roducto del desastre que es la seguridad pública en el país, se ha desatado una verdadera marea de información y análisis respecto de todo lo que con ello esté vinculado. Vamos desde la nota sobre asaltos, muertos, descuartizados, errores de las legiones oficiales, violaciones a derechos humanos, un Ejército arrinconado y enojado, un Legislativo que no acaba de legislar, hasta discusiones sobre la despenalización de drogas, los consejos que nos vienen del extranjero, el desprestigio nacional y más. Si debiera alcanzarse una conclusión válida para toda reflexión, ésa sería que nada, nada está mejor que a mitad de 2006.
Se consume menos droga, no. Se negocia menos droga, no. Se produce menos droga, no. El orden público y la paz social son mejores, no. El ánimo social está mejor que entonces, no. El prestigio del gobierno se ha consolidado, no. Hay menos flujos de dinero sucio, no. Nuestras relaciones con Estados Unidos son mejores, no. Nuestro prestigio internacional es mejor, no.
Nada está mejor, al contrario, todo está peor y esto es válido no sólo para las operaciones bélicas del Presidente, sino que, comparativamente, la declinación del Poder Ejecutivo es mucho más preocupante si se considera que, como resultado de tantos traspiés, hoy existe una terrible confusión en todas las esferas sociales. Ésta es altamente preocupante porque va desde las mesas de café a los recintos académicos, a la prensa descriptiva, a la de investigación y a la de análisis, al mismo gobierno, a los poderes Legislativo y Judicial y, por supuesto, a los observadores y medios extranjeros, de buena y de mala fe, para los que su encomienda divina es agregar algo al descrédito del país.
Toda esta confusión, que es parte natural en toda crisis, está alentada y aumentada por la falta de convocatoria y de información oficial racional e inteligente. En este momento de suma gravedad, que empezó su gestación tres años y medio atrás, se carece desde entonces de una campaña en busca del entendimiento social y su consecuente fomento de adhesión a los esfuerzos para someter un problema que se podía anticipar que crecería. Nada, se dejó que cada quien formara sus criterios con sus conocimientos previos y con sus propias interpretaciones de lo que los medios podían transmitir.
A diferencia de cualquier guerra, y ellos así la calificaron, faltó atención a múltiples requisitos, uno de los más trascendentales, conquistar la solidaridad social. A la dos cámaras legisladoras se les dejó en calidad de espectadoras y censuradoras, no se les dio participación corresponsable, como es en otros países. Se dejó al acaso que cada mexicano, con sus propios antecedentes y acceso a sus propias fuentes de información, adoptara la actitud que le pareciera más correcta para el caso. Al interior del Ejército, siendo ésa una de sus ciencias, no se promovió el entendimiento, no se fortaleció con sabios y atrayentes mensajes el elevamiento y sostenimiento de la moral hoy en pleno quebranto, requerimiento si se pudiera decir, que es más que esencial. Así se decidió o peor, ante el vacío de iniciativas, así resultó.
Hoy la sociedad se siente segregada de todo el problema y las más claras consecuencias son: 1. Ver de lejos las tareas del gobierno, y realizar sistemáticamente críticas negativas sobre algo de lo que nunca se sintió parte. Su única vivencia es el dolor y la preocupación, nunca la adhesión solidaria, la comprensión consecuente o indulgente, nunca el ánimo predispuesto a la comprensión. 2. El resultado, lo que estamos viviendo, lastima y preocupa a ella, pero el problema se percibe como que es de Calderón, la sociedad no se siente parte en ningún término. 3. Ha sido segregada del más lastimoso problema nacional de muchas décadas, luego. 4. No tiene ninguna responsabilidad moral o formal de participar en una solución a la que nadie le convocó y que nadie explicó.
Así, la guerra, su comandante y sus legiones están en el peor de los mundos, el del aislamiento, el de la insolidaridad, de la incomprensión y como consecuencia, el de la indefensión ante el denuesto y reprobación del pueblo. Los llamamientos a participar han sido escasísimos y totalmente vacíos. No convocan a nada ni a nadie, nadie se siente aludido, menos comprometido. Se ha alcanzado, como si fuera un fin buscado, convertir un problema de máxima importancia en una tarea ajena, inexplicada, incomprendida y sí, por esa vía se ha logrado la total reprobación. No se ha visto u oído una sola frase de comprensión, de indulgencia hacia el gobierno, no, y así aun si hubiera logros mecanicistas en su guerra, éstos serán siempre incomprendidos.
Es de esto que el horizonte se va cerrando día con día, crece la angustia por la violencia y sus consecuencias de todo orden, crecen las dudas, se agiganta la desesperanza y todo ello se concreta en una ausencia de concepción y conducción atinadas, y para ellas lograr la comprensión y adhesión de la sociedad. Nada se hizo, así fue decidido.