annes, 18 de mayo. A juzgar por los títulos netamente franceses presentados en la competencia en el festival de Cannes, la ilustre cinematografía no se encuentra en uno de sus momentos de gloria. La tercera no ha sido la vencida. Des hommes et des dieux (De hombres y dioses), de Xavier Beauvois, se sitúa en las montañas magrebíes a mediados de los años 90 del siglo pasado, cuando los monjes del convento de Atlas se sienten amenazados por un grupo islámico. Basado en un hecho real, el desarrollo dramático se limita a mostrar cómo cada uno de ellos se convence, a través de su fe, de que lo correcto es permanecer en el lugar. Beauvois ilustra dicha vocación para el martirologio con una serie monótona de meditaciones, rezos y cantos sacros ante el peligro.
La película es tan pía que uno siente haber asistido a una misa, más que a una función de cine. Es de suponer que la Iglesia católica necesita ese tipo de apoyos en las relaciones públicas, ahora que está bajo fuego por otras razones. Aunque sea pecado, uno podría apostar doble contra sencillo que Des hommes et des dieux ganará el premio del Jurado Ecuménico.
Por su parte, Abbas Kiarostami, el sumo santón del cine iraní, proporcionó un necesario contraste con Copie conforme (Copia certificada), su primer largometraje filmado fuera de su país y no hablado en farsi. Con un argumento en extremo sencillo, el encuentro entre la dueña de una galería de arte (Juliette Binoche) y un arrogante ensayista inglés (el barítono William Shimell) en la Toscana italiana, Kiarostami ha logrado también su primera película romántica. Contra toda expectativa, el cambio ha sido favorable.
El incesante diálogo entre los protagonistas, en una mezcla de inglés y francés, versa sobre el tema de la diferencia entre la copia y el original, mismo que deriva en una ambigua representación de la pareja. ¿Cuál es la parte fingida? ¿El flechazo casual o la larga relación matrimonial? En una especie de revisión aún más cosmopolita de Antes del atardecer (Richard Linklater, 2004), Kiarostami narra lo que quizá fue una experiencia personal –el personaje masculino podría ser su alterego– como si le rindiera homenaje al fallecido Rohmer, sin abandonar su propia preferencia por el plano-secuencia. Por suerte, Binoche no ha cedido a la tentación de aplicarse bótox, como muchas de sus colegas, y las huellas del tiempo en su rostro dan un carácter melancólico a su conocida sensualidad. De hecho, su matizada actuación es el fundamento de la carga emotiva de Copie conforme.
Lo serio del asunto es que Irán se ha vuelto un lugar inseguro para el cineasta no oficialista, bajo la actual administración. Desde la inauguración del festival se protestó por el hecho de que Jafar Panahi, autor de El globo blanco, no pudo ser miembro del jurado por haber sido encarcelado por las autoridades. En la conferencia de prensa de su película –prohibida en Irán, por cierto–, Kiarostami leyó un manifiesto expresando la solidaridad con su compatriota.
Año tras año uno lamenta el deber prioritario de cubrir las novedades, cuando la sección Cannes Classics ofrece diariamente copias restauradas de indiscutibles obras maestras. Hace unos días El gatopardo, de Luchino Visconti, fue presentado en su versión original por Martin Scorsese, acompañado por Claudia Cardinale y Alain Delon, dos actores sobrevivientes del reparto. Ayer se exhibió El tambor de hojalata, ganadora de la Palma de Oro en 1979, en un corte del director alemán Volker Schlöndorff nunca antes visto. Y hoy se ha rescatado Két lány az utcán (Dos chicas en la calle), una de las pocas y desconocidas películas filmadas por André de Toth en su natal Hungría antes de emigrar a Hollywood. Qué ganas de ser joven e irresponsable.