páginas que todos los medios impresos han dedicado (particularmente, La Jornada) para despedir al sabio y ubicuo cronista no alcanzan a cubrir sus múltiples facetas. Muy pocos en la historia contemporánea de este país, de corta memoria, podrían esperar una despedida tan sincera. Como ejemplo de la generosa y polifacética vitalidad de Monsi, menciono aquí cuatro instantes que compartimos con él.

Bendición cultural

1. El ocho de noviembre de 1988, en la desaparecida librería Reforma, varias decenas de personas esperaban, inquietas, la llegada de Carlos Monsiváis para presentar el primer número del periódico juvenil Generación. Lo que pocos sabían es que el invitado especial aún estaba en su casa, en la Portales, redactando a mano en hojas recicladas un par de cuartillas con que saludó la aparición de una publicación más que solicitaba su bendición cultural. Quien esto escribe esperaba nervioso en aquella sala llena de libros, luchadores de plástico y felinos ronroneantes. Por fin, me llamó el maestro y con una sonrisa socarrona y a la vez fraterna me entregó su texto, y se disculpó por no asistir, pues le faltaba escribir dos o tres prólogos más. Aquí un fragmento de aquel texto aún vigente en varios sentidos:

“No digo que una revista juvenil sea un método de aprovisionamiento de poder. Esto ya no tiene el menor sentido, pero sí debe existir la ambición de representar la vanguardia crítica del sector generacional. Eso es legítimo y necesario. Generación surge en un momento de intensa discusión, y debe contribuir a ella representando los intereses de los jóvenes, explicando el sentido de la vida juvenil en un país devastado económicamente, y evitando toda manifestación juvenalista. Como lo último que dije se acerca peligrosamente al mensaje, comprendo que es el instante en que, en lo tocante a esta mesa redonda, debo callarme para siempre. Que el éxito y el fracaso les sean más leves que el nuevo gobierno.”

Modernidad vía catequística

2. En el número seis del entonces periódico Generación (noviembre de 1990, “Deporte, víctima de mercantilismos, grillas y desigualdad social”), se publicó el texto “Culto a la güeva” de Marco Antonio Rueda, el cual provocó una airada reprimenda del entonces secretario técnico de la Comisión calificadora de publicaciones y revistas ilustradas de la Secretaría de Gobernación, Heriberto Arriaga Garza, quien escribió lo siguiente en relación con el mencionado texto, cuyo objetivo era justamente retratar el lenguaje de cualquier padre de familia viendo un partido de futbol: “la colaboración intitulada ‘Culto a la güeva’ revela un uso notablemente reiterado de expresiones idiomáticas de corte vulgar y lépero. Se advierten enunciados como: ‘me vale madre’, ‘echando la güeva’, ‘pinches nacos’, ‘soy tan chingón’ y ‘pinches noticieros’” (entre otras sutilezas, diría el reportero). Al final, la amenaza de este funcionario fue definitiva: se les aclara que las formulaciones enviadas por este organismo no son ninguna invitación, ya que tienen fuerza de jurídica y eficacia de mandamiento. Una vez más visitamos a Carlos Monsiváis, quien aceptó asistir a una mesa redonda en contra de la censura, donde leyó lo siguiente: admitir que la vida editorial de México se rija por los prejuicios y los puntos de vista de un grupo por lo visto ultraconservador, es aceptar el retroceso y la barbarie que, no otra cosa, es la censura. Admitir entonces la censura, y la arrogancia que subraya su fuerza jurídica y eficacia de mandamiento (como dice la carta de Gobernación), es aceptar que a la modernidad llegaremos por vía del Catecismo del Padre Ripalda cualquier siglo de estos. Obviamente, aquel burócrata nunca respondió.

Con Gloria Trevi

3. En México, sexo es prohibición se intitula un texto firmado por Gloria Trevi (ahora sabemos que todo se lo escribía Sergio Andrade), publicado en el número 38 de Generación (julio de 1994). En él se publicó una foto del Chato Fuentes, en la que Carlos Monsiváis saluda por primera vez a la entonces muy famosa y provocadora diva (hoy convertida en dócil artistita televisiva). El encuentro ocurrió en el museo Ex Teresa ese año, cuando aún lo dirigía su fundador, el pintor Eloy Tarcisio. También asistió el neólogo Felipe Ehrenberg; se esperaba la presencia de Carlos Monsiváis y de la mismísima Gloria Trevi. La sala estaba llena y todos auguraban que no llegaría Monsi y mucho menos la Trevi. De pronto se escuchó un estruendo de voces y niños corriendo, y una orda de vendedores callejeros llenó el auditorio. Sí, en medio del pasillo apareció aquella joven de cuerpo esplendoroso y pelos sueltos. Minutos después, detrás de una columna, salió Carlos con esa inconfundible sonrisa traviesa. El encuentro fue memorable.

Ver la ciudad con sus ojos

4. En una playa oaxaqueña recibimos la noticia de que Carlos Monsiváis había muerto; bebimos en su honor. De alguna manera, unas semanas antes ya nos habíamos despedido con un texto fallido pensando en sus 13 gatos. En especial, nos imaginamos al Miau setum –al parecer el más querido– rondando entre papeles y libros; sin embargo, dicen los que saben que el felino preferido fue el fenecido Chocorrol. Hemos recibido esta tarde un correo electrónico que convoca a una manifestación afuera de la casa de San Simón para que no sigan matando a sus gatos. El escritor Leobardo Sarabia dice que adopta uno. De tantos emocionados discursos leídos en los últimos días, nos quedamos con un fragmento de Elena Cepeda, quien propone recordar a Carlos Monsiváis, quien “estará siempre entre nosotros porque él nos da cobijo en la ciudad que él nos construyó y que seguiremos recorriendo y gozando de su mano y observando desde sus ojos abiertos. Desde los ojos de aquel niño del Barrio de San Simón, que hoy regresa a su casa a arrullar a uno de sus gatos favoritos, ese enorme y hermoso gato gris de ojos azules al que le puso por nombre Copelas o cuello”.