n su actual versión, el mexicano es un Estado capturado por un compacto conjunto de grupos de presión, frente a los cuales muestra, cada vez más, dolorosa incapacidad de acción y conducción. A tales grilletes se les suman adiposidades partidarias (burocracias) encerradas en sus propios trafiques y, recientemente, el crimen organizado en su variante más violenta, la del narconegocio en gran escala. Por si fuera poca cosa, al disolvente entramado descrito se le deben agregar sendos enclaves de intereses con sedes en el exterior. El resultado de esta sumatoria de agentes de gran calado y fortaleza innegable produce, en el gobierno, las instituciones y gran parte de la sociedad, aguda parálisis y desconciertos cotidianos. Se materializa entonces una cadena de subordinaciones malsanas que imposibilitan al Estado para funcionar adecuadamente y, sobre todo, para dar respuesta, siquiera frágil, a las necesidades y aspiraciones de las mayorías nacionales.
El futuro no le dispensa salida alguna a una situación de tal debilidad si no es para agudizar los males acumulados con los años. Los últimos 18 bajo la férula del priísmo tardío, desmesurado, mafioso y entreguista sentaron las bases de tan decadente situación. Los últimos 10 del panismo no ha sido otra cosa que la continuidad ineficaz, empequeñecida en visiones, corrupta y embadurnada por la rampante impunidad que contamina, por todos lados, este periodo desafortunado para la nación. Las resultantes pueden observarse por todos lados. En un primer término porque la misma actualidad bien puede definirse a partir de la dispareja y hasta obscena concentración de la riqueza en las manos de voraces plutócratas. Un grupo siempre en pos de mayores esferas de poder y privilegios. La sigue el reparto ilegal, patrimonialista, de los bienes públicos a un conjunto de personas y empresas que estelarizan el cupular tráfico de influencias. La pauperización continua y dramática de sendas capas poblacionales situadas en la baja mitad de la pirámide económica que aprisionan el mercado interno. La marginación creciente de los grupos étnicos que llevan siglos de intencionales olvidos se convierten en fantasmas, testificando la ausencia de los mínimos derechos humanos. Y el achicamiento de los horizontes y las oportunidades para las clases medias que se debaten en un continuo terror a desbarrancarse por la pendiente de la respetabilidad y el magro consumo. En medio de tal panorama la conclusión es obligada y no debe soslayarse por tiempo indefinido. El país se encuentra situado al borde de precipicios que pueden y deben ser evitados.
Demasiadas características de injusticia y falta de la menor habilidad para desatar un círculo ascendente de actividad productiva es una de las características definitorias del presente. La distancia con los propósitos de mejoría y bienestar que recitan los preceptos constitucionales es cada vez mayor. La fluctuabilidad social, alguna vez experimentada, se aleja hasta parecer un espejismo rellenado con humo propagandístico. Las únicas salidas a las masas apuntan entonces hacia fuera o hacia el callejón de las conductas ilícitas. Las primeras de ellas se transforman, con frecuencia inusitadas, en sufrimientos múltiples, segregación, explotación inmisericorde y hasta en tragedia. Las segundas forman el inagotable ejército de reserva del narconegocio para su violenta continuidad. Aún así, los (las) emigrantes continúan con su indetenible trayectoria de intentar un escape, de abrir una alternativa que les hable de posibilidades, aunque sean mínimas, de subsistencia y ciudadanía.
Es, también, por la captura que sufre el Estado que sus representantes oficiales no pueden, ni quieren, intervenir en la defensa, atención o aliento organizativo de los emigrados. Las relaciones internacionales de México están marcadas por los intereses y las visiones cupulares y no por el mandato popular que define la esencia de un Estado soberano. Así las cosas, los asesinatos de menores en las riberas del Bravo quedarán sin castigo; la venta indiscriminada de armas seguirá su rampante oferta; la defensa a ultranza de los desequilibrios del TLCAN que hacen legisladores americanos no tiene desperdicio por su altanera prepotencia; y la imposición de criterios, derivados de sus propios temores, se le escrituran a México como líneas de acción diplomática. ¿Cómo es posible que aquellos que se dicen socios no accedan, bajo circunstancia alguna, a revisar y renegociar un tratado que es dañino para los mexicanos? ¿Qué decir de su rotunda, intransigente negativa a detener la venta de armas? Ante tales posturas del vecino no hay otra ruta que una digna, inteligente y firme defensa, también a ultranza, de los intereses nacionales. Pero en esas peliagudas circunstancias, el pueblo debe estar detrás de su gobierno y confiar en él, cosa muy lejana a lo que hoy sucede.
Pero en medio de esta baraúnda que azuela al país algunos salen beneficiados y, con frecuencia inesperada, lo hacen con abrumadora realidad. Los grandes capos del narconegocio no han dejado de incrementar sus mercados y ferocidad en la defensa de sus intereses. El lavado de dinero es una actividad por demás abierta y lucrativa que les permite adquirir conciencias y defensores. Pero ellos no son los únicos ganadores de las deformaciones que aquejan, como plaga bíblica, al país. Otros, siempre situados en la escala de la respetabilidad, llegan a superarlos en rendimientos y privilegios. Así, las asignaciones de bienes públicos se atestiguan a la vista de todos con singular cinismo. Infraestructuras de cableado de conductores de cristal (fibra negra les llaman) que costó a la CFE y a Luz y Fuerza instalar 30 mil millones de pesos o más, se alquila, por 20 años renovables, a sólo 830 millones a un consorcio formado ex profeso. Qué duda cabe que, sobre esas generosas prestaciones se levantará otro gigante de las telecomunicaciones. Movistar, la empresa española que apadrina uno de los más conspicuos personajes del tráfico de influencias mayores, (Gil Díaz) ha logrado introducir, con ventajas innegables, a la española en el mercado mexicano, uno de los más rentables del mundo. Facilidad que, en aquel país, se le niega a Telmex usando subterfugios ladinos pero efectivos y sin que una quinta columna le preste nombre y conexiones.