a de nuez, para Monsi
Las elecciones inglesas nos brindan dos lecciones importantes. Aunque se ha argumentado que el sistema británico era uno de los más aptos para producir bi-partidisimo es claro que con la presencia de un tercer partido es posible siempre y ahora ha sido el caso, que no se produzca una mayoría legislativa casi automática. El desgaste de los laboristas en sus 13 años de gobierno, más un liderazgo conservador que no convenció suficientemente y un excelente desempeño en debates del candidato liberal-demócrata llevaron a esta situación de un congreso y en consecuencia en un régimen parlamentario, de un gobierno, sin mayoría. Las opciones habrían sido gobernar en minoría con acuerdos informales con la segunda fuerza, o construir un gobierno de coalición entre dos fuerzas que tienen diferencias considerables. Éstas se pueden resumir en las siguientes: proponen una política exterior más cercana a Europa, y sobre todo buscan impulsar una reforma fiscal que grave los ingresos no salariales, provenientes de herencias y de transacciones financieras. Pero su discrepancia central se encuentra en su insistencia en cambiar un sistema electoral injusto por uno que tenga más ingredientes de un sistema proporcional. Aún así han sabido establecer una plataforma común generando un compromiso creíble tanto para la sociedad, la clase política y el empresariado, consistente en establecer por primera vez un límite a la duración del gobierno por 5 años.
Dos lecciones podemos obtener de las elecciones inglesas. Por una parte que aunque las reglas pueden favorecer sistemas de mayoría unicolor, las mayorías se forman por la voluntad de los actores. Segundo, que las alianzas y coaliciones pueden darse en partidos con posiciones muy encontradas a condición de encontrar a partir de cálculos estratégicos y no poca generosidad –reconociendo el estado de ánimo de los electores– una plataforma en común.
Más que pretender obtener esas mayorías de manera artificiosa o de propugnar de manera subliminal la desaparición real de las terceras opciones, o de condenar todas las formas de alianzas como oportunistas o contra-natura; la reforma política debería trasladar su énfasis a los actores principales del escenario político.
Dos son los actores claves: los partidos y los ciudadanos. Los partidos deben asumirse como entidades de interés público. Se requiere de un estatuto de partidos que garantice derechos o obligaciones a sus militantes y de entre éstos un esquema permanente de formación política y ciudadana, un sólido código de ética con capacidad de imponer severas sanciones, la existencia de un padrón actualizado de miembros y simpatizantes, reglas claras para la elección y remoción de dirigentes, procedimientos precisos para la elaboración y discusión de las plataformas programáticas y electorales, y condiciones imperativas a cumplir cuando se trata de establecer alianzas electorales o coaliciones legislativas.
Del lado de los ciudadanos es necesario revisar y articular en un solo cuerpo normativo los distintos mecanismos que permitan impulsar la formación política, el asociativismo, el impulso a campañas por causas específicas, las iniciativas ciudadanas en el congreso, mecanismos precisos de supervisión del ejercicio de programas y presupuestos públicos y el financiamiento bajo determinadas condiciones a organizaciones ciudadanas que adquieran el status de entidades de interés público.
Como entidades de interés público: partidos, asociaciones, sindicatos y demás formas de organización de la sociedad estarían obligadas a una rigurosa rendición de cuentas.
Todo lo anterior subraya que el centro de la reforma política deben ser los actores o dicho de otra manera las reglas orientadas a fortalecer a los actores. O como bien lo dijera hace mucho años los Rolling Stones: It’s the singer, not the song.
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