Opinión
Ver día anteriorMiércoles 26 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los enemigos internos de Benedicto XVI
A

ún resuenan las palabras del papa Benedicto XVI, camino a Lisboa, donde expresó que los enemigos más severos están dentro de la Iglesia. Recordemos las palabras exactas: Encontramos que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen del exterior, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden de dentro, del pecado que existe en la Iglesia. Esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de forma aterradora: que la persecución más grande a la Iglesia no procede de enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia. Y, por tanto, la Iglesia tiene una profunda necesidad de aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia. El perdón no sustituye a la justicia.

No es la primera vez que el Papa reconoce tensiones internas. Hace poco más de un año, Benedicto XVI, en una carta en que confesaba errores al levantar la excomunión a los obispos lefebvrianos, advertía igualmente, que la Iglesia vivía tiempos turbulentos, donde los cristianos muerden y se devoran; ahí parecía que la crítica se centraba en aquellos sectores que le reprochaban alejarse del espíritu y de los mandatos del concilio, mientras el mensaje último camino a Portugal parece destinado a la conservadora y vieja guardia de la curia romana. ¿Quiénes son los enemigos internos del Papa?, ¿cuáles son sus intereses? y ¿cómo actúan? Al parecer, el papa Benedicto XVI tiene tres frentes internos que podemos resumir así:  A) Uno de los enemigos históricos que se ha ganado a pulso el Papa es el progresismo católico. Desde la etapa Ratzinger, éste se enfrentó a teólogos heterodoxos, liberales y liberacionistas, cuya oposición hoy está simbolizada por el teólogo suizo Hans Küng. B) Creciente descontento de diferentes episcopados, principalmente europeos, por el excesivo centralismo y verticalismo romano en la toma de decisiones. Recientemente los obispos austriacos reprocharon al vaticano el inadecuado nombramiento de obispos; en el caso del perdón a los lefebvrianos, la medida fue contestada por los episcopados de Francia, Alemania, Holanda y Austria. C) Otro frente importante por su peso político lo encontramos en sectores ultraconservadores de la curia romana, especialmente aquella ligada al pontificado de Juan Pablo II. La nueva línea de denuncia y castigo al clero abusador de menores vulnera las redes de complicidades, silencios y corrupción que ha imperado en las altas esferas de la Santa Sede. En este apartado incluyo a sectores directivos de la Legión de Cristo, que han percibido en Joseph Ratzinger una amenaza severa que ha venido constriñendo la estabilidad y la existencia misma de la congregación.

Es interesante tomar en cuenta los análisis de los vaticanistas italianos, más cerca de las intrigas palaciegas, con naturales reservas, sus conjeturas y construcción de hipótesis sobre las fracturas.

En un artículo para Il Giornale, Andrea Tornelli, periodista muy allegado al Papa, asegura que los ataques tienen por objetivo minar la credibilidad moral de la Iglesia en la opinión pública; existiría, por tanto,  un cobro de facturas contra el pontífice por haber restablecido la misa antigua en latín, por haber levantado la excomunción a los lefebvristas y por haber defendido las heroicas virtudes de Pío XII. Su carácter conservador provoca enconos y refiere un comentario de Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, quien declaró a CNN: Parece que hoy cada acto del Papa irrita ciertos ambientes.  Los enemigos internos apuntarían a los sectores católicos progresistas, lo deduzco, quienes tienen poco peso en la toma de decisiones de la curia, pero gozan de presencia y credibilidad mediática. Hans Küng, por ejemplo, tuvo la osadía, en una carta dirigida a todos los obispos, de solicitar apego al concilio, aun a costa de contravenir las directrices del actual Papa. Giancarlo Zízola, sin duda el vaticanista más sólido, ligado fuertemente a la figura de Juan XXIII, en una reciente entrevista radiofónica que le realicé, dijo que al dramático comentario del Papa habría que darle dos lecturas, una teológica y otra política. La Iglesia pasa por la prueba más crítica de que se tenga memoria bajo la edad moderna. El Papa habla del pecado de y en la Iglesia; en términos políticos el Papa contradice frontalmente las tesis minimalistas que sustenta el núcleo fuerte de la curia, según la cual la imagen de la Iglesia habría sido atacada por los grandes poderes seculares contando con la complicidad de los grandes medios de comunicación. Dicha tesis ha sido enarbolada por Angelo Sodano, ex secretario de Estado y actual decano. Efectivamente hay un importante sector de cardenales conservadores y ceñudos que, ante las declaraciones de ex miembros de la legión a Jackson Barry, han quedado expuestos por actos de corrupción y confabulación. Los implicados son cardenales como Darío Castrillón, Stanislaw Dziwisz, Alfonso López Trujillo, Jean Batista Re, Eduardo Martínez Somalo y, por supuesto, el propio Sodano. Sólo así se explica el choque de cardenales que protagonizó el cardenal de Viena, Christoph Schönborn, al señalar a Angelo Sodano por entorpecer el proceso de condena por abuso sexual de su antecesor. Retomando a Zìzola, nos dice, Benedicto XVI quiere moralizar la estructura de la Iglesia y profundizar su naturaleza espiritual, pero lamentablemente “existe una soledad institucional del Papa; hay un problema de coherencia y de gobierno interno. Benedicto XVI quiere romper una articulación estructural entre la perversión sexual y la perversión política que compromete y expone a la Iglesia a los grandes poderes económicos y polítcos; los legionarios son un buen ejemplo de esto. La Iglesia –continúa– no puede estar sujeta a un sistema de poder sacralizado ni clerical. Evidentemente este modelo ha afectado los niveles de convivencia y de fraternidad que se viven dentro de la Iglesia”.  La Iglesia en situación de pecado tiene que ir más allá de los perdones simbólicos y mediáticos de Juan Pablo II: tiene que purificarse también.