22 de mayo de 2010     Número 32

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Agro defeño

La alegría, una herencia familiar


FOTO: Eduardo Ortiz

Camilo Ávila, productor de amaranto en Santiago Tulyehualco, delegación Xochimilco

Mi edad es de 63 años y desde que tengo uso de razón me he dedicado a la siembra y elaboración del amaranto. De allí he sacado para la manutención de mi familia.

En Santiago Tulyehuaco la producción del amaranto viene de nuestros antepasados que se dedicaron mucho a eso. En este pueblo 70 por ciento de las siembras son de amaranto, son de temporal y las cosechas se realizan entre noviembre y diciembre; yo prefi ero hacerlo en diciembre porque para entonces la planta está más seca y al sacudirla suelta más fácilmente el amaranto. Aquí siempre se ha cultivado también el maíz y el frijol, y en menor medida el picante y el tomate.

El amaranto es una herencia familiar. Mi papá me decía “si trabajas el cerro, el campo, nunca te va a faltar algo qué comer. Por la falta de apoyos (subsidios públicos), he tenido que buscar trabajo en otra parte como policía bancario, para completar el gasto, pero nunca dejé el campo y nunca lo dejaré; lo seguiré trabajando conforme a mis posibilidades y a mi único hijo varón, que es mecánico, también le gusta mucho y de hecho me ayuda. Mis tres hijas están casadas y se dedican a cosas diferentes al campo, aunque una de ellas sabe de apicultura y produce jalea real y miel que yo utilizo en mis dulces de amaranto y que también vendo en un puesto que tengo en el mercado de Atzcapotzalco junto con dulces cristalizados y palomitas con miel que hace mi esposa. Algo que preocupa es que antes toda la población de Tulyehualco se dedicaba a producir amaranto, ahora sólo lo hace alrededor de 15 por ciento. Hay mucha tierra ociosa, y es que sin apoyo, casi no hay ganancia. Eso lo puedo ver bien aunque no tengo muchos estudios, llegué sólo a segundo año de secundaria. Yo no heredé tierras porque un hermano de mi padre se quedó con todo porque era el preferido del abuelo; lo que hago es rentar tres hectáreas, aunque actualmente sólo estoy trabajando tres mil metros que me presta un familiar.

Tener amaranto es como un ahorro. Con una inversión de 15 mil o 20 mil pesos por hectárea, si mi cosecha es buena, obtengo 30 o 40 costalitos, si es regular 25 y si es mala 15 o 20. Cada costal tiene 25 cuartillos, o sea 37.5 kilos (cada cuartillo representa 1.5 kilos), claro que tostado y reventado ya es hartito. Lo guardo, y diario, diario, hago alegría; la mayor parte la preparo con cacahuate, otra sola, y también hago con chocolate, una que se llama “tres leches” –con chocolate, chocolate blanco y nuez molida– y pedidos especiales, por ejemplo uno que hago para Silvia Pinal (la actriz), con piñones y con nueces.

Guardo el amaranto tostado; hasta hace cinco años lo tostaba yo mismo con comal de barro, pero ahora ya pago para que entre al tostado eléctrico. Todavía podría yo hacerlo con comal, pero el carbón está muy caro y hay que conseguirlo lejos, en Xochimilco.

A pesar de que se sabe de la riqueza del amaranto, que tiene muchas proteínas y es nutritivo, y era un cultivo importante de los aztecas, hay mucha gente que no lo aprecia. He oído a algunas personas que se niegan a comprarle alegrías a sus hijos; les dicen: “eso es una cochinada”. Hay muchos compañeros que dicen “ya no produzco, porque ya no vendo”. Esto desmoraliza. Pero también hay personas que, al contrario, me invitan a escuelas, como es la Universidad Anáhuac, o algunas primarias, incluso un colegio Salesiano, para que les vaya a enseñar a los alumnos cómo se elaboran las alegrías; a los niños les encanta ver cómo hago las calaveritas para el Día de Muertos. Yo hago obleítas chiquitas con muchas semillas de amaranto y las vendo al DIF de Toluca.

El amaranto se produce en los cerros, pues necesita muy poca humedad, pero la plantita la producimos en almácigos, en las chinampas. En esta época del año me levanto temprano, doy gracias a Dios, voy al cerro a preparar el terrenito para sembrar: lo escombro y posteriormente con la yunta, con dos mulas o caballos, que rento, hago el arado para voltear la tierra, y en unos 15 o 20 días la plantita que está en los almácigos ya tiene cinco centímetros, y en 20 o 25 días más alcanza los 10 o 12 centímetros y la trasplanto al cerro donde le damos trabajo para que vaya hacia arriba. Como fertilizante uso abono de res que compro, y para el arado debo contratar peones, que cobran muy caro y están escasos: hay que pagarles 250 pesos por día y darles pulque o cerveza, pues de otra forma no van. Además, claro, cuando tengo peones trabajando mi esposa pone una ollota con frijoles y chilito con huevo o con carne para que coman.

Yo creo que tenemos que darle difusión al amaranto, no dejar que se sigan perdiendo sus tierras de producción, y es muy importante que el gobierno lo apoye, y que apoye también al campesino, porque muchas veces, como a mi me ha pasado, nos corren las autoridades cuando queremos vender en la calle. Por lo pronto yo he hecho un folleto, con la ayuda de un familiar que es maestro, para que mis clientes en Azcapotzalco conozcan las bondades de este alimento milenario (LER).

Los que valoran la ecología


FOTO: José Carlo González / La Jornada

Maximiliano Álvarez, ex presidente del comisariado ejidal de San Andrés Totoltepec

En 1992 el ejido San Andrés Totoltepec, de la Delegación Tlalpan, fue objeto de un decreto de expropiación, que determinaba que sus tierras serían usadas como “reserva” para vivienda en previsión del crecimiento urbano. La tierra sería pagada a 69 centavos el metro y los ejidatarios decidieron en principio pelear para que el pago alcanzara el peso por metro. Pero después vimos que todo esto era muy injusto y empezamos a luchar y cancelamos el decreto expropiatorio. Nos devolvieron legalmente la tierra del ejido. Pero el caso es que estas tierras, que son de bosque y pedregal en su mayoría, no ofrecen muchas posibilidades para la producción agrícola. Somos una especie de ricos pobres o pobres ricos los campesinos del Distrito Federal. Las tierras son codiciadas pero sus dueños no tenemos muchas formas de sacarles provecho.

Entonces surgió la idea de hacer un proyecto de ecoturismo, es el Parque Ecológico de la Ciudad de México, que nació formalmente en 1997, que es administrado por medio de la cooperativa Huehuecalli (Casa Vieja, en náhuatl) y que ha venido avanzando. Cuenta con 129 hectáreas. Yo fui presidente del comisariado del ejido y he visto las presiones para que vendamos nuestra tierra. Y es que lo único que nos separa de la mancha urbana es la carretera Picacho-Ajusco.

Lo positivo es que las nuevas generaciones se están interesando por conservar el ejido, y no precisamente por lo que era antes, el amor a la tierra porque nos da de comer, sino por una cuestión ambiental. Los jóvenes ven que el cambio climático, el daño ambiental, ya no es algo hipotético, ni teórico, sino realidades. El amor a la tierra ahora es no tanto porque nos da de comer, sino porque nos da vida. Lo he visto con mis propios hijos. Uno de ellos me dijo alguna vez: “papá, ya no te metas en eso (en la lucha para evitar la expropiación y ventas de tierra). De todas maneras esto va a terminar lleno de construcciones”. Le dije “mientras yo viva haré hasta lo imposible por frenar eso” y seguimos en la lucha y mis hijos están interesados ahora en conservar la tierra, en incrementar la capacidad de los servicios ambientales que prestan los suelos.

En el parque ecológico, en los recorridos que damos a niños de primaria y kinder, tratamos de dar ese enfoque, no el de un turismo rural; hablamos de las cuestiones ambientales, de la sustentabilidad, de las plantas medicinales, del aprovechamiento de la tierra desde un punto de vista de conservación de todo lo que nos proporciona el campo. También promovemos con nuestros visitantes el rescate cultural, que tiene que ver con el idioma. Les hacemos ver que hablamos el náhuatl sin darnos cuenta; muchos alimentos tienen nombre náhuatl, como aguacate, zapote, tomate, jitomate, chile, o palabras como macuarro, que se usa en forma peyorativa para referirnos a los albañiles pero que tiene su origen en macuilli, que quiere decir cinco, y que está relacionada con macultlame, que significa los que trabajan con las manos, los artesanos. Los españoles cambiaron la palabra por macuarro. El nombre mismo de mi pueblo, Totoltepec, significa cerro de aves, durante muchos años se dijo que significaba cerro de guajolotes, pero totol es genérico, corresponde a todas las aves. Guachuloltepec significaría cerro de guajolotes.

En toda las zonas rurales del Distrito Federal, presentes en siete delegaciones, hay proyectos ecoturísticos.

Las cosas han cambiado mucho en comparación con diez o 15 años atrás. Lo veo con mi familia y con otros compañeros que están dispuestos a luchar por la tierra. Han nacido nuevas organizaciones que la defienden y este año en un pueblo vecino, Magdalena Petlacalco, salió la resolución de reconocimiento de sus bienes comunales. En nuestro ejido también estamos luchando para tener ese reconocimiento en una superficie de 406 hectáreas que se adueñó un señor muy infl uyente, Gastón Alegre. Las tiene desde que Miguel de la Madrid era presidente (LER).