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Contaré mi propia experiencia del “sueño americano”. Yo salí de mi comunidad de origen en la Mixteca oaxaqueña con la gran ilusión de trabajar y ganar dólares, como todos los que nos vamos. Todo comenzó el 17 de enero de 2008, era mi primer día en Ciudad Juárez, Chihuahua. A las 12 del día pasó don Arturo a recogerme a un hotel que se ubica en la Carretera Panamericana. En ese momento traía los nervios de punta porque no conocía al señor Arturo. Él me invitó almorzar. Después anduvimos de un lado para otro tratando de localizar al corredor que me pasaría la línea. Eran como las cuatro de la tarde cuando por fin lo logramos. Desde ese momento él se hizo cargo de mí, me dijo: “Siéntese aquí”, y me dio una silla rota. Nos encontrábamos en una casa de dos cuartos bastante deteriorados, junto a esta vivienda había un parqueadero. Todos se me quedaron mirando muy raro, eran como diez hombres, todos tomaban cervezas caguama. Las horas pasaban y yo ahí sin saber a ciencia cierta lo que me deparaba el destino. Hacía mucho frío. Una señora de edad avanzada tomaba cervezas con ellos. Los hombres se me acercaron y me saludaron: “Buenas tardes. ¿Por qué está tan solita?, ¿es usted la persona que va a brincar la línea?”. Yo les respondí que sí y ellos me dijeron: “No se preocupe, no tenga miedo, al rato se hace”. Sí –dijo la señora Pepa mientras levantaba la cerveza–, y me platicó que ella no sabía tomar agua, sólo cerveza. El ambiente me ponía de nervios, para mí las horas pasaban lentamente y tenía mucha hambre, el frío en verdad era invernal: hasta los dientes y los huesos me rechinaban. Sara, la hija de la señora Pepa, me dijo que pasara adentro, que si tomaba una copa de vino; obviamente le dije que sí. “Ya estuvo”, me contestó. Nos fuimos a la tienda Ríos y compramos unos burritos y una botella de Viejo Año de un cuarto, Sara nos sirvió una copa a cada quien. Eso me quitó un poco el frío y así esperé hasta las diez de la noche. Como se acrecentaba el frío le pregunté al corredor que si me pasaría esa noche, él me dijo que no se podía porque estaba muy caliente El Paso. Me llevaron a un hotel y allí descansé unas horas. Al otro día, temprano me fui a la casa del corredor pensando en que a lo mejor cruzaría la línea. Los hombres seguían ahí con sus cervezas y me preguntaron: “¿No se hizo anoche?”, les dije que no. “No se preocupe, al rato se hace”. Yo pensé: “Dios quiera”, ahí sentada, sin noticia alguna del corredor, mientras la señora Pepa saboreaba su cerveza. Al medio día me dijo que si quería una para la sed, “ándale, esto te va a dar valor para cruzar el río”. Me tomé dos, así me la pasé ese día, esperando; por la tarde fui a comprar unos burritos para quitarme el hambre. La señora Sara me dijo que me fuera al hotel, que ellos me llamarían. La noche fue muy larga, amaneció. Pasó ese día, otro, otro y nada, la situación me desesperaba. Llegó el lunes 21 de enero y como a las cuatro de la tarde el corredor me dijo: “Prepárese porque ha llegado el momento. No se me ponga nerviosa, todo va a ser muy fácil, ya verá”. Yo sentía muchos nervios. Me dijo el señor que dejara la mochila, sólo me podía llevar el celular y la chamarra, lo demás me lo llevaría don Arturo estando del otro lado. Todo pintaba bonito, dándome mucha seguridad salí de ahí rumbo a Los Palomos. Caminamos varias calles hasta una tienda Oxxo y nos metimos como si fuéramos a comprar, era para disimular. Él me dijo: “Aquí se espera, ahora viene una persona que le dará el brinco, yo la cuidaré desde ese bordo”. Eran como las cinco y media de la tarde, las cartas de mi destino estaban sobre la mesa, esperé unos minutos y vi que entró un señor al que le decían El pelos. Lo había visto en el parqueadero días antes. Este señor me dijo: “Sígame”. Rápido salimos de la tienda, caminamos por atrás, había unos establos de vacas, cruzamos un puente porque el canal traía suficiente agua y llegamos a unos terrenos de siembra, los atravesamos y pasamos entre matorrales y espinos hasta llegar a un río de aguas negras. Allí nos escondimos un rato, el señor Pelos se asomaba para ver si la migra estaba allí. Me dijo: “Hay una pinche vieja”. Yo suponía que era una oficial de la patrulla fronteriza, así estuvimos aproximadamente diez minutos; nuevamente este señor se asomó y luego me dijo: “¡Córrale! ¡Brínquese el río! yo la vigilo desde aquí”. Yo le pregunté: “¿Acaso yo sola daré el brinco?”. Él me contesto que sí: “¡Ahora brínquese y corra hasta llegar a esas casas!, ahí la espera el raitero. No tenga miedo, cruce la brecha de terracería”. Había unas tablas para cruzar el río, me dio miedo y le pregunté: “¿Cómo lo voy a cruzar si tiene mucha agua?”. Él insistió: “¡Brínquese! ¿O no quiere pasar?”. Quise o no, me quité rápidamente los tenis y me metí al río, sentía que a cada paso el agua subía más. Yo pensaba: “Falta que pise un lugar pantanoso y me trague”. Temblorosamente logré salir a la otra orilla. Mojada de la cintura para abajo me puse las calcetas y los tenis, y escucho la voz del señor: “Corra, corra hasta esas casas y piérdase, allí está el raitero”. Yo no podía, me resbalaba, en vez de subir iba para abajo, cuando por fin pude hacerlo corrí sin mirar a los lados, atravesé la brecha y unos cien metros de terreno baldío. Al levantar la mirada lo primero que vi fue una patrulla fronteriza que se dirigía a mí, me quedé observando unos minutos. Ya no tenía escapatoria, me esperaba la migra. Se bajó el oficial y me dijo de manera prepotente: “¿Con quién vienes?”. “Sola”. “Dime la verdad, ¿dónde está el hombre que venía contigo?”. Le dije: “No sé, no lo conozco”. El bolillo decía: “Yes, yes”. O sea mierda, mierda, mientras me amenazaba: “Si no me dices la verdad, te vamos a mandar a la cárcel”. Por mentirle a los oficiales dije: “No señor, yo vengo sola”. “¿Qué buscas acá?”, me preguntaron. “Trabajo”. “¿A dónde vas?”. “A El Paso”. Me pusieron de frente a la patrulla, me esculcaron las bolsas, uno de ellos decía: “Traes droga”. “No señor”. Me quitaron el celular, revisaron las llamadas y encontraron una que le había hecho a don Arturo para preguntar por el raitero. Me subieron a la patrulla para llevarme a la migración de Texas. En silencio iba yo pensando: “Mala suerte, mi primer intento y ya estoy detenida. ¿Qué nombre voy a ponerme?”. No quería dar mi verdadero nombre para no perjudicar la visa. Se me vino a la mente utilizar mi segundo nombre, Regina López Pérez, me inventé los apellidos al bajar de la patrulla. Me llevaron a una celda unos minutos, el oficial me ordenó sacarme los zapatos. Yo les dije: “Nada más no se vayan a mariar”. Él me sonrió. Después de revisarme me dieron un recibo para recuperar mis pertenencias y me dijeron: “Véngase para acá”. Junto a una computadora el oficial me preguntó mi nombre: “Regina López Pérez”. Lugar de nacimiento: “Oaxaca”. Nombre de sus padres: “Álvaro Pérez y Sara López”. Fecha de nacimiento: “ocho de febrero del 62”. Yo sabía que estaba mintiendo pero no quería quemar mi visa porque me serviría para otra ocasión. “No soy una delincuente, lo único que deseo es trabajar”, les dije. Tomaron mis huellas, mi firma y mi fotografía. Después me trasladaron a mi celda. Yo no me perdía de nada, de pronto vi que los oficiales comparaban dos fotografías, la actual y la del 2004 que estaba archivada en la computadora. Miraban y miraban. Un oficial se encaminó a mi celda, me sacó y me dijo: “¿Por qué te cambiaste de nombre? Tú no te llamas Regina”. “¡Claro que sí me llamo Regina!”. Me preguntó que si tenía una hermana gemela. “No. ¿Por qué tantas preguntas?, ¿qué hice?”. Se me ordenó acercarme a la computadora para que viera yo misma la imagen que se parecía a mí. Como si nada le dije: “¡Deveras! ¡Cómo se parece a mí!, pero no soy yo. ¿Qué ha hecho esa mujer? No me vaya a meter en un delito que no es mío”. El oficial contestó: “No te asustes, no ha hecho nada malo, ésta tiene derecho a renovar la visa”. Le dije: “Oficial, “¿no cree usted que sería ilógico que teniendo visa pase por el río exponiendo mi vida a estas horas?”. Él decía: “Sí ¿verdad?, okey”, y le dio carpetazo. Estuve como tres horas en la celda, luego me trasladaron a la migración de El Paso y me dijeron: “Tome sus cosas porque se regresa a México”. Al salir del Puente Internacional de El Paso Texas, miré hacia atrás pensando: “¿Qué importa que me echen, volveré”. Caminé por las calles de Santa Fe buscando las vías del tren, pues recordé que por ahí estaba la casa del pollero. Caminé y caminé sin encontrarla, así que opté por llamarle al celular. Luego luego preguntó: “¿Dónde está?”, le dije el nombre de la calle y él me contestó: “Está usted ya muy lejos, yo la alcanzo”. Lo vi venir de frente: “¿A dónde anda usted?, la casa está muy cerca del puente”. “Es que pasa que no conozco la ciudad”. En este intercambio le pregunté: “¿Dónde me puedo quedar? Ya no traigo dinero para el hotel”. “Vamos a casa”, me dijo. Al abrir la puerta de la vivienda donde pernoctaría observé que estaba en total desaseo, por donde quiera había basura de todos los tipos posibles, muebles muy viejos. Todo deteriorado. “Aquí se va a quedar” me dijo el señor, y me mostró un sofá viejísimo lleno de pelos, pues estas personas tienen como seis perros que dormían en aquel sillón. La cobija también estaba sucia y llena de pelos de perro. Me provocó alergia y le dije: “Me puedo quedar en el piso”, pero la señora Sara me dijo: “No. Hay muchos ratones y ratas, a menos que quieras dormir con ellos”. Okey –le dije– mejor duermo en el sofá. Me acosté en aquel mueble, en seguida llegó un perrito y se acostó sobre mí, me dio mucho miedo hacerlo a un lado, a lo mejor me mordería, después subió otro grande a un lado de mis pies. El sueño me venció. En la madrugada tenía tanto frío que desperté y pensé: “¿Cómo no se sube otro perro?”. Los ratones iban y venían sobre la mesa y los muebles. No sé si esta casa sea realmente el hogar de los señores o sólo es para despistar, ellos ganan mucho dinero con todos los incautos que queremos trabajar y caemos en su poder para llegar al otro lado. El martes 22 de enero amanecí con mucha hambre y me salí a buscar burritos, cuando salía el señor me dijo: “No se preocupe, al rato usted se va y va a dar el brinco”. Continuará... Zoila Reyes es autora del libro autobiográfi co Sólo soy una mujer (2004, Mc editores), en el que recoge su experiencia como líder de una comunidad mixteca acosada por la violencia de poderes caciquiles. En éste nuevo relato narra sus vivencias al tratar de pasar el Río Bravo hacia Estados Unidos, ser deportada tres veces y sometida a juicio en el último intento. La edición del manuscrito original ha sido realizada por Gisela Espinosa Damián. |