Se agudiza la dependencia alimentaria del exterior
En AL y el Caribe hay 52 millones de desnutridos
s tal el jolgorio mediático que se traen por la recuperación económica
del país (así sea en el discurso), que asuntos estratégicos, como la seguridad alimentaria y la triste realidad –social y productiva– del campo mexicano han quedado totalmente fuera de la agenda de las celebraciones. Cada vez más dependiente de las importaciones, el estómago
de México reporta un delicado estado, que, todo indica, nadie tiene el menor interés en aliviar.
Desde el advenimiento de la modernidad
en el agro nacional (según promesa del Tratado de Libre Comercio de América del Norte), la panza nacional depende cada día en mayor medida de los alimentos que se producen allende nuestras fronteras. La crisis de 2009 (la que ya se superó
) debilitó aún más la capacidad productiva del campo y profundizó –si es que en realidad había espacio para ello– el deterioro social de los que aún sobreviven en y de él.
En este contexto, México gasta miles y miles de millones de dólares anualmente para adquirir en el extranjero alimentos que no hace mucho se producía internamente. Para el país, “se proyecta una mayor demanda de importaciones en 2010, impulsada por una menor producción a nivel nacional… México, que ya era uno de los principales importadores netos de la región, ahora depende aún más de las importaciones”, y no precisamente de artículos suntuarios, de acuerdo con el detallado informe Perspectivas de la agricultura y del desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América Latina y el Caribe 2010, elaborado por la Cepal, la FAO y el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), mismo que destaca que junto a la disminución del PIB regional (1.8 por ciento en 2009; 6.5 por ciento en México) y la gran volatilidad de los precios de los productos agrícolas, la seguridad alimentaria en la región ha retrocedido a niveles no observados desde 1990-1992, con un número cercano a 52 millones de personas desnutridas
.
Como parte de su informe, los citados organismos señalan que la diferenciación de la actividad económica entre subregiones y países muestra que las economías del Caribe fueron más afectadas que las latinoamericanas, y entre éstas sobre todo México
, que presentó la mayor pérdida en términos del PIB en 2009. Se espera, además, que el crecimiento proyectado para 2010 sea más elevado en América del Sur que en las demás subregiones, dado el mayor tamaño relativo de los mercados internos en esos países y la mayor diversificación de sus destinos de exportación, con una participación destacada de China. Esos países son por tanto menos dependientes de la economía de Estados Unidos, cuya recuperación ha empezado más tarde que la de los mercados asiáticos.
Los datos del 2008 por país confirman la evolución más adversa de la pobreza en el medio rural, sobre todo de la indigencia. De un total de nueve países para los que se disponía de información al momento de elaborar este informe, únicamente en tres, Brasil, Perú y Uruguay, continuó reduciéndose la incidencia de la pobreza y de la indigencia, tanto a nivel nacional como en el medio rural. En los demás países (Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Paraguay y República Dominicana) aumentó la incidencia de la indigencia rural, en algunos casos de manera significativa.
Una encuesta realizada para este informe reportó que la producción agrícola aumentó durante 2009 en 24 de los 34 países que contestaron, se contrajo en siete de ellos y se estancó en tres. Las expectativas para 2010 apuntan una recuperación importante en la producción agrícola de la mayoría de los países de la región, pero sujeta cada vez más a factores climáticos y al comportamiento de la demanda internacional (afectada aún por la recesión), y no tanto a los precios internacionales. La baja observada en los precios de los principales productos básicos agrícolas durante 2009 no pareciera haber restado ímpetu al ciclo productivo del 2010.
En el corto plazo, los agricultores de pequeña escala necesitan programas que les ayuden a sobrevivir a la crisis económica, o muchos de ellos pueden verse forzados a la quiebra. La producción de pequeña escala de ganado proporciona puestos de trabajo y seguridad alimentaria a millones de personas en la región, pero necesita ser fortalecida. Para aumentar la productividad de manera sostenible, los productores necesitan políticas y estímulos que favorezcan el uso sostenible de la tierra, la conservación del agua y la biodiversidad, así como la reducción de emisiones y una mejor salud animal para prevenir las zoonosis. El sector puede desempeñar un papel clave en la mitigación del cambio climático mediante la mejora de la productividad. Esto implica mejorar las deficiencias en políticas y mercados, y aplicar incentivos adecuados. A pesar de que el sector ganadero contribuye de manera importante a la seguridad alimentaria y la mitigación de la pobreza, se requiere importantes reformas políticas e institucionales, así como inversiones públicas y privadas para que los pequeños agricultores puedan aprovechar las oportunidades ofrecidas por el crecimiento en el sector. La industria ganadera en América Latina tiene la oportunidad de crecer para satisfacer los mercados internos y la demanda mundial, pero este aumento de la productividad no debe ser a costa del medio ambiente.
Los indicadores de pobreza para el total de la región muestran que los efectos de la crisis económica habrían sido mayores en las áreas rurales. La tendencia se empezó a manifestar en 2008 y se profundizó durante 2009. En el caso del empleo rural los efectos son mixtos. En países con una mayor proporción del empleo en actividades no agrícolas, los efectos serían negativos, mientras que en los países con empleo agrícola importante dependerían de cómo haya evolucionado el sector agrícola durante la crisis. Se realizó un análisis de tipologías de hogares rurales y de la composición de sus ingresos, para varios países de la región. Los resultados destacan tres elementos: primero, la importancia de los ingresos salariales, especialmente los no agrícolas, tanto en la formación del ingreso de los hogares, como en su efecto potencial para reducir la pobreza. Segundo, la importancia de la diversificación de actividades productivas que amplíen el rango de opciones de empleo para la población rural, especialmente de empleo asalariado. Y tercero, la importancia de las transferencias para la población pobre, incluyendo aquellos pertenecientes a hogares agrícolas, así como su relevancia para evitar que la incidencia de la pobreza sea mayor.
Las rebanadas del pastel
Como alguna vez se comentó en este espacio, el estómago de los mexicanos pasó del SAM (Sistema Alimentario Mexicano) a depender del Tío Sam. Buen provecho.