Mujeres de Guerrero
FOTO: Rosario Cobo |
“Quitarle la muina a Juan”
Doña Dora, Organización Ecologista de
Mujeres de la Sierra de Petatlán
Lorena Paz Paredes
Dora es una campesina de San José de
los Olivos, comunidad de la sierra petatleca.
Ahí estudió primaria y a los
16 años se casó con Juan, de 18. La pareja
abandonó muy pronto el pueblo, huyendo
de la violencia que desde hace mucho ensombrece
las serranías guerrerenses. “Nunca
supe bien por qué... Nomás llegaban los
soldados a torturar gente... y se llevaron a
varios. Mejor nos salimos y acabamos en
este caserío unas cuantitas familias. Y yo
mera le puse Guapinoles como se le conoce
hasta hoy. Tenemos capilla, tienda Conasupo
y una primaria del Conafe. Nada más”.
Dora no ha cumplido los 40, pero ya tiene
11 hijos: siete varones y cuatro mujeres. El
mayor, de 24 años, se fue a trabajar a Estados
Unidos y otro de 21 ya lo siguió. Dos
más estudian secundaria en una comunidad
cercana. Una joven de 15 años estudia en
la Ciudad de México, en “Villa de las niñas”,
institución religiosa. Así que en Guapinoles
sólo viven Dora, Juan y seis hijos.
La casa tiene piso de tierra, dos cuartos, una
cocina abierta como acá se acostumbra,
pero “no hay agua potable ni electricidad –
cuenta Dora–. Nos aluzamos con una planta
solar. Y es que a este cerro no llega nadie,
menos la Comisión Federal de Electricidad,
apenas entra una cuatrimoto por un caminito
de tierra que en temporal se vuelve puro
lodo”. Rodean la casa frondosos árboles de
plátano, guayaba, limón, aguacate, y en el
solar un horno de barro humea dos o tres
veces por semana, cuando Dora hornea panes
que sus niños le ayudan a vender.
Una cuatrimoto, tierras de cultivo y algo de
ganado son los haberes de la familia. “Tenemos
15 vacas, un becerro y un toro –dice
Dora–; unos animales los conseguimos dando
maíz a cambio y otros los compramos con
lo que Juan ganó haciendo casas de madera
en Zihuatanejo. En octubre y noviembre se
padece la canícula, los campos amarillean
de sequedad, las vacas enflacan por falta de
agua y zacate, pero en el temporal se reponen
y engordan”. Entonces Dora y Juan venden
algún animal para costearse el viaje a
México o mandarle algo a la hija.
La familia siembra frijol, arroz, hortaliza
de secas y milpa de riego, también maíz de
temporal y frutales. ”Sembramos un litro de
semilla de arroz en un cuarto de hectárea
por el mes de julio, y sacamos como tres
anegas (315 kilos) en octubre y noviembre,
que alcanzan para el gasto del año y hasta
sobra. Si el temporal es bueno, con dos almudes
de maíz levantamos casi 20 anegas
(dos toneladas) que nos rinden bastante; y
si el temporal viene más mejor, hasta vendemos”.
Además los hijos jóvenes cosechan
cinco y a veces diez anegas de grano “que
comercian en El Rincón y La Lajita, donde
hay gente muy pobre que no tiene milpa, ni
potrero por ser avecindados”.
“Aquí mucho se acostumbra el trueque; damos
queso por pollo –dice Dora–, carne de
res por maíz, huevos por tomates”. Y cuando
alguien caza se comparte el jabalí, el venado.
Los lugareños acuden a convites de barbacoas,
carnes a la plancha en el comal de barro,
filetes salados con tamales de arroz, frijoles,
chiles asados, salsas molcajeteadas, quesos
de canasta, verduras frescas de la hortaliza y
tortillas de maíz nuevo. “Y es que somos pobres,
pero compartidos cuando hay”.
En la cuenca petatleca, igual que en otras
regiones campesinas de México, las mujeres
se casan jóvenes, se llenan de hijos y el trabajo
se les recarga. Todos los días Dora se levanta
temprano para juntar leña, prender el
fogón, preparar el nixtamal, guisar, acarrear
agua del manantial, lavar ropa, enjarrar las
paredes de casa, maicear gallinas, cuidar
y regar las plantas del traspatio, atender a
los niños y al esposo, “más si se enferman”.
Cuando la milpa esta sazón, tampoco falta
a la dobla de mazorca, que luego desgrana
con los niños. Mientras, Juan cuida el potrero,
cerca la hortaliza, hace milpa, siembra
frutales y, si aprieta la necesidad, deja
el azadón y se va de albañil a Petatlán. Pero
esto sólo en años malos, porque la familia
se acompleta con cuatro becas que recibe
de Oportunidades. Cada dos meses les llega
un cheque y Dora puede comparar aceite,
azúcar, sal, jabones, en la tienda del pueblo,
y zapatos, uniformes, ropa, huaraches, en la
cabecera municipal. De vez en cuando también
recibe algo de los hijos que se fueron.
Hace algunos años Dora empezó a juntarse
con las ecologistas de la Organización de
Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán
(OMESP). “Me invitó mi comadre –dice–. Y yo
que le digo: ‘pues vamos’, y así fue que cambió
mi vida. Me enseñé a cuidar el agua, el
medio ambiente, a comer sano”. Pero lo que
más gusto le da es salir de casa, ver al mujerío
en talleres, riéndose y aprendiendo novedades,
oyendo de sus derechos de mujer. Estar
organizada la animó a terminar la primaria
y ahora cursa ya la secundaria abierta en el
INEA. “Costó trabajo quitarle la muina a Juan”.
Y es que “los maridos no dejan salir a una de
la casa y menos de la comunidad. Muchas ni
siquiera se inscribieron en Oportunidades
por eso. Y las que estaban embarazadas, se
quedaron sin sus consultas prenatales, nomás
porque el señor dijo: ‘No, tú te quedas’”.
A Dora la critican por salidora, por ir a las
juntas, a las asambleas ejidales, a talleres, a
viajes de intercambio; “Que Juan es mandilón,
dicen las malhablanzas, que yo chimiscolera”.
Pero Dora no se arredra, es aventada,
emprendedora. Dice con enjundia: “hoy
valgo más, soy más mujer”.
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“Trabajar y tener hijos, porque me tocó ser mujer”
Doña Chole, Organización Ecologista de
Mujeres de la Sierra de Petatlán
Rosario Cobo
Doña Chole, de 60 años, vive en una
comunidad de la cuenca petatleca de
Guerrero. “No me casé chiquita, tenía
ya 20 años… Me nacieron 11 hijos pero sólo
diez viven. Me pasé 23 años teniendo hijos.
Y es que nunca me controlé, ¿que sabía una
de eso? Ora las mujeres son más listas. Yo no,
mi vida fue la pobreza y la crianza: cuando no
estaba embarazada, estaba criando, y cuando
no estaba criando, estaba embarazada.
Todos mis hijos de por sí los tuve en la casa,
nunca conocí médico ni hospital. Luchaba yo
por tener uno, dos, tres años para descansar,
para recuperarme Pero nunca me repuse. Le
decía yo a mi marido: ‘ya no, ya no’. Pero a él
yo tenía que servirle cuando él quería. Porque
me tocó ser mujer y sólo para eso sirvo,
dijeron. Dejé de criar porque ya se me terminó
el tiempo de la criada. Nunca trabajé en el
campo, me la pasaba en la casa y buscando
qué darle a tantos hijos con mi pobreza”.
Los hijos que se van porque del campo ya
no se vive. “El primer hijo se me fue a los Estados
Unidos hace ocho años –cuenta doña
Chole–, al año se llevó a su hermano de
15. Ya no han regresado, ni de vacaciones.
Yo les digo: ‘ya que están allá, pues aguántense’.
Ellos dicen: ‘no tenemos papeles; si
vamos a verla, a la mejor no podemos regresar’.
‘No vengan, pues’, les digo. Nos hablamos,
yo bajo del Zapotillal a Petatlán y ahí,
por teléfono, uno me dice: ‘le voy a mandar
tanto dinero’. Pero tienen su vida ellos, y me
mandan sólo a veces. Uno se ajuntó con una
de Guatemala, y están contentos… Yo sí los
extraño; ¡cómo no los voy a extrañar, si los
crié! Pero una es pobre y aquí no hay trabajo.
Mejor que estén allá. Otro ya vive en
Acapulco. Desde chamaco empezó como
ayudante de las máquinas y aprendió, ora
es maquinista y hace brechas. A mis hijos,
creo, no les gusta el campo, ya no quieren
ser campesinos; uno es carpintero allá y
otro trabaja en casa. Los jóvenes se están
saliendo del campo. Y una aquí se queda en
medio de la pobrería, como nació, pero con
más años y más acabada después de tanta
crianza de chamacos”.
Vivir de la milpa. “Sí tenemos tierras; las trabajan
dos de mis chamacos. Este año sembraron
maíz ellos con peones. Pero también
prestamos tierras para otros que no tienen.
Porque muchos son avecindados y no tienen
en donde sembrar. No nos pagan renta ni
nada, es puro préstamo, que en la zona se
le conoce como ‘palanca’. Si quieren tumbar
monte, prestamos; uno dice: ’dame un
almud’, otro quiere dos almud, lo que ellos
puedan tumbar y ya cuando levantan su cosecha
se queda el rastrojo para el ganado
nuestro. Cuando tengo centavos que me
mandan mis hijos yo le ayudo a mi chamaco
para que contrate peón, y si tenemos becerrito
lo vendemos y de ahí sacamos dinero, o
buscamos peón ganado.”
Ahora soy organizada con otras iguales. “Empezamos la Organización de Mujeres
Ecologistas (de la Sierra de Petatlán, OMESP)
yo y 12. Soy de las iniciadoras, de las meras
matitas. Mi comadre Celsa y mi compadre
Felipe nos hablaron bonito: que lo teníamos
que cuidar al medio ambiente. Porque antes,
‘basura’, decíamos de las hojas secas, y ella:
‘no es basura, comadre, basura los plásticos
que ensucian el agua’… Y así nos enseñamos
la limpieza de los arroyos, a no matar pájaros,
a no trozar árboles. Y nos comprometimos a
enseñar eso a nuestros hijos. Luego empezamos
las hortalizas para comer fresco y bueno.
Y es que antes, hace 20 años que yo llegué,
nunca tuve hortaliza. Siempre estaba embarazada,
y comíamos lo de aquí, camarón,
fruta, pero verdura no. Ahora todas tenemos.
En el Zapotillal 60 sembramos y comemos ensaladas.
Sí, me gusta ser organizada. Allí nos
aventamos a estudiar, yo terminé ya mi tercero
de primaria con el INEA. Y así muchas”.
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Guerrero
FOTO: Cortesía OMESP |
Felipe Arreaga Sánchez (1949-2009)
Defender el bosque,
defender a la gente
Rosario Cobo
"Siempre he estado en la lucha –decía
Felipe Arreaga–, me viene de sangre. Sufrí
desde pequeño, todavía no me hacía
hombre cuando mataron a mi padre y a
mi hermana. Fueron una gavilla de bandoleros
y talamontes que llegó al paraje Río Juan López
del ejido El Porvenir, donde mi familia cultivaba
milpa. Ese día no me tocó acompañarlos”.
“Mi dolor ha sido grande…Ya casado con
esta hermosa mujer y compañera que Dios
me dio –decía de Celsa–, nos fuimos al ejido
de Puerto Rico en el municipio de Ajuchitlán,
allá por Tierra Caliente, del otro
lado del Filo Mayor. Conseguí terreno para
sembrar y cuidaba un ganado a medias. Pero
ahí también había muchos problemas. Varias
veces fui comisario municipal; como
autoridad denuncié a los talamontes, a los
que quemaban el bosque para sus potreros,
a los robaganado… la pura venganza hizo
que perdiera yo a mi madre. Un día salí de
madrugada a la cabecera municipal a unas
gestiones, y antes de mediodía llegaron a la
casa como 15 abigeos fuertemente armados,
yo no estaba, y la familia y unos vecinos tuvieron
que hacerles frente.” Celsa recuerda:
“La balacera duró no menos de cinco horas
y ahí quedó muerta mi suegra, doña Leonor
Sánchez Arreola”. Eso pasó en 1977.
En defensa del bosque: La lucha por la defensa
del bosque y contra las madereras no es
cosa fácil. Felipe lo supo bien. En 1974 participa
en una movilización contra la Forestal
Vicente Guerrero, denunciando el robo de
madera y porque el uso y manejo del bosque
estuvieran en manos de los ejidatarios. “La
respuesta –contaba Felipe– fue que mandaron
al ejército, llovieron las amenazas, encarcelamientos
y desapariciones. Entonces,
apoyados por un licenciado, se organizaron
varios ejidos para entrevistarnos con el gobernador
Rubén Figueroa. Después de un
plantón en Chilpancingo nos recibieron, ahí
Figueroa padre, nos gritó: “dejen de estar
de revoltosos o los voy a encarcelar, los voy
a acabar para que sepan quién es Figueroa”.
En esta entrevista –recordaba Felipe– el gobernador
lo señaló y le dijo: “a ti güero te voy
a chingar... y si siguen con sus protestas voy a
llenar los panteones de la sierra”.
Por eso Felipe sabía bien que la lucha no es
juego. Casi 25 años después, en febrero de
1998, cuando la gente de Banco Nuevo se
juntó para bloquearle el paso a los camiones
madereros, Felipe les contó de aquellas amenazas
del gobernador: “Les dije que la lucha
era dura, difícil, penosa, que debíamos estar
preparados para lo peor”. Ese día nació la Organización
Ecologista de Petatlán y Coyuca
de Catalán: “Éramos un grupo pequeño,
unas 300 gentes de varios ejidos: del Mameyal,
de la Botella, de San José de los Olivos,
de Corrales. Los de más arriba estaban
también en contra del saqueo, pero tuvieron
miedo. Nos plantamos a mitad del camino
cerrándole paso a la camionada cargada de
madera, y ese día corrimos de la región a la
multinacional Boise Cascade, pero sus cómplices,
los caciques, resentidos nos querían
acabar, y que empieza la persecución contra
los líderes ecologistas y que nos acusan de
todo: de guerrilleros, de narcos”.
Felipe, igual que otros luchadores, tiene que
dejar su casa y a salto de mata se refugia en la
sierra por más de un año.“Ocho meses viví en
una cueva, comiendo lo que encontraba en el
monte y lo que a veces traían algunos compañeros”.
Su familia busca cobijo en la casa de
Jesús, hermano de Felipe, que vive en la Costa,
cerca de Barra Vieja. Ahí, cuenta Celsa,
“puse una tiendita y cosía ropa y vestidos para
tener aunque sea un poco de dinero. En todo
un año no vi a Felipe, a veces sabía de él por
la razón que traían de la sierra”.
“En 2004 –relataba Felipe– el cacique que
servía a la maderera me acusó de un delito
que no cometí, y es que por la lucha se le acabó
el negocio desde 1998. Once meses estuve
preso… Siempre he creído en la ley y he luchado
por un gobierno que la haga respetar,
pero mi desengaño fue grande en los meses
de cárcel porque veo que pueden más los intereses
de los poderosos que el respeto a la ley.
“Estoy contento. Mi lucha ya no es sólo mía.
Mi esposa, junto con otras cien mujeres de
La Botella, mi ejido, están organizadas. Yo
les digo: ‘nosotros ya estamos avanzaditos de
edad, no vamos a durar mucho… el medio
ambiente no es de Felipe Arreaga, es de todos…
Así que esta lucha es de todos, porque
el medio ambiente es vida, y si se acaba el
agua, el aire, los bosques, es la muerte’…
“Siempre he dicho que puedo morir por la
causa en la que creo y que no cejaré en la
lucha limpia, legal y desinteresada que me
anima. No creo en la violencia y pienso que el
trabajo de educación y de formación de conciencia
es más fácil en la paz que en la guerra.
Esa ha sido mi conducta durante los años que
llevo de vida sufriendo cruel persecución”.
La muerte llegó de pronto y sin aviso. Felipe
murió el 16 de septiembre del 2009 en un
absurdo accidente en la carretera de Petatlán-
Zihuatanejo. El futuro que imaginó, la justicia
por la que peleó para esta serranías es una tarea
que hoy continúan Celsa y la Organización de
Mujeres Ecologistas de la Sierra de Petatlán.
Alicia, presidenta del Tianguis Indígena, Oaxaca
"Porque nos quitaban el permiso"
FOTO: Karen Elwell |
Tzinnia Carranza López
Alicia es una mujer ikoot, madre
soltera de dos hijas. Ella es tejedora
de ilusiones y esperanza,
con su telar de cintura confecciona
prendas que guardan el conocimiento
ancestral de las abuelas milenarias.
Alicia sale a la calle a vender lo que
sus manos trabajadoras producen y recolectan
para conseguir el sustento para su
familia, sin embargo, la policía, los acaparadores
y los vendedores establecidos la
corren y le quitan su mercancía. A ella le
niegan el permiso; el sistema capitalista
neoliberal no le da permiso; las poderosas
empresas internacionales que controlan
los mercados no le dan permiso; los corporativos
que patentan la vida y producen
los transgénicos no le dan permiso, y la
sociedad consumista, inconsciente y apática
que no sabe y no le interesa saber de
nada ni de nadie más que de ella misma,
tampoco le da permiso.
Alicia cada vez tiene menos oportunidades,
pues desde la entrada del Tratado de
Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) algunos de los productos que
vendía en pequeña escala han sido desplazados
por los subsidiados que México
importa de Estados Unidos, como es el
caso del maíz, que además de competir
de manera desleal con las productoras y
productores mexicanos, es transgénico.
Esa política de acaparamiento de riqueza
desmedida es la que ha ocasionado
la degradación de los suelos, al imponer
los monocultivos a gran escala, la tala de
bosques y selvas para la siembra de especies
comerciales que están de moda en
el mercado y la contaminación de cuerpos
de agua. En lo social ha generado
la pérdida paulatina de la cultura de los
pueblos originarios, la fractura de las estructuras
y los valores comunitarios por
visiones individualistas y egoístas producto
de la lógica del gran capital.
Es así que un día Alicia, junto con un
grupo de mujeres, decidió participar en
la construcción del Tianguis Indígena
para buscar una alternativa a su problemática.
Durante varios meses asistió
a las reuniones de análisis, discusión
y construcción de propuestas. Fue ahí
donde por primera vez oyó hablar de la
economía solidaria, que es la antítesis
de la economía capitalista. Se trataba de
generar una organización desde las comunidades
con la suficiente fuerza que
pudiera reactivar la economía local por
la vía de crear espacios de intercambio
y venta de productos; crear redes de comercio
digno, justo y solidario entre los
pueblos, donde los valores más importantes
sean los humanos. Un lugar de
información y capacitación y, además,
donde las mujeres participan en igualdad
de condiciones que los hombres, con
equidad de género y social. Un espacio
de encuentro de los pueblos originarios
donde se fomentan, valoran y recuperan
las tradiciones, los idiomas, la gastronomía
y todas las expresiones artísticas de
las diversas culturas.
El Tianguis Indígena surgió en el 2004
en Oaxaca y hoy en día integra a comunidades
de las regiones de la chontal alta
y baja; ikoots; mixe, zapoteca del istmo,
de la sierra norte y de la sierra sur y zoque,
y a diferentes colectivos y organizaciones,
y participa en redes con pueblos
de Chiapas, Morelos, Puebla y Veracruz.
Busca que la riqueza de los territorios se
traduzca en bienestar de sus habitantes,
por ello pueden participar mujeres y
hombres que cosechen y recolecten productos
de sus regiones o elaboren alguna
artesanía para que llegue de sus manos a
las manos de quienes compran. Defiende
y rescata las semillas criollas, está en
contra de utilizar los alimentos para generar
biocombustibles, y prohíbe el uso y
venta de semillas transgénicas. No utiliza
plásticos, reusa y recicla los desechos
orgánicos e inorgánicos. Participa en las
fiestas de los pueblos y en los eventos a
los que se le invite, y crea sus propios
festivales y lugares de encuentro. El tianguis
ha logrado instalarse al menos una
vez al mes en algún lugar de Oaxaca y
en los próximos meses empezará a tener
actividades en otros lugares del país.
Alicia, junto con mujeres y hombres de diferentes
culturas, creó un espacio para vender
e intercambiar sus productos, donde
jamás nadie volverá a quitarle su derecho
a construir una vida digna y a soñar con
un mundo donde quepamos todas y todos,
en una nueva humanidad. Hoy Alicia es la
presidenta del Tianguis Indígena.
Coordinadora técnica del Tianguis
Indígena Multicultural, AC
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