Opinión
Ver día anteriorViernes 25 de junio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Marginalidad y violencia
E

ntre los marginados la principal preocupación es la sobrevivencia día con día, la muerte es una realidad que se hace presente a cada momento, ya sea por enfermedad o por violencia cotidiana que se incrementa de manera escabrosa a lo largo y ancho de todo el país.

La experiencia familiar se vive como un medio de alcanzar cierta seguridad y cuando la aspiración de mejoramiento se ve frustrada, la energía se vuelca a la nueva generación, que inmersa en los mismos duelos, carencias y agresividad extrema no viene sino a empeorar las condiciones ya de por si precarias, angustiosas y violentas prexistentes. Más depresión y más desesperanza para el caldo de cultivo de la violencia.

En la familia las actividades están distribuidas de forma arbitraria y por vía de la imposición, los mensajes son confusos y contradictorios cargados siempre de prohibición y amedrantamiento; no existe congruencia y difícilmente se discrimina entre las diferentes necesidades de cada uno de los integrantes. En estas familias las respuestas vitales y cotidianas se caracterizan por su mutabilidad, aleatoriedad y las respuestas están condicionadas por los bruscos cambios de ánimo de los progenitores; caracterizadas por la falta de contacto, de control, de límites claros que cambian de acuerdo con el estado de humor de los padres.

Las transacciones entre los miembros parecen ser de todo o nada, no hay graduación en las respuestas. Hay un franco predominio del orden matriarcal y la desorganización y el hacinamiento tienen serias repercusiones en el aprendizaje de las actitudes sexuales, en el matrimonio y en la crianza de los hijos. Con mucha frecuencia los padres se encuentran inmersos en discusiones sin fin y sin meta, y los hijos son abandonados a sus propios recursos o bien se les imponen obligaciones que no corresponden a su edad.

La angustia es una constante en las familias marginadas tanto en el hogar, en la cuadra, en la vecindad. Surgen los problemas por la territorialidad generando violencia entre ellos con y sin intervenciones policiacas.

Existe una irritabilidad extrema que se actúa sin control que se vuelve más peligrosa cuando median al alcohol y las drogas. Se responde aun sin provocación y las respuestas son cada vez más cruentas.

La situación traumática crónica en que viven y nacen los conduce a presentar evitaciones fóbicas de las situaciones o actividades que recuerdan el trauma original, dando lugar a una incapacidad laboral o recreativa; la anestesia síquica interfiere y matiza las relaciones interpersonales tanto de la pareja como con los demás integrantes de la familia; la labilidad emocional, la depresión y los sentimientos de culpa hacen surgir una conducta de autorreproche, de intentos suicidas y homicidios.

Las adicciones se presentan como recurso para evadir el terror tanto en el exterior como el procedente del mundo interno.

Se han observado entre esta población repetidos acontecimientos traumáticos, como pérdidas de los padres, hermanos e hijos, ataques sexuales; de hecho las violaciones suceden periódicamente. Éstas podrían evitarse o por la menos ser menos frecuentes, pero la incidencia de disturbios, desorganización y violencia es tal que nada se hace al respecto.

Los niños, en virtud del hacinamiento, son expuestos a experiencias de escenas primarias de los padres alcoholizados que acompaña la actividad sexual con hostilidad y golpes originando con esto que la violencia y la farmacodependencia se institucionalicen como parte de la vida cotidiana. Inmersos en esta promiscuidad también en ocasiones son abusados sexualmente incluso dentro del propio hogar.

Con estas terribles circunstancias los niños marginados, al crecer, despliegan una vida sexual limitada a contactos meramente físicos, depletados del aspecto vincular y relacional con el otro, de la ternura y, por supuesto, de una genitalidad adulta.

Aún faltan por enunciar algunos aspectos fundamentales para describir, si esto es posible, la tragedia de la marginalidad. A ello volveré la próxima semana. Mientras tanto pensemos en los millones de mexicanos que viven, mejor dicho sobreviven a estas dramáticas circunstancias ahogándose (o muriendo) entre la miseria, el analfabetismo, el terror y la violencia extrema debido a una cruel, despiadada y perversa desigualdad social.

Mientras esto sucede nuestros gobernantes están más preocupados por ganar las elecciones y permanecer ostentando el poder que por los muchos millones de mexicanos que padecen hambre y privaciones o son víctimas de la incontenible ola de violencia y criminalidad.