xtrañaremos la aguda actitud crítica y documentada de Monsiváis. Las bajas pasiones de los actores del poder no escapaban a su ironía, eran su blanco preferido. Su principal recurso además de su vasta cultura era la palabra. Su mordaz sentido del humor desarmaba las estudiadas poses de los políticos que siempre quieren salir en la foto como sagaces y correctos; Monsiváis se regocijaba con el humor involuntario
de la clase política exhibida como grotesca y pueblerina. Hoy, a pesar de evidentes antagonismos, muchos de éstos se proclaman encarecidos amigos
del sagaz cronista desaparecido. Yo no puedo presumir ninguna amistad pero si varias entrevistas, para mi programa radiofónico Religiones del mundo, donde pudimos conversar sobre la laicidad, el cristianismo, la trascendencia y el papel político de la Iglesia católica. A Monsiváis lo conocí en los años setenta, en el marco del grupo de reflexión Alfonso Comín, en el que intelectuales de izquierda debatían las afinidades y discrepancias entre el marxismo y el cristianismo. Ahí comprobé su impresionante cultura bíblica y teológica.
Años después al aire, Carlos Monsiváis era reacio a reconocer la existencia de Dios, sin embargo, era evidente que su cultivo ético está impregnado en las raíces del cristianismo. Dios, nos decía, es un concepto cargado de connotaciones antropomórficas y autoritarias con nefastos resultados, pues ha conducido a la intolerancia, absolutismo, exclusión y dogmatismo. Monsiváis creía en una fibra trascendente, pero no en un Dios castigador, culturalmente determinado, perseguidor de pecadores, sometiendo el placer y los deseos. Frente a los planteamientos de André Malraux de que el siglo XXI será religioso o no será, Carlos parafraseaba: Yo creo que la fe sigue siendo indispensable en la medida que el sentido de lo trascendente está ahí y no va a desaparecer. La frase sería: ¿este siglo contemplará el uso político de la religión o no lo hará?
Monsiváis, fiel a su origen protestante, rechazaba tajantemente toda forma de discriminación: religiosa, política, racial. Carlos Monsiváis dedicó muchas de sus energías intelectuales y militantes a la defensa de los derechos de las minorías, entre ellas la religiosa y particularmente de los evangélicos protestantes.
Monsiváis se decía muy poco religioso, en cambio era clara su postura crítica al activismo político de la Iglesia católica. Reconocía su actitud anticlerical, pero no era anticatólico, sí registraba la existencia del anticlericalismo cuando campea de clericalismo, especialmente el clericalismo de Estado; y todos los intentos de censurar y regimentar a la sociedad, levantan aún más la idea de fortalecer el carácter laico del Estado. Decía respetar el catolicismo y la fe de millones de mexicanos pero no la forma en cómo la jerarquía católica pretende imponer sus convicciones a todos como si tuvieran el monopolio de la verdad. “Mi experiencia –expresaba– de las repercusiones de la intolerancia religiosa me hace rechazar tajantemente el uso oficial de la religión. Por ello, agradezco y me siento orgulloso de haber estudiado en una escuela pública, porque me libré de prejuicios y haber podido afirmar así, en mi formación, el derecho de las minorías. Agradezco el laicismo y estoy convencido que la educación religiosa en las escuelas públicas sería un gravísimo retroceso que el país no merece.”
En su libro El Estado laico y sus malquerientes, UNAM, 2008, muestra cómo, desde la segunda mitad del siglo XX, más específicamente después de 68, los malquerientes de la derecha clerical hacen levantar contiendas, acumular estrépitos, pero acaban perdiendo una y otra vez. Exaltaba el ejemplo más contundente de cómo se pasa de enemigo a malqueriente, en la devolución de los 30 millones de pesos que el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, ante la presión social, hizo del donativo que el gobernador de Jalisco le entregaba para el Santuario de los Mártires. A pesar de los embates contra el Estado laico, Monsiváis no creía que el laicismo como derecho estuviera en riesgo, cuestionaba sí las operaciones de entrega de dinero no sólo para obras piadosas, sino de recursos públicos entre la derecha católica malqueriente incrustada en gobiernos locales y federales.
Sobre un tema en boga, por cierto pendiente en Cámara de Senadores, por introducir el carácter laico en la naturaleza del Estado mexicano, Carlos Monsiváis opinaba: “Efectivamente el carácter laico no está en la Constitución, pero tampoco Dios. Si no está Dios en la Constitución, poco me preocupa que no esté explícitamente el carácter laico del Estado. Acuérdate cuando los constituyentes ponen la palabra Dios. Se levanta Ignacio Ramírez y dice: ‘Yo no firmo eso’, porque el Estado tiene que ser por fuerza una categoría autónoma, que en sí misma se valide. No estoy citándolo, sino reproduciendo su argumentación en lo esencial. Si nosotros hacemos que el Estado dependa de otra instancia, estamos renunciando a nuestra soberanía. La soberanía consiste en que Dios no aparezca, como sí aparece en la constitución norteamericana, en la moneda, etcétera”.
Las agudas posturas de Monsiváis se extrañarán: defensa de los derechos de las minorías, de los derechos a la libertad religiosa y sobre las relaciones iglesias- Estado. Carlos Monsiváis fue un intelectual abierto a la trascendencia de lo sagrado y al mismo tiempo férreo opositor de su uso utilitario y represivo.