Opinión
Ver día anteriorMiércoles 19 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Deuda y purgas a la europea
E

l discurso de José Luis Rodríguez Zapatero para recibir al señor Calderón a su llegada a Santillana del Mar (España) no tiene desperdicio. Al darle la bienvenida pugnó por la participación de las empresas de su país en los procesos privatizadores que, con tesón irresponsable, lleva a cabo el michoacano. Los sectores donde los ibéricos quieren una mayor tajada son, ni más ni menos, el eléctrico, las telecomunicaciones y el trasporte. Estratégicos campos que se les han ofrecido a precios de remate. En todos ellos tienen ya un pie adentro, pero quieren meter toda la bota. En cada uno tienen su quinta columna (Gil Díaz es la principal en Telefónica, pero Alfredo Elías, de CFE, no se rezaga) y una caterva adicional de cómplices voraces.

En compensación por tan generosa acogida en esos ámbitos, y otros bajo asedio (eólicas, bancos y gas, por ejemplo), el dirigente español colaboró para entregarle el premio por el buen manejo de la economía y, en especial, por la cohesión social lograda en el México de hoy que padece sus desatinos. Un eco resuena, sin embargo, desde la actual semicolonia española. Es un sonoro aullido compuesto por 60 por ciento de angustiadas voces que todavía sostienen que el panista no ganó, en buena lid, las elecciones que lo encumbraron. La profunda polarización que aquí se vive es efecto directo del atraco cometido a la voluntad popular.

Pero eso no arredra a los europeos. Saben que llevan en la buchaca un saldo en su favor en el intercambio comercial (TLC) con México por unos 25 mmdd anuales. Y, por incrementar esa cuenta, están dispuestos a otorgar premios al por mayor y forzar a sus reyes a que hagan gráciles actos de presencia ante los incautos visitantes. Las fotos de ocasión se trasmutan entonces en material difundible y no pocos mandatarios latinoamericanos las usan, además, para su egoteca. Latinoamérica, para los europeos, es un inmenso solar de donde al menos los españoles planean obtener 50 por ciento de su bienestar y, por desgracia para los neoconquistados, lo están logrando.

Pero el viejo continente ha entrado en tribulaciones de gran envergadura y explosiva trascendencia. Y busca quién, o quiénes, serán los coadyuvantes que alivien sus pesares. Varios oficiosos vuelan ya presurosos al rescate. Recibirán, a cambio de su colaboración, alguna corcholata, pergamino o estrellita por cuestionadas valentías varias. Lo cierto es que, cinco de los países periféricos de la unión (Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia; PIGS, en inglés) se han endrogado por cerca de 4 billones de dólares, bastante más allá de lo que producen y trafican en un año (PIB). Unas cuatro veces el PIB de México. Los PIGS, además, concentran sus deudas en tres naciones centrales, Alemania, Francia y Gran Bretaña (FAB). A los bancos del FAB los PIGS les deben un tanto más de 2 billones de dólares, 52 por ciento de su deuda total. Es por eso que la alarma ha sonado en los famosos mercados y los especuladores se soban las manos apostando a cesación de pagos y otros filones donde sacar raja.

Las condiciones impuestas a Grecia para que refinancie su enorme deuda son tan amargas y prolongadas que no podrán ser absorbidas en el tiempo por el grueso de su sociedad. El castigo se ha recargado, como usualmente sucede, sobre los trabajadores, los pensionados y los pequeños empresarios. Y todas esas penurias tienen un propósito: salvar a los bancos franceses, alemanes y británicos que son los acreedores bajo escrutinio. Algo similar a lo sucedido a México bajo la administración de Zedillo, el último (por fortuna) de los priístas en Los Pinos y por ahora trasnacionalizado. Bill Clinton le prestó, de una cuenta especial, 20 millones de dólares para que se le pudiera pagar a los hedge funds de Wall Street, titulares de los tristemente famosos tesobonos. El PIB mexicano se fue a pique y, al día de hoy, la hacienda pública sigue pagando el desaguisado (IPAB) para regocijo de los bancos locales.

Pero con los griegos no acaban las tribulaciones de los europeos: simplemente empezaron con ellos. Cualquiera de los adicionales manirrotos endeudados que se tambalee podría desatar una cadena indetenible de quiebras y pánico ante la cual el fondo anunciado a las carreras, por 720 mil millones de euros (mmde), poco podrá detener. Sería una debacle mucho más espectacular que la ocurrida cuando quebró el primer banco (LB) en Estados Unidos que originó la reciente crisis global.

El caso español, sin embargo, es bastante singular. La enorme deuda externa no la ha contraído el gobierno en su totalidad. La mayúscula porción la tomaron particulares (grandes empresas), ciertamente con avales públicos. Los españoles y sus consorcios con aspiraciones imperiales tuvieron su frenesí expansionista a costa de apalancar sus aventuras. El teatro escogido para sus correrías fue Latinoamérica. Ahora han comenzado a pagar las consecuencias. Pero, en lugar de elevar impuestos al gran capital, controlar el dinero negro, reducir gastos militares o castigar a los bancos que han salido beneficiados en extremo, Rodríguez Zapatero ensaya su plan de austeridad recargándose, como enseña el FMI, en los beneficios sociales y el bienestar de los trabajadores.

En la España bajo el socialismo, el programa de recortar 15 mmde al gasto fiscal para 2010, recién anunciado, lleva una ruta de confrontación con sustantiva parte de la sociedad de ese país. El contenido de la propuesta fue lanzado de manera apresurada y en contra de los postulados del PSOE, partido en el poder. La presión desatada por los acreedores, el mismo Barack Obama y los feroces especuladores de gran tamaño fue demasiado para el asediado gobierno español. Pero sus problemas no terminan o se agotan en lo económico. Su entramado de justicia ha entrado en un túnel de descrédito (juez Baltasar Garzón) mundial y su democracia parece incapaz de zanjar el turbio pasado franquista. Los crímenes del fascismo español no serán tocados mientras una coalición reaccionaria maneje los hilos del poder en esa nación que se pensaba una democracia madura.