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Nos arrancaron la pitaya roja Carlos Beas Torres Esa tarde de fines de abril, aciaga y cargada de malos presagios, en el paraje Los Pinos una bala expansiva segó la vida de Alberta Cariño. Bety como era mejor conocida por la mayoría de la gente, formaba parte de una caravana humanitaria que se dirigía a la comunidad triqui de San Juan Copala al oeste del estado de Oaxaca. Copala es un pueblo de cinco mil habitantes que vive sumido en el terror desde que fue sitiado por una banda de pistoleros protegidos por el gobernador de Oaxaca y por políticos priístas. La población desde hace cuatro meses no cuenta con servicios médicos, también les fueron cortadas la electricidad y el agua; los maestros no han podido ingresar para dar clases y los alimentos escasean. Una verdadera tragedia es la que se vive en Copala. Bety fue una mujer valiente, decidida y sumamente sensible ante el sufrimiento de los más pobres, y este sufrimiento, el de las mujeres triquis, la llevó a sumarse a la caravana, a pesar de que un día antes de la salida, Rufino Juárez, dirigente de la banda paramilitar Ubisort (Unión para el Bienestar Social de la Región Triqui), había externado serias amenazas en contra del grupo de observadores y activistas que pretendían romper el cerco armado y mediático al que está sometido el pueblo de Copala. Estas amenazas no pasaron inadvertidas para Bety. Ella pidió a varias de sus compañeras de Cactus –el grupo del que era fundadora y directora– que no la acompañaran. pues presentía que algo grave iba a suceder. Bety, mujer joven de origen mixteco, tenía una fuerte vocación de educadora y una parte muy importante de su actividad estuvo orientada a la creación y funcionamiento de escuelas alternativas de nivel medio superior. Fundó en una comunidad mixteca la preparatoria Ricardo Flores Magón, cuyo nombre nos lleva a conocer los ideales con los que se identificaba Alberta, quien además de ser feminista, se consideraba magonista y zapatista. Por ello fue simpatizante del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y adherente de la Otra Campaña. Para ella era claro que la realidad de opresión en que vivimos sólo podía ser transformada por mujeres y hombres fuertes y conscientes, unidos por relaciones de respeto y solidaridad. Por ello dedicó numerosos esfuerzos a fortalecer las iniciativas de independencia y de capacitación de las mujeres indígenas, por lo mismo apoyó la realización de numerosos talleres de capacitación e impulsó la creación de pequeñas cooperativas de producción formadas principalmente por mujeres y además promovió que Cactus fuera parte de la red La Colmena Solidaria. Durante tres años seguidos, Bety fue entusiasta impulsora de la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País y organizó en tres ocasiones la Feria del Maíz en el pueblo de Huajuapan de León, Oaxaca, feria que siempre iniciaba con un ritual indígena en un cerro cercano y en la que había exposiciones, conferencias, música y rica comida. Para Alberta, quien también formaba parte de la organización MAIZ, este grano era el alimento tradicional y principal de nuestros pueblos, parte muy querida de su cultura y fuente de la soberanía alimentaria. En el 2002 cuando el entonces presidente Fox promovía el Plan Puebla Panamá, Bety se sumó de inmediato a la creación de la Alianza Mexicana por la Autodeterminación de los Pueblos (AMAP) –red mexicana que lucha en contra de los megaproyectos– y participó en diferentes foros sociales en Centroamérica. Su presencia activa en este proceso la llevó a ser parte del Comité Mesoamericano, representando en él a México. Precisamente unos días antes de su muerte en una reunión de la AMAP, Bety había relatado un sueño, “seremos cien mujeres vestidas de negro las que entraremos a Copala con nuestros canastos cargados con flores”. Apasionada como era, la vimos tomar los micrófonos de la ocupada Radio Lobo en Minatitlán, Veracruz, donde con llanto y coraje denunció la masacre que había ocurrido un día antes, el 25 de noviembre del 2006, en la ciudad de Oaxaca. Bety también participó activamente en las movilizaciones y en las reuniones de la APPO y formó parte de la Asamblea de los Pueblos de la Mixteca, la cual mantuvo por más de tres meses tomado el palacio municipal de Huajuapan. Después de la revuelta oaxaqueña del 2006, Alberta dedicó largas horas a crear radios comunitarias en las regiones Triqui y Mixteca e impulsó la construcción de la Red de Radios Comunitarias e Indígenas del Sureste de México. Teresa Bautista y Felícitas Martínez, las locutoras triquis también asesinadas de La Voz que Rompe el Silencio, radio comunitaria de Copala, fueron capacitadas por Bety y tras su muerte ella las lloró a mares, creo que la muerte de Feli y Tere, como ella las llamaba, representó para Alberta la muerte de dos compañeras, pero también la muerte de dos hijas. Bety no escribía mucho, pero era una excelente oradora, muchos la recuerdan apenas hace unos meses, frente a la embajada de Canadá en la ciudad de México, protestando por el asesinato de Mariano Abarca, un activista chiapaneco que, igual que Alberta, participaba en la Red Mexicana de Afectados por la Minería. En su apasionado discurso Bety, levantó la voz, diciendo “Nos tienen miedo porque no les tenemos miedo” y en efecto el miedo no formaba parte de los sentimientos de Alberta Cariño. Llena de actividades, de viajes y preocupaciones, de una incansable vitalidad y de una fuerza cariñosa, Alberta se dio tiempo para criar a sus hijos Omar e Itandewi. Tengo una imagen fuertemente grabada de ella, jugando con su hija, en un encuentro realizado en La Parota, Guerrero. Parecían dos niñas divertidas y traviesas. La recordamos también junto a Omar su compañero de toda la vida, en innumerables reuniones, manifestaciones, actos de protesta y también, ¿por qué no?, en convivios y festividades, con su palabra franca y directa y su risa y mirada penetrantes. Bety, Alberta que no Beatriz, fue una mujer intensa, que sin lugar a dudas dejó una semilla sembrada, semilla que brotó con fuerza, el mismo día que la acompañamos al panteón en su natal Chila de las Floresa. El largo cortejo fúnebre fue detenido por los gritos de Lupita, una muy joven mujer, pequeñita como son las mujeres de la Mixteca, que dijo: “Bety era feminista y nos enseñó que las mujeres valemos y somos fuertes”; acto seguido. las invitó a cargar el ataúd que contenía el cuerposemilla de Bety y por vez primera en mi vida y en la vida de muchos, vimos cómo un apretujado grupo de mujeres llorosas y fuertes, cargaban el cuerpo de su compañera caída. Alberta Cariño Trujillo sí es de las imprescindibles, de aquellas guerreras que luchan sin cesar, de aquellas que nos recuerdan el poeta alemán y el cantante cubano. Bety que no Beatriz, sembró sueños para cosechar esperanzas y escribió alguna vez: “Ayer pensé en ti dulce, fresca, sabrosa, me imaginé tenerte en mis manos tocar tu textura y saborearte, cuánto te deseo mi rica pitaya, si eres roja; mejor” Sí, nos arrancaron la pitaya roja y en verdad cómo nos duele. Salud donde quiera que estés hermana Alberta, nuestra Pitaya Roja.
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