sisto de prisa a un panel del Primer Seminario Internacional sobre Desarrollo Local Sustentable de la UAM Azcapotzalco, invitado por la maestra Gretchen González Parodi. En el panel, coordinado por el amigo René Coulomb, dos de los excelentes trabajos presentados, debidos a los doctores Abelardo Ávila y Pablo Yanez, me confirman en la visión preanalítica
que quería exponer: no estamos ya ante un panorama donde lo que se requiere es de pasos adicionales en el camino adoptado para el desarrollo y la calidad de vida de los mexicanos, sino ante la imperiosa necesidad de cambiar de rumbo, de reformar las reformas y de adoptar como divisa central de la nueva República que ésta es la hora de la igualdad, como lo propusiera la Cepal en Brasilia hace unas semanas.
La epidemia de obesidad y diabetes carcome el cuerpo mexicano y la pérdida precoz de capacidades que implica la desnutrición infantil quema por adelantado el bono demográfico (Ávila). La desigualdad y la pobreza, junto al precario acceso a los derechos fundamentales, cuando no su ausencia, en la entidad que goza del más alto índice de desarrollo humano, como es nuestra capital (Yanez), constituyen un estado de necesidad aguda y extensa que desemboca en un panorama de casi absoluta desprotección del conjunto de la sociedad. La inseguridad física, jurídica y social que define el drama del México actual delinea un cuadrante y un laberinto donde la soledad se despliega en un deterioro sistemático, imparable, de la cohesión nacional que nos queda. De aquí que no puedan verse sino como pueriles las iniciativas del gobierno y los grupos enfeudados para despertar el ingenio de los mexicanos mediante ofertas pírricas y lastimosas.
Haya o no terminado la crisis global, estemos o no en recuperación franca, los dilemas de México son otros y se definen por los saldos que, en todo caso, la recesión amplificó e hizo evidentes. Nos caracterizaban desde antes y es crucial hacernos cargo de ellos con claridad y coraje. El panorama es ominoso porque la vida cotidiana está marcada por la experiencia o la conjetura de la fragilidad humana, que dejó de ser experiencia límite y personal para volverse tragedia continua de comunidades y regiones ricas y pobres.
Es en la inseguridad y la desprotección colectivas donde se juega el destino y la calidad de nuestra democracia. Volver a creer en unos mercados incapaces de regularse a sí mismos, pensar que el camino andado de dependencia férrea de las exportaciones a Estados Unidos es la mejor autopista posible, aferrarse a la mala idea de que la democracia y sus instituciones primordiales se construyen sólo con votos (y su compraventa), es abrir una caja de Pandora que no necesita de crisis económicas para desplegarse.
A flor de tierra actúan hoy los aprendices de brujo que se nutren del encono y la ignorancia y apelan a la fuerza como única salida para el México atribulado. Lo peor es que este aprendizaje hace tiempo que dejó los reductos del México bronco
de don Jesús Reyes Heroles para instalarse en los corredores de palacio y los mentideros de la Alta Finanza.
Salir al paso de esta nefasta ecuación que se conforma todos los días es vital. Las seguridades de ocasión, como esa del aumento de la reserva, o los placebos fiscales como el de la tenencia, no sirven ya ni como placebo.
Se preguntaba Elenita el domingo: “¿qué vamos a hacer sin Monsi?” De lo único que debíamos estar convencidos es de que la memoria, hoy aplastada por el dolor de su pérdida, y la tristeza, alojada inclemente en nuestro futuro, deben volverse, y pronto, una renovada consigna por la lucidez y una exigencia firme a dirigentes y organizaciones de hacer de estos días de guardar el prólogo de una verdadera renovación republicana.
La ciudadanía que tanto buscó nuestro amigo tiene que hacerse al andar, sobre la marcha, con un gradualismo acelerado que evada la violencia y ponga en su lugar la estolidez de los que mandan y detentan un poder que no merecen, no han ganado.
Este es mi primer in memoriam. Ya haremos más en compañía de muchos.