Rústicos de Chihuahua
FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC |
Tratado de libre comercio, transgénicos
y migración, nuestros retos
Pedro Torres, coordinador del FDCCh
Nací en el ejido de Agua Fría, del municipio
de Bachíniva. Mi familia es campesina,
originaria de este ejido y allí nos
mantenemos. Me involucré en el movimiento
campesino a mediados de los 80s, cuando
tenía 25 años de edad, mis papás ya participaban
en él y la mayoría de mi ejido y en general
del noroeste de Chihuahua luchaban por
mejorar los precios del maíz y del frijol. En mi
comunidad también la lucha era por resolver
un problema de tenencia de la tierra, y fue así
como nuestro movimiento, junto con otros
locales conformaron el Movimiento Democrá
tico Campesino, el cual se convirtió en el
Frente Democrático Campesino de Chihuahua
(FDCCh) en 1993. La lucha que teníamos en los
80s era muy fuerte y muy particular de nuestra
región donde los campesinos son temporaleros;
tomamos más de 60 bodegas de Conasupo
y no recuerdo que en otros estado del
país ocurriera algo similar.
Después, como FDCCh, seguimos dando lucha
para enfrentar la apertura comercial;
nos movilizamos, tomamos puentes (...)
Advertimos que el Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN) nos iba a
afectar a los pequeños productores de granos
de temporal, y ahora vemos que sí los
afectó y afectó a todo lo que es pequeño: a
los pequeños comerciantes, a los pequeños
industriales, e incluso a otros de escalas mayores,
como los agricultores medianos de
riego y a otros sectores como los lecheros y
los manzaneros.
Con el TLCAN totalmente abierto, vemos
que esa lucha estuvo perdida, aunque
no claudicamos y ahora estamos luchando
por proteger nuestros maíces, ante la
amenaza de la siembra e importación de
transgénicos, y también denunciamos las
prácticas que llevan a la concentración de
la agricultura, como son los apoyos que
están recibiendo preferencialmente los
menonitas para perforación de pozos de
riego, o las prebendas que obtienen las
trasnacionales para la comercialización de
los productos agrícolas.
FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC |
A mediados de los 80s en nuestro ejido teníamos
muy buena actividad en la producción
de maíz y frijoles criollos, pero ha pasado
el tiempo y con la apertura comercial
ya se han abandonado casi totalmente estos
cultivos debido a la apertura comercial, a los
bajos precios y a la alta productividad que
hay en los maíces híbridos de riego. También
ha infl uido la competencia de frijoles
pintos estadounidenses. Ahora muchos productores
están enfocados principalmente a
la avena para uso forrajero y a la ganadería
(becerros para exportación) como segunda
actividad, pues tenemos agostaderos amplios.
La situación ha cambiado bastante
en estos 25 años. Y es cierto que dejar de
producir maíz y frijol atenta contra nuestra
soberanía alimentaria y la de todo el país.
Ahora el frijol sólo se produce en pocas
regiones, en los municipios de Cuauhtémoc,
Guerrero, Namiquipa y Cusihuiriachi,
donde las tierras son favorables para la
leguminosa. Y los maíces criollos (tulancingos,
perlillos, azules, chocarreros, hembras,
apachito) siguen presentes en varios
municipios como Gómez Farías, Madera,
Zaragoza. El apachito es nativo de la Sierra
Tarahumara.
Aparte de cambiar el tipo de producción, la
consecuencia de la apertura comercial en
mi región y en Chihuahua en general, es la
enorme migración. Hay ejidos, comunidades
rurales que se han vaciado en 50 por ciento,
y así se puede ver en los censos de población,
muchas escuelas han cerrado, hay jóvenes
que se han orientado al narcotráfi co por falta
de oportunidades, y todo esto provoca las
condiciones de inseguridad actuales.
Yo estudié el bachillerato y tengo una carrera
técnica pecuaria, tengo tres hijas, de 25,
20 y 16 años de edad y un niño de 11. Estamos
viviendo en el campo, nuestra actividad
es campesina y no pensamos retirarnos de
la comunidad (LER).
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FOTO: Enrique Pérez S. / ANEC |
Trabajo con los campesinos,
“un plantón permanente”
Madre lolita (Dolores Gallegos),
cooperativa El Ranchero Solidario
Llegué a Anáhuac a fines de 1986 como
religiosa misionera y el padre Camilo
Daniel me presentó con las comunidades;
ya estaba la organización, la Unión para
el Progreso de los Campesinos de la Laguna
de Bustillos (Upcala). Les dije: “estoy para lo
que se les ofrezca” y no pasaban aún ocho
días cuando se les ofreció que los acompañara
a tomar oficinas; participé con ellos en
una lucha muy fuerte del Movimiento Campesino
Democrático de Chihuahua (el cual
fue antecedente del FDCCh) por precios de
garantía para el maíz y el frijol. Esa movilización
derivó en una marcha a pie desde Anáhuac
hasta la ciudad de Chihuahua, donde
estuvimos en plantón casi mes y medio. Yo
había llegado a Anáhuac para hacer labor religiosa,
pero mi manera de pensar es que si
se ofrece algo de luchas, pues participo. No
les digo “váyanse, yo me quedo aquí rezando”.
Los campesinos vieron que yo era buena
administradora, pues manejé el dinero
del boteo. Ya entonces el padre Camilo había
iniciado la cooperativa El Ranchero Solidario
de la Upcala con la intención de comercializar
los granos que cosechaban los miembros
de la Unión. Pero era algo muy pequeño,
era una tiendita en la sacristía. Los campesinos
le dijeron al padre que la cooperativa
seguiría sólo si yo aceptaba acompañarlos.
Lo pensé porque eso iba a ser un “plantón
permanente”, y así lo ha sido. Tengo hoy 71
años de edad y aquí sigo. Yo me considero
miembro del FDCCh, pero desde esta trinchera.
Mis ancestros son campesinos de
esta zona de Anáhuac que es la puerta de
entrada a la Sierra Tarahumara, pero yo me
crié en Delicias. Desde que abrí los ojos yo
viví en el ambiente del comercio, pues mis
padres vendían calzado, ropa y abarrotes;
yo estudié una carrera técnica de comercio,
lo que hoy le llaman contabilidad. Así, al
empezar a trabajar en la cooperativa, visité
empresas que mis padres conocían, retomé
la cosa del comercio... ¡y yo que pensaba
cuando me fui de la casa familiar que nunca
iba a volver a esto! Llevo así ya más de
23 años con los campesinos; la cooperativa
tenía poquito capital y lo que hice fue incorporar
puros productos básicos, saqué toda
la comida chatarra, y empezamos a comprar
todo a granel, royal, canela, harina, para
empacarlo todo nosotros mismos y que los
campesinos pudieran comprar más barato
y más cantidad. Fue tanta la euforia por la
cooperativa que todo el pueblo comenzó a
comprar con nosotros e incluso cerraron algunos
supermercados. Registramos a todo
el pueblo como socios y clientes.
La cooperativa es de la Ucala, pero yo he
dado talleres a compañeros de otras agrupaciones
del FDCCh para que pongan sus
cooperativas. Más o menos hemos dado
asesoría a 20 pero sólo perduran tres cooperativas, en Temósachi, en Creel y en Cerocahui.
No sobreviven todos los proyectos
porque no es fácil trabajar en común. Si yo
perduro es porque Dios así lo ha permitido.
El principio de la cooperativa ha sido que el
producto del campo vaya directamente al
consumidor sin intermediarios, porque desde
que cerró Conasupo y desaparecieron los
precios de garantia, los coyotes se aprovechan
de los campesinos y nosotros no tenemos
los recursos sufi cientes para comercializar
todo. Ahora afortunadamente un nieto
de un fundador de la cooperativa, Felipe Ruelas,
tiene un proyecto de comercialización. Lo
que hacemos en la cooperativa es que cuando
los socios terminan su periodo de cosecha
nos reunimos a ver cuánto levantó cada rancho,
iniciamos las compras con los más necesitados
y luego abrimos la puerta a todos,
hasta donde la cooperativa pueda comprar.
Los que quedan fuera van con Felipe Ruelas.
Respecto de los alimentos que vendemos, seguimos
con la fi losofía de cero chatarra y tenemos
alternativas, como son “churritos” de
amaranto que nos mandan desde Tehuacán,
Puebla, y también comercializamos café orgánico
de la UCIRI, de campesinos del Istmo de
Tehuantepec, Oaxaca, y papas de aquí, guisadas
por un señor que vive en Cuauhtémoc.
Queremos promover una conciencia social,
ecológica y alimentaria. Luchamos por eso.
Yo veo que los campesinos sufren porque
el campo requiere mucha inversión pública
para mejora de las tierras, y no llega. Lo que
reciben es el Procampo, pero eso no alcanza
para nada. Un campesino me decía “con los
10 mi pesos que voy a recibir del Procampo
voy a pagar una operación que necesita mi
señora”. Veo que ha bajado mucho la producción
de maíz y frijol. Hay gente no campesina
que se queja y dice “me quemo las
pestañas”, y yo digo los campesinos se queman
los pies, las pestañas y todo, veo sus
manos, cómo trabajan, y cómo requieren
ayuda. También hace falta que el gobierno
dé acompañamiento a las cooperativas. Nos
dan trato como si fuéramos cualquier empresa
capitalista. Falta que el gobierno asuma
su responsabilidad y nos ayuden a servir
mejor a los campesinos (LER).
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