a habido ocasiones en que el festival de Cannes ha reservado sus títulos más fuertes para el último día, como ocurrió con Entre los muros (2008), de Laurent Cantet, o Rosetta, de los hermanos Dardenne (1999), ambas ganadoras de la Palma de Oro en sus respectivos años. Es dudoso que el fenómeno se repita esta vez pues la programación ha rematado su concurso con un par de petardos devastadores, que hacen suponer ya nos quieren echar del pueblo.
Unos escándalos mínimos precedieron la proyección de Utomlionnie solnstsem 2: Predstoyanie (Quemados por el sol 2: Éxodo), reciente realización del ruso Nikita Mijalkov, quien no había vuelto por La Croisette desde 1998, cuando su Barbero de Siberia fue recibido con carcajadas burlonas. Ahora, miembros de la comunidad cinematográfica rusa mandaron una carta al festival en señal de protesta por haber seleccionado la obra de un cineasta poco querido, dada su abierta adhesión al gobierno de Vladimir Putin. Además, la distribuidora francesa Wild Bunch admitió haber cortado 30 minutos a su duración total de tres horas, detalle que tampoco agradó a Mijalkov.
Le hubieran cortado otro par de horas. La película es un carnaval grotesco de egocentrismo, estridencia, cursilería y oportunismo político. En sus lejanos momentos de gloria, cuando era apreciado por sus películas chejovianas, Mijalkov se caracterizó por nunca incomodar al politburó. ¿Y ahora resulta que es antiestalinista? Según el propio director, la saga sobre el frente soviético durante la Segunda Guerra, fue inspirada por Rescatando al soldado Ryan (1998). A Steven Spielberg se le pueden achacar muchas cosas, pero no tiene la culpa de inspirar bodrios rusos. El único éxodo dramático en la función fue el de espectadores que buscaron la salida mucho antes de su conclusión.
Según rumoran las malas lenguas, la presencia de otra manera injustificada de Quemados por el sol 2 en la competencia, se debe a la manga ancha con que Wild Bunch ha sido beneficiada para mostrar sus productos en el festival. La amistad entre Vincent Maraval, el director de la compañía, y Thierry Frémaux seguramente quedó afianzada tras esta edición.
La última concursante desmintió el interés provocado por su director, el húngaro Kornél Mundruczó, con su anterior Delta (2008). Szelíd teremtés – A Frankenstein terv (Hijo delicado – El proyecto Frankenstein) se supone una versión actual del mito aludido en el título, en la cual un director de cine descubre que su hijo abandonado es el joven monstruo que ha vuelto a casa con instintos homicidas.
Otra vez, Mary Shelley es inocente de los despropósitos cometidos en su nombre. La idea del cineasta como creador de vida artificial
es tan presuntuosa como obvia. La película es igual de lenta e incierta en sus acciones como el Frankenstein de Boris Karloff, pero no despierta simpatía alguna, y el gratuito final no podía prescindir del tic más sobado del cine que se cree moderno: la cámara sigue a un personaje por atrás mientras camina, camina y camina. Uno ya está harto de ver nucas. Para eso los actores tienen rostros.
El jurado es quien ahora deberá chambear para obtener un palmarés justo y equitativo. Ya se conoce lo impredecible de esa deliberación. Sin embargo, en esta ocasión hay dos miembros, el cineasta español Víctor Erice y el ex crítico italiano Alberto Barbera, actual director del Museo del Cine de Turín, que podrían aportar necesarias dosis de sensatez. Pero nunca se sabe con un presidente del jurado como Tim Burton.