a escena está dominada por la (efímera) máxima vitrina de la humanidad: el Mundial de Futbol; ojos, oídos y cerebros están absorbidos por este que es, sin duda, el fenómeno sociológico de mayor alcance de los humanos.
Pero no podemos resignarnos; debemos seguir pensando y escribiendo nuestras reflexiones sobre otras vicisitudes del mundo. Más reflexiones, más sobre el riesgo de una recaída de la crisis planetaria que puede ser inminente.
Todas las sociedades lo han hecho siempre: toma cada individuo una decisión –la más racional y conveniente para los intereses propios dados los datos que cree leer del mundo real–, que configura para el conjunto una tragedia inescapable. Las hay de calado menor (frente a una crisis como la presente), como una devaluación; pero puede haberlas catastróficas en una escala mucho mayor.
Si los tenedores de capitales líquidos, todos o en su mayoría, creen que el riesgo de una devaluación es muy alto, o inminente, la devaluación ocurrirá indefectiblemente: es la propia conducta individual frente a la creencia del riesgo la que la produce. En ausencia de control de cambios, y si la lectura del riesgo de una devaluación es considerablemente alta, ya puede ser llevado el tipo de interés a las alturas, que ello mismo será leído como constatación de que el riesgo es máximo. En ese caso, quienes tienen plata se dedicarán a comprar dólares a raudales, y es esta compra a raudales la que no puede ser enfrentada por el banco central, sino con una devaluación. Lo peor: la devaluación confirmará (a quienes la produjeron) que tenían razón
: he ahí la devaluación que temíamos.
Algo de esta naturaleza, pero de una escala muchas veces mayor y muchas veces más complejo es lo que ocurre con las grandes fuerzas políticas y económicas que han estado tomando decisiones en los últimos días: cada quien con sus propias uñas, es la consigna. Las torpes pulsiones nacionalistas de Europa actuarán contra ella empeorándolo todo.
Todos los gobiernos de los países desarrollados saben que el no haber inyectado recursos a la economía en medida suficiente, llevó la crisis del 29 a la peor crisis de desempleo de la historia. Frente a ese conocimiento, esta vez, Estados Unidos por delante, más Europa –en particular la zona euro– y Japón y China inyectaron inmensos recursos multimillonarios a sus respectivas economías que tendieron por algún tiempo a estabilizar los mercados financieros, aunque no pudieron evitar caídas en algunos casos muy severas del producto y, sobre todo, del empleo.
Pero esas mismas incalculables fortunas inyectadas a las economías comenzaron a poner en duda las deudas soberanas de distintos estados. Fue primero Grecia, en alguna medida Turquía, le siguieron Portugal y España, y ahora esta crisis de las deudas soberanas ha avanzado hacia el norte, que parecía más fuerte: Francia, Austria, Holanda y Bélgica. ¿Pero quién demonios pone en duda las deudas soberanas de los estados? No hay misterio: los absolutamente insaciables especuladores apoyados por las agencias calificadoras (que son parte sustantiva responsable de la crisis financiera internacional). Estas agencias –Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch, principalmente– aumentan o disminuyen el riesgo país
, que es, digamos al paso, un indicador extraordinariamente superficial para evaluar las condiciones de operación de una economía, pero que se ha vuelto la Biblia financiera aceptada por todos.
El aumento o disminución del riesgo país
se refiere a la evaluación por esas agencias sobre el grado de riesgo de un Estado para enfrentar con mayor o menor solvencia su deuda soberana. Si se aumenta el riesgo país
de un Estado, las inversiones que lleguen a ese Estado o el crédito internacional que pudiera requerir deberá pagar un diferencial: una tasa de interés más alta, con lo cual la situación financiera de ese mismo Estado, por supuesto, empeora. Eso ocurrió con Grecia, Portugal y España, y ahora avanza hacia Francia, Austria, Holanda y Bélgica.
Cualquier persona con sentido común diría, pues está más que claro: todos los países desarrollados juntos deben aplastar a los especuladores y sus agencias calificadoras, dejarlos fuera del juego y llevar a cabo una reforma financiera de la profundidad necesaria para hacer inservibles e inoperantes a semejantes sabandijas.
Pues no, señor. Lo que ha está ocurriendo es un ajuste
neoliberal del déficit de estos estados de alcance monumental: cada uno con sus propias luces o tinieblas en la mente. Stiglitz inmediatamente se manifestó contrario a la aplicación de políticas de esencia monetarista: no resuelven el problema de fondo que es el empleo, dijo. La austeridad
que se ha decidido es parte del recrudecimiento de la crisis que viene. Soros también ha anunciado ya la segunda parte de la crisis. Y el drama llegará a un clímax si, como en España, y como ya se anuncia en Italia y Alemania, las masas responden con huelgas generales: el sufrimiento de estas sociedades será inmensurable; los efectos de la crisis empobrecerán a todos mucho más.
Gran parte de la destrucción económica que producirá la crisis en el caso de la zona euro, podría aliviarse sustancialmente si avanza hacia la construcción de un gobierno económico que pueda tener una política económica para el conjunto. Por lo pronto, el sálvese quien pueda conlleva el alto riesgo liquidar a la Unión Europea y su zona euro.