22 de mayo de 2010     Número 32

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


FOTO: Mixtin A.C.

Uarhukua chanakua una tradición milenaria

Jorge Caicedo Trevilla y Marco A. Barrientos Ortiz

En la historia de las culturas, antiguas y modernas, el pensamiento simbólicomítico ha elaborado durante milenios relatos proveedores de sentido. Son fundamentalmente los mitos los que han codificado visiones portentosas, tratando de dar sentido al mundo y al hombre, a su origen y su destino. La mitología impregna toda la vida y las fantasías humanas. Está presente en las ideologías filosóficas y en el imaginario cotidiano escenificado en rituales repetidos una y otra vez a lo largo de los siglos, en un afán persistente por dotar de significación a la vida.

Este es el caso de La Pelota Purhépecha o Uarhukua Chanakua (Juego de los Bastones) Donde lo mítico y simbólico se aúnan, se anteponen, representan el juego y su significado ancestral. Cuando la pelota es de fuego, se le llama: “pelota encendida” entonces simboliza la idea del paso del sol por la esfera celeste o la lucha de las tinieblas y la luz en el día y la noche, la contraposición de la vida y la muerte y la batalla diaria del bien y del mal. En la Relación de Michoacán, texto anónimo y uno de los documentos claves para el estudio del pueblo purhépecha, se habla de un enfrentamiento que sostuvieron dos dioses en un juego de pelota: Cupanzieeri y Achuri-Hirepe. En su libro Mitología tarasca, José Corona Núñez interpreta que la primera de las deidades representa al sol, además de que su nombre también significa “jugador de pelota”, mientras tanto la segunda representa “la noche que se apresura”.

El juego de pelota con bastón se practica desde hace más de tres mil 500 años, con algunas variantes en el continente Americano, como lo prueban los petroglifos del Infiernillo y las figuras de las Culturas de Occidente en Michoacán; los murales de Tepantitla en Teotihuacan, o una estela de Yaxchilan, Chiapas, y diversas cerámicas alusivas al juego.

Las fuentes etnohistóricas indican que posiblemente este juego es precolombino. Sin embargo, en las tumbas de tiro de El Opeño, Michoacán, se encontraron figuras de cerámica, algunas de ellas con parte de un tipo de bastón o manoplas en sus manos con una antigüedad fechada en el año 1280 A.C. También se encontró un “bastón” de piedra, lo que podría ser imitación del bastón, originalmente de madera, con que quizás se jugaba la pelota. Existe la posibilidad de que estos juegos de pelota fueran una especie de entrenamiento, como lo propone Stern (1966:95-97), quien dice que, dado que se aplicaba mucha violencia física, estos juegos pudieron haber servido como preparación para los jugadores/guerreros. Su práctica se ha transmitido de generación en generación, y aunque no podemos asegurar con certeza la fecha de su origen, los antecedentes confirman su milenaria antigüedad.

Se practica en diversos lugares y con diversos nombres: Uarhukua es el nombre más común con que se conoce este juego. Los etnolingüístas frecuentemente se refieren a uárhukukua. Otro nombre empleado para el mismo juego es Papándu Akukua. En Sinaloa le llaman el Gome y se prohibió en 1930 por una trifulca donde los jugadores se golpearon con los bastones. Los purhépechas de Michoacán le llaman Uarhukua Chanakua; y también lo practican los mixtecos del valle de Oaxaca. En Chile los mapuches lo practican con el nombre de Chueca; y un juego muy similar de gran éxito en la actualidad es el Lacrosse, que antiguamente era propio de los sioux y que hoy en día agrupa a más de 150 equipos amateurs y profesionales, practicado por hombres y mujeres, en más de cinco países, siendo Canadá su sede original.


FOTO: Mixtin A.C.

A la fecha se practica en distintas comunidades purhépechas como Caltzontzin y Paracho (municipio de Uruapan), Nurio (municipio de Paracho), Santa Fe (en Quiroga), Tiríndaro y Pátzcuaro (municipio de Zacapu) y Zacan (municipio de Los Reyes). Desde 1994 se practica en la Ciudad de México, donde se incorpora a la mujer. Recientemente se ha difundido en Chihuahua, Hidalgo, Oaxaca, Querétaro, Quintana Roo y Veracruz, entre otros.

Material requerido: El bastón (del purhépecha uarhukua y que significa palo) con que se juega en la Ciénega de Zacapu, una de las cuatro regiones en que está conformado el pueblo purhépecha; se considera de una medida de uno a 1.5 metros de longitud y se corta del árbol de tejocote; el mejor tiempo para el corte es cuando hay luna llena, momento en el cual la madera es muy resistente.

La pelota (zapandukua en purhépecha) tiene un diámetro de 12 a 14 centímetros, con un peso aproximado de 400 a 500 gramos. Es una pelota de hule espuma, envuelta por tiras de tela (puede ser algodón u otra fibra natural) que son ceñidas por cuerda o lazo de henequén a manera de red que cubre toda la pelota. Otro tipo de pelota es la de madera que se extrae de una parte de la planta conocida en la región como colorín, la cual debe estar muy seca para que se pueda moldear y antes del juego se introduce en gasolina o diesel. Anteriormente se cubría con resina extraída del pino para poderla encender y así mantenerla prendida por mucho tiempo.

Regla: cada equipo debe llevar la pelota en dirección contraria a la del contrincante; la distancia varía conforme las condiciones en las que se juega y en algunas comunidades se juega alrededor de una manzana o cuadra; el equipo que logre darle la vuelta a la manzana gana el juego. Tradicionalmente los chanaris, como se les llama a los jugadores, deben marcar sus faltas y el reto más importante es aprender de uno mismo jugando. Aunque actualmente existe un equipo de jueces que son los que califican y marcan las faltas para evitar polémica y disputas.

La Uarhukua Chanakua como juego se ha transformado a lo largo del tiempo, desde su significado hasta los implementos con que se practica, pero actualmente se conserva el espacio de juego como un espacio de interacción social, que permite negociar simbólica y lúdicamente conflictos de carácter individual, entre vecinos, de barrio o comunitarios, y es aquí en donde encuentra su justificación, el mito para que el ritual encuentre funcionalidad.

Asimismo, el proceso de recolectar y elaborar los materiales de juego (bastón y pelota de madera) como una técnica que demuestra una habilidad y conocimiento es resultado de un proceso de aprendizaje heredado por generaciones y, por tanto, parte indispensable del patrimonio cultural inmaterial de la región en lo particular y de la humanidad en general.

Guatemala

La vida en el campo

José Luis Caal

Se ha puesto a pensar alguna vez ¿qué piensa el campesino al escuchar el canto del gallo al amanecer? Seguramente las respuestas serán innumerables. Cuando el sol sale, el campesino, y muchas veces la campesina, también salen de su casa a una nueva jornada de trabajo. Hago esta pregunta sólo para trasladarnos imaginariamente de la ciudad al campo. Sin embargo, lo que interesa es comprender por qué hace 60 años el campesino en Guatemala no era respetado como ser humano. Nos trasladamos a la actualidad y vemos que lo que ha cambiado es la forma de dominación; las injusticias y los mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo continúan.

Para conocer parte de ese sentimiento y pensamiento humano desde el campo; recientemente tuve la oportunidad de participar en una reunión de un grupo de ex colonos de una finca de ganado en el departamento de Alta Verapaz, que después de 60 años se reencontraron, obligados por la necesidad de luchar por un pedazo de tierra para el cultivo de maíz y frijol para la subsistencia de sus familias. En esta reunión comentaban que durante la década de los 50s, a partir de los 12 años de edad eran obligados a trabajar dos semanas al mes en la finca sin devengar ningún tipo de remuneración económica. la condición de trabajo estaba establecida del día domingo a domingo.

A los 14 años de edad la obligación consistía en pastorear vacas y transportar leche de la finca al casco urbano, entre otras actividades; devengando la cantidad de 50 y luego 60 centavos a la semana, cuando el patrono tenía voluntad. Al cumplir los 18 años el trabajo forzado era en la producción completa de maíz, que consistía en producir para la finca seis cuerdas de terreno (en Alta Verapaz una hectárea contiene 20 cuerdas y la cuerda tiene 22 metros por cada lado).

El trabajo en la producción maicera iba desde la selección de la semilla, la preparación del terreno, la siembra, limpia y cosecha, hasta el almacenamiento y procesamiento, sin devengar ningún salario. Con esta condición se adquiría el derecho a sembrar ocasionalmente unas diez cuerdas de maíz para la subsistencia de la familia en los terrenos no fértiles para granos básicos.

Es así como se vive en este país de contrastes; mientras unos luchan para tener acceso a la tierra, en la parte norte del país empresas trasnacionales en complicidad con las instituciones del Estado, mediante mecanismos de coacción y engaño, despojan a las comunidades de sus tierras para plantaciones de monocultivos de palma africana, tabaco, construcción de hidroeléctricas, extracción de minerales y otros.

En este sentido hace unos días expresaba un campesino: “crecimos y estamos viviendo el daño que nos han causado, por muchos años nos intimidaron, nos han metido miedo; ahora estamos iniciando una nueva etapa de dominación, el despojo de las tierras por las que luchamos durante años”. Estas condiciones son únicamente ejemplos de cómo el sistema económico impide la emancipación de los pueblos originarios.

Para finalizar y resaltar cómo la resistencia se expresa en el campo, desde el momento que el Sol entra, el campesino también entra a un nuevo escenario; él entra a su humilde casa y es el momento del encuentro, del diálogo, la convivencia. en donde el calor del fuego une a la familia; todos sentados alrededor de ese fuego compartiendo tortillas y frijol. También es el tiempo para compartir las experiencias del día entre el padre, la madre y los hijos. Iluminados por las energías del cosmos (la luna y las estrellas), planifican las actividades del siguiente día; es así como el conocimiento colectivo y comunitario se transmite y se evidencia la riqueza espiritual de las familias campesinas. Pese a todo.

Maya Q’eq’chi. Investigador del Instituto de Estudios Agrarios y Rurales (Idear)