s inevitable. Más de 12 millones de mexicanos en Estados Unidos, 500 mil emigrantes cada año, 80 por ciento de nuestros intercambios económicos, 3 mil kilómetros de frontera, un bombardeo mediático diario sosteniendo que el american way of life es lo más deseable para los mexicanos, además de que, argumentan, es nuestro destino ineludible. Hasta el punto en que analistas con experiencia han planteado casi explícitamente que el mejor futuro para los mexicanos es el de nuestra práctica anexión a Estados Unidos. Y este delirio de esperar lo mejor del país del norte, que se filtra en conversaciones y en nociones
apenas balbuceadas, a pesar del racismo y de la xenofobia que se han reforzado en Estados Unidos, de lo que la ley Arizona es apenas un ejemplo por su atrevimiento fascista y gemelo del apartheid.
Ante esta avalancha de realidades que nos ligan a Estados Unidos, todavía remachadas por un narcotráfico cuya demanda abrumadora es estadunidense, y cuya violencia se nutre por la exportación de armas compradas de aquel lado
, parece natural que Felipe Calderón concentre su atención y actividades en el país del norte. Al cual, es justo reconocerlo, en su última visita le dijo unas cuantas verdades que no podía silenciar.
Discursos políticos y hasta recomendaciones de que los estadunidenses de origen mexicano votaran por el Partido Demócrata, ante la bárbara cerrazón de los republicanos. Tal sería, en principio, el mejor futuro para nuestros compatriotas en esas tierras, e hizo bien en afirmarlo.
Y, de paso, ayudó a que se exhibiera uno de los problemas más graves a que se enfrenta cualquier gobierno de Estados Unidos, por supuesto también Barack Obama y el Partido Demócrata: apenas habían pasado escasas 12 horas del fin de la visita de Calderón cuando la Casa Blanca anunciaba ya que no habría control de la venta de armas en Estados Unidos, aunque sí para su paso por las fronteras (¿?). Muestra del enorme poder e influencia de los grupos de interés y de los lobbystas que disciplinan hasta al Poder Ejecutivo cuando es ambiguo o denota alguna inseguridad respecto de los intereses corporativos.
Tal es la historia real de la gran democracia
de Estados Unidos, que le espeta al mundo machaconamente, y que al final de cuentas sólo se exhibe como dócil mandataria de los grandes grupos de interés. No la democracia ciudadana y comunitaria que observó en Estados Unidos en el siglo XIX Alexis de Tocqueville, sino una democracia falsificada y secuestrada por los grandes intereses, por los gestores
corporativos y por la pléyade de influyentes en la Casa Blanca y en las cámaras de representantes en Estados Unidos.
Democracia fraudulenta y corrupta, como en la mayor parte del mundo, que es hoy uno de los grandes problemas de la política y de la sociedad en todas partes.
Tales son algunas de las dificultades a que se enfrenta México hoy al concentrar sus relaciones con Estados Unidos casi con exclusividad. Ante este panorama en buena medida ineludible, nosotros proponemos volver también el rostro al sur, a América Latina, para recibir sobre todo un apoyo político que bien necesitamos. No hablo naturalmente de Colombia (¡que me perdonen mis queridos amigos de ese país!) con Álvaro Uribe, porque de ahí sólo recibiríamos empellones para más graves enredos, sino precisamente de la América Latina que se está renovando y que en las dos últimas décadas se desembarazó de uno los más negros momentos de su historia, en que proliferaron (con apoyo estadunidense y con el pretexto de la guerra fría) dictaduras sangrientas y atropellos incontables al derecho de las personas.
Sí, de inmediato dirán que viendo al sur no resolveremos nuestros problemas, pero diré que una de las debilidades mayores de los últimos regímenes (desde Carlos Salinas hasta Felipe Calderón) ha sido olvidar y aun menospreciar ese aspecto de nuestra condición internacional, que no sólo tiene carácter histórico y cultural, sino urgencia política y de solidaridades actuales. El drama es que en lo internacional hemos abandonado la necesidad de nuestra diversificación en lo político, en lo económico, en lo social y cultural. En el sur nos ven como parte integrante del norte porque así hemos querido que nos vean. Pero en estos años se ha probado sobradamente que el vínculo casi exclusivo con el país del norte no resuelve nuestros problemas, sino que los agrava.
Los agrava porque somos presa inmediata de la rapacidad de sus hombres de dinero, de un sistema financiero convertido en casino que los ha llevado a la monumental crisis económica que conocemos y que nos ha golpeado más duramente que a nuestros hermanos del sur, que con mayor inteligencia han ensanchado sus relaciones de todo tipo con Europa y Asia, convirtiéndose entonces en países con mayores opciones y más cartas a futuro. México está al lado de Estados Unidos, pero ha sido muy desafortunado que nuestros líderes
se hayan convencido que ese país es el único camino de salvación, y que la toma de distancias es suicida.
Precisamente porque hoy resultan imperativas ciertas realidades (migración y narcotráfico), deberíamos diversificar nuestras relaciones internacionales y políticas sobre todo al sur. Resulta una tragedia que un país con la fuerza interna de México sólo aspire a ser parte del sistema estadounidense, olvidándose de su capacidad de independencia y autonomía.