partir de hoy, México está incompleto pues le falta uno de sus hombres más lúcidos de su tiempo. Los últimos 50 años mexicanos no pueden entenderse sin la presencia, la omnipresencia, de Carlos Monsiváis, el intelectual independiente del poder, el escritor brillante, el ciudadano comprometido con las causas democráticas de la sociedad, el comentarista de cuanto fenómeno cultural, social y político asomara a la realidad.
Gracias Carlos por darnos tanto de ti desinteresadamente. Gracias por ser como eras, por pensar como pensabas, por reírte como te reías (de todos), por las enormes lecciones morales e intelectuales que nos diste a todos (todavía pasaremos un buen tiempo en lograr entender y asimilar muchas de ellas).
Tenemos tantas cosas que agradecerte Carlos. En primer lugar, tu amistad a toda prueba, tu solidaridad incondicional con las personas en desgracia. Gracias, Carlos por tu apoyo incansable a las causas del pueblo y a los sectores más decididos a enfrentar el cinismo y la impunidad del poder. Gracias, Carlos, por tu capacidad de indignación y tu talento para traducirla en alegatos brillantes y demoledores; por tu ingenio cotidiano que supo hacer del humor la mejor arma de la crítica implacable. Pero sobre todo, gracias, Carlos, por haber demostrado que la inteligencia y el talento no están reñidos con el compromiso ético y político.
Gracias Carlos, maestro de varias generaciones de periodistas, escritores, artistas, activistas. Maestro: tu voz genuina, tu conocimiento omnívoro, tu infaltable humor y tu visión deslumbrante, alternativa, siempre informada y aguda.
Cada mañana, casi sin fallar, sonaba (tengo que usar el pretérito) el teléfono de casa, Carlos Monsiváis estaba presto a comentar los últimos acontecimientos del país y del mundo. Siempre con ironía, hacía gala de su agudeza y sintetizaba en una frase los problemas más complejos de la vida nacional, al vuelo citaba referencias históricas, libros y episodios culturales que venían a cuento. Jamás perdió filo su capacidad de indignación frente a las injusticias, incluso las más pequeñas lo sublevaban, lo obligaban a convertir su pesimismo programático en sesudos análisis de la realidad y lograba entender las cosas, generar así la luz que es motivo de esperanza.
Promotor incansable de la sociedad que se organiza, cronista genial del empoderamiento de los ciudadanos, Carlos acompañó a cuanta lucha y movimiento social se le atravesó en su camino. Incluso se puede decir que redactó o ayudó a redactar la mayor parte de sus manifiestos. Hoy lo recuerdan y lo acompañan los maestros, médicos y ferrocarrileros del 58; los estudiantes de 1968; los activistas de los movimiento sociales urbanos; los capitalinos que vivieron del temblor de 1985; los convencidos en esfuerzos democratizadores de la sociedad; los indígenas zapatistas del Chiapas digno que no se rinde; las minorías que pugna por un lugar en la nación; las mujeres y su causa feminista; las lesbianas y homosexuales que combaten la homofobia, el prejuicio y el derecho a ser diferentes; los mexicanos que hoy luchan contra el capitalismo salvaje y sus lamentables consecuencias sociales y ecológicas, los que reivindican el arte popular, la historia nacional, y aquellos que llenan las calles convencidos de que la democracia y la justicia algún día llegarán a reinar en nuestro maltratado país.
Carlos, nos haces falta, nos harás falta siempre. Gracias, Carlos, por todo, gracias por tus palabras y tus ideas, por tu sabiduría, toda, siempre puesta al servicio de los demás, por creer, por pugnar, por pensar en un México incluyente y democrático.
Nada mejor te describe, Carlos, que aquellas palabras que escribiste, citando al poeta Luis Cernuda, en el homenaje que te ofreció la Universidad Autónoma de la Ciudad de México al reconocerte con el insólito y único doctorado honoris causas perdidas
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Gracias compañero, gracias por el ejemplo, gracias porque me dices que el hombre es noble, nada importa que tan pocos lo sean, uno, uno tan solo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana, muchas gracias
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