l pasado 2 de junio, las estudiantes de la Escuela Normal Rural Justo Sierra Méndez, de Cañada Honda, se presentaron a las instalaciones del Instituto de Educación de Aguascalientes (IEA) para negociar un pliego petitorio. Como las autoridades se negaron a dar respuesta a sus demandas, ocuparon las oficinas educativas. Horas después, elementos de Seguridad Pública estatal los desalojaron con lujo de violencia y detuvieron a 23 jóvenes.
Misteriosamente, cuando la policía asaltó las instalaciones pedagógicas, los funcionarios de la Comisión Estatal de Derechos Humanos que estaban allí desaparecieron. Omar Williams, presidente de la comisión, se presentó en el IEA cuando los actos violentos contra los estudiantes ya se habían consumado. Las normalistas demandan que se publique a la brevedad la convocatoria para el examen de admisión de 120 alumnos, y que la calificación mínima requerida para ingresar al plantel sea de siete, en lugar de ocho. Ahora exigen, además, la libertad inmediata de 10 alumnas de Cañada Honda y 13 muchachos provenientes de las escuelas normales rurales de Tiripetío, Michoacán; San Marcos, Zacatecas, y Ayotzinapan, Guerrero. Se les acusa por los presuntos delitos de privación ilegal de la libertad, despojo y uso indebido de sus derechos.
A la Escuela Normal Rural Justo Sierra Méndez asisten poco más de 430 alumnas. Los orígenes de la escuela se remontan al estado de Chiapas. El 11 de marzo de 1938 se incendió la Escuela Regional del Soconusco. El diputado J. Isabel Durón, oriundo de Cañada Honda, solicitó, con éxito, que la escuela fuera trasladada al estado de Aguascalientes. Los primeros años funcionó como escuela elemental agrícola, adquiriendo su nivel de escuela regional campesina hasta el 1º de febrero de 1941.
La normal rural se estableció en la ex hacienda José María Morelos. Las alumnas son, en la mayoría de los casos, hijas de campesinos con pocos recursos. Provienen de municipios de Aguascalientes, Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Guanajuato, Jalisco y Guerrero. Tienen grandes carencias materiales. Varias de ellas sufren de anemia. Aquí llegan las muchachas bien flaquitas
, le dijo Hermelinda Hernández, la cocinera de la normal, a Érica Zamora. “A veces –cuenta– se quedan con hambre porque no alcanzamos a preparar todos los alimentos necesarios, y no pueden servirse una segunda ración”. La escuela es una de las pocas opciones de movilidad social de que disponen.
Los recursos de la institución educativa son precarios. Faltan docentes, materiales educativos y servicios médicos. Hace apenas un par de años el presupuesto diario para la alimentación de las muchachas era de 47 pesos por persona. En los dormitorios no hay espacio suficiente para dormir. Las de recién ingreso pernoctan hacinadas. Las instalaciones están deterioradas y el mantenimiento que se les da es limitado. Los dormitorios, baños y la cocina están en mal estado. La humedad amenaza a los no muy abundantes libros que se conservan en la biblioteca.
Las alumnas de Cañada Honda están internadas. Comienzan su día a las seis de la mañana, aseando sus dormitorios y baños, y ocupándose de tareas en la cocina. Asisten a clases con uniforme, peinadas impecablemente y con los zapatos boleados. Además de estudiar, siembran maíz y alfalfa, y crían puercos. Utilizan las ganancias de estas actividades para celebrar el Día de la Mujer y el del Maestro. Cada año se gradúan unas 100.
En los muros interiores de la casa grande de la escuela las alumnas pintaron junto a otras imágenes: No podemos tener una revolución que no involucre y no libere mujeres
. Como otras normales rurales, Cañada Honda tiene una larga tradición de lucha, fiel a las estrofas del himno normalista: Normalistas, trabajar es la misión /que redime que salva y ennoblece /con la labor el entusiasmo crece /de salvar a la patria y a la nación (...) Normal rural, madre querida /en ti se forjan almas fuertes /las enseñanzas que tú viertes /serán la guía de mi vida
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Las estudiantes han luchado en contra del cierre de su escuela y de la reducción de la matrícula, por mejores condiciones de estudio, por el remozamiento de las instalaciones y en defensa de la educación pública. Forman parte de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México. Desde 1980 está latente la amenaza de que la escuela desaparezca.
En 1994, durante la gubernatura de Otto Granados Roldán, los habitantes del municipio impidieron que los policías antimotines entraran a las instalaciones de la institución para sacar a las jóvenes de sus dormitorios. Como señaló uno de los participantes en aquellas jornadas de lucha: El pueblo unido se enfrentó a estos grupos de choque para defender lo que considera suyo, haciendo guardias permanentes en las puertas de acceso a la institución y permaneciendo a la expectativa para actuar de acuerdo con las circunstancias. La campana mayor del templo que nos llama al rezo también nos llama a la defensa de la dignidad de nuestro pueblo
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La maestra Amelia Castillo escribió en enero de este año a sus compañeras: Soy una orgullosa egresada de la Normal Rural de Cañada Honda, Aguascalientes, hace ya casi 27 años. Quiero decirles a todos los jóvenes normalistas rurales que lean esto que es importante no perder nuestra identidad como tales, que el espíritu revolucionario del que nos hemos nutrido en estas escuelas debe ser la llama que dirija nuestras vidas como profesores y como ciudadanos rebeldes del mundo. Es lo que nos hace diferentes de los demás
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Las normales rurales están bajo ataque. Los gobiernos de Guerrero, Chiapas, Michoacán, estado de México y Aguascalientes han agredido a los normalistas. La tentación de desaparecerlas es constante desde el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Los políticos olvidan que son una de las pocas válvulas de movilidad social que existen para los hijos e hijas de campesinos. Más aún entre mujeres jóvenes rurales. De allí la radicalidad de los normalistas. De allí la convicción de maestras como Amelia Castillo.