Otra vez Argentina, lamentaron al concluir el Fan Fest ante el 1-0 de Uruguay
Faltaron güevos
, dijo un desanimado espectador
Hubo quienes decidieron ir al Ángel; hay que festejar que no nos eliminaron
Gritaron de todo, menos de futbol
Miércoles 23 de junio de 2010, p. 6
Con el alma en vilo. Prendidos de un Chícharo que ahora, desprovisto de su magia, ahoga la euforia de los miles que lo fueron a vitorear al Zócalo y los sumerge en la frustración de un destino que no por sabido deja de ser amargo: Argentina, otra vez Argentina
, murmura la gente en la desbandada del Fan Fest, con el ánimo de un condenado a muerte.
Al término del juego, nadie se acuerda de la calificación a octavos de final, nadie festeja ese logro, antaño tan deseado. La sensación de la derrota amarga la mañana, porque anticipan el final de esta quimera de ganar la Copa del Mundo.
–¿Como vio a México?
–Pos.... más o menos –gruñe un hombre de estrambótica cabellera tricolor, con esa vocación nacional de mirar la desgracia no tan desgraciada como realmente es, en aras de encontrar la pronta resignación y consuelo.
Al consumarse la derrota, la desbandada es imparable. Ni las dotes histriónicas de Shakira con su interminable Waka Waka detienen el éxodo ni alcanzan a levantar a quienes ya traen los ánimos de funeral anticipado. Sólo alguna pareja confiesa su pretensión de ir al Ángel, porque a final de cuentas hay que festejar que no nos eliminaron...
Hay quienes llevan tatuajes tricolores de guerra, otros con la bandera que al final utilizan como cobijo de esta nueva frustración. Hay quienes resguardan el anonimato en esa extraña mezcla popular que conjuga la playera del Cuau con la máscara del Doctor Wagner, para potenciar la autoestima de quien las porta.
–Me la regaló el Doctor Wagner. Mire todavía, trae la sangre –responde con orgullo antes de definir lo que faltó en el juego: faltaron güevos–. Nada que agregar a su diagnóstico.
–¿Y sufrió o gozó el juego?
–Pos sufrí y gocé –responde mientras al doblarla casi acaricia la herencia del luchador, para que le siga dando valor.
Con la sonrisa dibujada en un rostro de payaso, Pikolín (me llamo Luis, refunfuña) responde con voz de ultratumba antes de intentar comenzar su espectáculo en el Zócalo: a la selección le faltó mucho, mucho
. No se le ven ánimos para iniciar sus payasadas ni gente que tenga humor de festejarlas.
Durante el juego, la tensión no alcanza a disolverse y se percibe entre los miles de disfraces que traen para evocar y alentar a sus fetiches, que lo mismo anuncian sándwiches que papas. Rueda la bola y el grito contenido, comienza a ahogarse desde el arranque hasta consumada la derrota.
En los restaurantes aledaños, saturados al conjuro de la selección, brotan decenas de directores técnicos: “hay que sacar al Guille, hay que meter al Chícharo”. ¡... qué la fregada! ¿Por qué sacó a Guardado? Nadie entiende a Aguirre
. Y sólo contemplan cómo el destino inexorable comienza a triturar los sueños y amenaza en convertirlos, otra vez, en la pesadilla de siempre.
Teléfono en mano, un joven habla de estos ches, monstruos del futbol que se asoman en el horizonte por no haber podido con Uruguay: Tienen a Messi, Higuaín, Tévez... ¿qué vamos a hacer contra ellos?
, pregunta a manera de vaticinio que augura la eliminación.