l productor y actor francés Jacques Perrin ha incursionado desde hace 15 años en diversos documentales que de modo llamativo y muy desigual registran el mundo de la naturaleza. Su éxito insuperado es Microcosmos (el pueblo de la hierba), de 1996, novedosa visita al mundo de los insectos.
En una asociación de cuatro años con los científicos Claude Nurdsany y Marie Perennou, el equipo pudo crear una verdadera sinfonía entomológica: un mundo de insectos, coleópteros, lepidópteros y demás variedades, capturado a través de lentes de alta precisión microscópica, con una cámara que se sumergía entre los follajes para registrar escenas de corte épico, como la defensa que hacen las hormigas de sus críos frente a los ataques de las catarinas, o la tormenta que significa un simple chorro de agua para las especies diminutas.
Microcosmos era una experiencia puramente visual, desprovista de comentario didáctico, sincronizada con una estupenda pista sonora. Cinco años después el mismo productor, a lado de Jascques Cluzard, estuvo detrás de otro documental interesante, pero ya no tan innovador ni tan controlado, Alas de sobrevivencia (Le peuple migrateur, 2001), en el que se seguía la trayectoria de aves migratorias a través de los cinco continentes, una ocasión de rivalizar en tomas espectaculares con National Geographic.
Otro documental, La Tierra (Linfield y Fothergill, 2007), completaría este itinerario con visitas a los lugares más insólitos del planeta. Faltaba por explorar el mundo secreto y enigmático de los océanos, ese otro lado del espejo
, universo sin gravedad que tanto fascinó al capitán Jacques Cousteau en su espléndido documental El mundo sin sol (1964).
El reto para Jacques Perrin y Jacques Cluzard era ahora enorme. La exploración de las profundidades marinas no facilita la elaboración de historias conmovedoras, como las travesías sobre grandes extensiones de hielo en La marcha de los pingüinos (notable documental de Luc Jacquet, 2005), ni la minuciosa crónica de esa épica del esfuerzo de las aves por sobrevivir en climas más favorables.
El universo marino es más fascinante aún, porque ilustra una suerte de prehistoria de aquella vida terrestre que regresó al mar para permanecer ahí enclaustrada, increíblemente vital, y siempre secreta.
No es un azar que Océanos privilegie el espectáculo de especies marinas que semejan reptiles antediluvianos, de peces camaleónicos que simulan ser rocas para mejor engañar y engullir a sus presas menores, de un camarón gigante que libra un victorioso combate contra un cangrejo, o de legiones de crustáceos que alineadas se entremezclan belicosamente en perspectivas enormes. O la marcha de estrellas de mar que parecen gravitar sobre los nódulos transparentes que les permiten avanzar rítmicamente, o el ondulante manto de un molusco extraño, pulpo frazada, y la danza española
de babosas multicolores, todo reunido en un eco formidable a aquella vida diminuta que describía Microcosmos, vida bajo nuestros pies, inerme, familiar y misteriosa.
Al lado de las especies insólitas que la lente captura en los cinco continentes, hay también el registro de lo ya conocido, los delfines, peces espada y tiburones que surcan veloces la superficie del mar y librándose ocasionalmente a caprichosas acrobacias aéreas, o los geométricos desplazamientos coreográficos, a lo Busby Berkeley, de bancos de peces en arrecifes filmados en Cozumel, a lo que se añade el inventario en otras latitudes de ballenas, morsas, focas, pingüinos y osos polares.
Una morsa abrazando a su crío, como imagen sentimental de calendario; un pingüino solitario recortado en la inmensidad ártica, como imagen radical del abandono; la masacre de peces hecha por pescadores apenas visibles, capturados desde el otro lado del espejo, como constancia brutal de la depredación, con la sádica escisión de aletas que hacen que un tiburón regrese inválido a sepultarse vivo en el océano, y los desechos industriales envenenando el mar, antes primitivo y respetado, que incluyen la imagen elocuente de un carro de supermercado, icono de la sociedad de consumo, olvidado en el fondo del mar, constituyen la riqueza de imágenes que hace que Océanos sea un filme realmente notable, que lamentablemente carga con el lastre de un comentario poco inspirado, nada original, y hasta cierto punto inútil.