uando era estudiante, viajaba al festival de Edimburgo con mi amigo Julian Holt a ver películas. Había varias razones para ello. Como fanático de los trenes, quería sacar fotografías de las locomotoras de vapor en la estación de Waverley. Me fascinaba el cine y tenía ambiciones de ser crítico, además de corresponsal extranjero, una vez que hubiera escapado de mis padres sobreprotectores. Eran los días de El cuchillo en el agua, de Roman Polanski, y de la Nueva Ola francesa. El maestro Fisk se alojaba en una desolada casa de huéspedes en el empobrecido puerto de Leith, lleno de borrachos y barcos viejos, si bien ocasionalmente se me podía ver en el salón de té Crawford, en Princess Street, leyendo ostentosamente mi ejemplar de Cahiers du Cinema.
Esta semana volví a Edimburgo. Las locomotoras se han ido sustituidas por excavaciones de Novotel en Leith, pero el mundo del cine me sigue fascinando. Me encantó la cinta sobre el futbol afgano titulada De las cenizas, que mi amigo Andrew Buncome ya reseñó para The Independent. Me impactó Restrepo, un largo documental para el cual dos valientes periodistas, Sebastian Junger y Tim Hetherington pasaron 13 meses con el segundo pelotón de la 173 Brigada Aerotransportada estadunidense en el valle de Korangal, quizá la zona más mortífera de todo Afganistán.
El pelotón instala un puesto de operaciones bautizado Restrepo
en honor de un camarada muy querido, y muerto; y enfrenta una versión en miniatura de Je San, en medio de la inmensa y nevada vastedad de las tierras del talibán. Durante la película, otro soldado muere cuando recibe un disparo mientras realiza un patrullaje y se puede ver, brevemente, el cadáver mientras las balas silban al pasar junto a la cámara. Después de que bombardea desde el aire una aldea terrorista
, el pelotón ingresa al caserío donde encuentra a niños horriblemente heridos y cuerpos de civiles.
Todo esto se vuelve más punzante al coincidir con el general Stanley McChrystal, quien esta semana se inmoló cayendo sobre su espada ante el presidente estadunidense, Barack Obama. No me gustan los generales, pero este hombre arrogante me inspira una pizca de simpatía. El desprecio que McChrystal expresó por el inepto Richard Holbrooke a quien llama el enviado AfPaki*
(qué título hilarante) quien está constantemente a la espera de su propio despido al menos tiene el mérito de la verdad.
Lo que fue más instructivo, sin embargo, fue el comportamiento de Obama. Cada mes, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, le obsequia una cantidad acumulable de humillaciones e insultos al impotente y asustado Obama, quien responde jurando más fidelidad eterna a Israel. Pero en el momento en que su hombre en Afganistán dice algunas verdades sobre su jefe, Obama hace un berrinche iracundo y lo despide. Obviamente, a McChrystal le hubiera ido mejor en el ejército israelí.
Paradójicamente, uno de los últimos actos de McChrystal a la cabeza de las fuerzas en Afganistán fue sacar a sus hombres de Korangal y cerrar Restrepo. Hace unos días un reportero de Al Jazeera entró al campamento abandonado junto con un montón de talibanes curiosos, quienes descubrieron, con júbilo, que los estadunidenses les dejaron una cantidad considerable de municiones. En eso terminó el sacrificio del pelotón y el sufrimiento aún más grande de los aldeanos afganos que fueron bombardeados en aras de la guerra contra el terror
.
Con todo, la película Restrepo es excelente, no sólo por retratar el temor de los soldados y sus espectaculares escenas de batalla en la vida real, sino por la documentación gráfica que hace de los terribles momentos en que la aldea es atacada. Una niñita mira llena de dolor a sus victimarios y en ese momento uno se da cuenta de que perdimos la guerra en Afganistán.
Habiendo cubierto la ocupación soviética de este mismo país hace 30 años, debo decir que no hubo camarógrafos rusos que filmaran a las víctimas inocentes de la loca aventura de Brezhnev. Si bien el público es invitado a empatizar con los soldados estadunidenses, la película no intenta protegernos de la verdad. Ningún ruso vio en el cine lo que su propio país le hizo a Afganistán, a los niños mutilados por las minas terrestres rusas, a las familias asesinadas en los puestos de control ni a los aldeanos asesinados por bombardeos de aviones Mig que yo solía ver despegar del aeropuerto de Jalalabad.
Otra película presentada en el festival de Edimburgo, El Juramento, es un filme cuidadosamente investigado sobre Salim Hamdan, quien fue chofer de Osama Bin Laden y residente de Guantánamo durante largo tiempo. También es sobre su amigo
el jihadista Abu Jandal (también llamado el padre de la muerte
). Aquí, de nuevo, vemos otra parte del brutal Estados Unidos: el abogado de Hamdan en Sanaia, ante un mar formado por los familiares yemeníes del acusado, explica los argumentos con que tratan de liberar a este hombre de la más disparatada prisión de Bush. Los familiares son educados y muestran respeto por ese joven estadunidense que viajó a una ciudad muy peligrosa para él para ayudar a uno de los hombres de Bin Laden.
¿Cuántos países árabes nombrarían a un defensor de oficio para defender a un estadunidense en una prisión árabe y cuántos abogados viajarían a Estados Unidos para hablar con la familia de su representado? ¿En cuántos países árabes se abrirán a debate las leyes bajo las cuales se condena tortura y ejecuta a prisioneros? ¿Entendieron esto los parientes de Hamdan en Samaia? Yo creo que sí. Los árabes entienden muy bien la naturaleza corrupta y brutal de sus dictadores de la misma forma que comprenden la barbarie del poder estadunidense.
Al final de El Juramento, se nos hace partícipe de la cruel realidad: el amigo jihadista
de Hamdan pasó horas dándole a la FBI cada detalle sobre el aparato de seguridad de Bin Laden, indentificó a sus colegas, sus armas de defensa antiaérea, su sistema de radio alimentado con paneles solares. Hamdan y Abu Jandal se casaron con unas hermanas por instrucciones de Bin Laden, pero el presunto jihadista vendió a su camarada a Estados Unidos.
Una vez liberado de Guantanánamo, Hamdan le escribe una carta dolida pero admirablemente contenida a quien lo traicionó. “Mi querido y testarudo cuñado: Escuché que hiciste entrevista para radio y televisión. ¿Para qué todo eso? Un hombre debe buscar paz y seguridad en el seno de Dios. Por lo tanto, dedícate a tus asuntos y no interfieras. Esta carta será breve y espero la tuya en respuesta. Que Dios te llene de bendiciones.
Pero ahora, Abu Jandal está en la lista de hombres buscados que Al Qaeda quiere asesinar.
De los dos despedidos esta semana, preferiría ser McChrystal y no Abu Jandal. Al menos el general reaparecerá pronto como experto
bien pagado de la cadena de noticias Fox.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
* AfPak, neologismo usado por la cúpula militar estadunidense para referirse, en conjunto, a la zona de Afganistán y Pakistán (N de la T)