22 de mayo de 2010     Número 32

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Nos arrancaron la pitaya roja

Carlos Beas Torres

Esa tarde de fines de abril, aciaga y cargada de malos presagios, en el paraje Los Pinos una bala expansiva segó la vida de Alberta Cariño. Bety como era mejor conocida por la mayoría de la gente, formaba parte de una caravana humanitaria que se dirigía a la comunidad triqui de San Juan Copala al oeste del estado de Oaxaca. Copala es un pueblo de cinco mil habitantes que vive sumido en el terror desde que fue sitiado por una banda de pistoleros protegidos por el gobernador de Oaxaca y por políticos priístas. La población desde hace cuatro meses no cuenta con servicios médicos, también les fueron cortadas la electricidad y el agua; los maestros no han podido ingresar para dar clases y los alimentos escasean. Una verdadera tragedia es la que se vive en Copala.

Bety fue una mujer valiente, decidida y sumamente sensible ante el sufrimiento de los más pobres, y este sufrimiento, el de las mujeres triquis, la llevó a sumarse a la caravana, a pesar de que un día antes de la salida, Rufino Juárez, dirigente de la banda paramilitar Ubisort (Unión para el Bienestar Social de la Región Triqui), había externado serias amenazas en contra del grupo de observadores y activistas que pretendían romper el cerco armado y mediático al que está sometido el pueblo de Copala.

Estas amenazas no pasaron inadvertidas para Bety. Ella pidió a varias de sus compañeras de Cactus –el grupo del que era fundadora y directora– que no la acompañaran. pues presentía que algo grave iba a suceder.

Bety, mujer joven de origen mixteco, tenía una fuerte vocación de educadora y una parte muy importante de su actividad estuvo orientada a la creación y funcionamiento de escuelas alternativas de nivel medio superior. Fundó en una comunidad mixteca la preparatoria Ricardo Flores Magón, cuyo nombre nos lleva a conocer los ideales con los que se identificaba Alberta, quien además de ser feminista, se consideraba magonista y zapatista. Por ello fue simpatizante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y adherente de la Otra Campaña.

Para ella era claro que la realidad de opresión en que vivimos sólo podía ser transformada por mujeres y hombres fuertes y conscientes, unidos por relaciones de respeto y solidaridad. Por ello dedicó numerosos esfuerzos a fortalecer las iniciativas de independencia y de capacitación de las mujeres indígenas, por lo mismo apoyó la realización de numerosos talleres de capacitación e impulsó la creación de pequeñas cooperativas de producción formadas principalmente por mujeres y además promovió que Cactus fuera parte de la red La Colmena Solidaria.

Durante tres años seguidos, Bety fue entusiasta impulsora de la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País y organizó en tres ocasiones la Feria del Maíz en el pueblo de Huajuapan de León, Oaxaca, feria que siempre iniciaba con un ritual indígena en un cerro cercano y en la que había exposiciones, conferencias, música y rica comida. Para Alberta, quien también formaba parte de la organización MAIZ, este grano era el alimento tradicional y principal de nuestros pueblos, parte muy querida de su cultura y fuente de la soberanía alimentaria.

En el 2002 cuando el entonces presidente Fox promovía el Plan Puebla Panamá, Bety se sumó de inmediato a la creación de la Alianza Mexicana por la Autodeterminación de los Pueblos (AMAP) –red mexicana que lucha en contra de los megaproyectos– y participó en diferentes foros sociales en Centroamérica. Su presencia activa en este proceso la llevó a ser parte del Comité Mesoamericano, representando en él a México. Precisamente unos días antes de su muerte en una reunión de la AMAP, Bety había relatado un sueño, “seremos cien mujeres vestidas de negro las que entraremos a Copala con nuestros canastos cargados con flores”.

Apasionada como era, la vimos tomar los micrófonos de la ocupada Radio Lobo en Minatitlán, Veracruz, donde con llanto y coraje denunció la masacre que había ocurrido un día antes, el 25 de noviembre del 2006, en la ciudad de Oaxaca. Bety también participó activamente en las movilizaciones y en las reuniones de la APPO y formó parte de la Asamblea de los Pueblos de la Mixteca, la cual mantuvo por más de tres meses tomado el palacio municipal de Huajuapan.

Después de la revuelta oaxaqueña del 2006, Alberta dedicó largas horas a crear radios comunitarias en las regiones Triqui y Mixteca e impulsó la construcción de la Red de Radios Comunitarias e Indígenas del Sureste de México. Teresa Bautista y Felícitas Martínez, las locutoras triquis también asesinadas de La Voz que Rompe el Silencio, radio comunitaria de Copala, fueron capacitadas por Bety y tras su muerte ella las lloró a mares, creo que la muerte de Feli y Tere, como ella las llamaba, representó para Alberta la muerte de dos compañeras, pero también la muerte de dos hijas.

Bety no escribía mucho, pero era una excelente oradora, muchos la recuerdan apenas hace unos meses, frente a la embajada de Canadá en la ciudad de México, protestando por el asesinato de Mariano Abarca, un activista chiapaneco que, igual que Alberta, participaba en la Red Mexicana de Afectados por la Minería. En su apasionado discurso Bety, levantó la voz, diciendo “Nos tienen miedo porque no les tenemos miedo” y en efecto el miedo no formaba parte de los sentimientos de Alberta Cariño.

Llena de actividades, de viajes y preocupaciones, de una incansable vitalidad y de una fuerza cariñosa, Alberta se dio tiempo para criar a sus hijos Omar e Itandewi. Tengo una imagen fuertemente grabada de ella, jugando con su hija, en un encuentro realizado en La Parota, Guerrero. Parecían dos niñas divertidas y traviesas. La recordamos también junto a Omar su compañero de toda la vida, en innumerables reuniones, manifestaciones, actos de protesta y también, ¿por qué no?, en convivios y festividades, con su palabra franca y directa y su risa y mirada penetrantes.

Bety, Alberta que no Beatriz, fue una mujer intensa, que sin lugar a dudas dejó una semilla sembrada, semilla que brotó con fuerza, el mismo día que la acompañamos al panteón en su natal Chila de las Floresa. El largo cortejo fúnebre fue detenido por los gritos de Lupita, una muy joven mujer, pequeñita como son las mujeres de la Mixteca, que dijo: “Bety era feminista y nos enseñó que las mujeres valemos y somos fuertes”; acto seguido. las invitó a cargar el ataúd que contenía el cuerposemilla de Bety y por vez primera en mi vida y en la vida de muchos, vimos cómo un apretujado grupo de mujeres llorosas y fuertes, cargaban el cuerpo de su compañera caída.

Alberta Cariño Trujillo sí es de las imprescindibles, de aquellas guerreras que luchan sin cesar, de aquellas que nos recuerdan el poeta alemán y el cantante cubano. Bety que no Beatriz, sembró sueños para cosechar esperanzas y escribió alguna vez: “Ayer pensé en ti dulce, fresca, sabrosa, me imaginé tenerte en mis manos tocar tu textura y saborearte, cuánto te deseo mi rica pitaya, si eres roja; mejor”

Sí, nos arrancaron la pitaya roja y en verdad cómo nos duele. Salud donde quiera que estés hermana Alberta, nuestra Pitaya Roja.

COMPROMISO CON LA SOCIEDAD:
OBLIGACIÓN DE LOS PERIODISTAS: ÉRIKA RAMÍREZ

“Desde que estudié la carrera (de comunicación), me aferré a la idea de que el periodismo tenía que establecer un compromiso con la sociedad, y sé los riesgos que hay porque nosotros hemos ido a las comunidades más pobres del país, donde hay cacicazgos; donde hay pueblos que viven sitiados; donde hemos cruzado caminos peligrosos, donde hemos dormido a la intemperie a expensas de animales ponzoñosos (...) Pero esta vez sí vi pasar mi vida en un minuto; la posibilidad de morir asesinada estaba allí”.

Es Érika Ramírez quien habla así luego de la experiencia que sufrió del 27 al 29 de abril en Oaxaca, en la región Triqui, cuando ella, reportera de Contralínea, y David Cilia, fotógrafo de la misma revista, acompañaban a la Caravana de Paz que pretendía llegar a la comunidad de San Juan Copala pero que fue embestida con una ráfaga de balas por el grupo paramilitar Ubisort (Unión para el Bienestar Social de la Región Triqui).

Ambos periodistas iban a bordo de un auto Dodge en medio de dos camionetas que transportaban a observadores nacionales e internacionales y a reporteros locales. Comenta Érika que el interés de Contralínea allí era hacer un reportaje que recuperara la historia de vida de Felícitas Martínez y Teresa Bautista, las periodistas triquis de la radio comunitaria La Voz que Rompe el Silencia, quienes fueron asesinadas en 2008.

“Cuando entramos a la región Triqui, vi todo normal, llegamos a la comunidad La Sabana, que es controlada por la Ubisort y me llamó la atención que la gente nos miraba con asombro”. Un día antes Rufino Juárez, líder de la Ubisort, había advertido que impediría el paso de la caravana. “Continuamos hasta llegar a una curva, donde la caravana frenó. Supe después que había una hilera de piedras que impedía el paso. Fue entonces cuando se oyó un ruido horrible. Primero creí que eran cohetes de fi esta, pero David me dijo que eran balazos, levanté la vista y vi una veintena de tipos bajando el cerro frente a nosotros y con armas largas”.

David, con heridas de bala, y Érika, lograron salir del auto, que ya estaba siendo atravesado por la ráfaga de plomo que duró unos diez minutos, y en el camino se encontraron con los activistas David Venegas y Noé Bautista (este último también herido). Juntos llegaron a un río, donde se ocultaron detrás de unas piedras. Allí utilizaron el papel de unos bauchers para escribir sus nombres y teléfonos y los colocaron en las bolsas de sus pantalones, pues sentian el miedo fundado de que los paramilitares los alcanzarían para matarlos.

Érika escribió también una especie de bitácora relatando lo ocurrido, para que “si nos encontraban muertos, supieran lo que había pasado”. Érika tiene un hijo de siete años, Emiliano, a quien había prometido festejarle el Día del Niño, el 30 de abril. “Yo decía ‘no me quiero morir, yo tengo que estar con mi hijo’; él practica artes marciales y pronto va a tener un torneo. Yo pensaba: ‘quiero estar con él (...) quiero verlo crecer’”.

Los periodistas estuvieron escondidos durante 60 horas. Fueron rescatados el 29 de abril por el director de Contralínea, Miguel Badillo y el padre de David Cilia, del mismo nombre.

Érika dice que la experiencia vivida –junto con los riesgos que ha enfrentado antes– “nos hacen valorar y reivindicar nuestro trabajo. Finalmente nosotros regresamos para contar lo que atestiguamos y lo que vivimos, pero no así la gente que padece todo el tiempo el estar sitiados, los cacicazgos, las injusticias, la pobreza, la falta de acceso a salud, a alimentación, a vivienda digna...”

Hay quienes en las redes sociales han considerado que Érika y David actuaron como boy scauts, “pero yo digo: ‘si no hubiera periodistas que hacen este tipo de trabajo, no sabríamos cómo es la guerra en Irak o qué fue lo que pasó con el levantamiento de los zapatistas en 1994. Sabemos que estamos haciendo lo correcto y continuaremos trabajando con entusiasmo”.

Érika es treintañera, contemporánea de Bety Cariño –a quien sí le cegó la vida la Ubisort–. Considera que es muy importante poner la mirada periodística en las comunidades pobres y que sufren injusticia, como lo ha hecho siempre Contralínea. “Debemos documentar lo más que se pueda estas situaciones porque es indignante que en México los más pobres vivan atemorizados por las balas, la violencia, la humillación, la discriminación”. Bety Cariño tuvo una charla con Érika poco antes de que partiera la caravana. “Me dijo que tenía miedo, presentia algo. Pero también me comentó que estaba trabajando el tema de la minería a cielo abierto y sus efectos nocivos. Platicamos sobre la posibilidad de trabajar juntas este tema” (Lourdes Edith Rudiño).