l mayo francés, en 1968, fue fruto del hartazgo y la esperanza. El mayo griego, en cambio, es hijo del repudio al sistema social y de la desesperación.
Por eso, mientras el primero se expandió rápidamente por todo el mundo, desde México a China, de Argentina a Checoslovaquia, de Estados Unidos a Brasil e Italia, la rebelión de campesinos, obreros, trabajadores en general, funcionarios, profesores, estudiantes, artesanos y pequeños comerciantes e industriales ha creado en Grecia un frente único, por arriba de las clases, entre sectores que hoy están unidos por la voluntad de no pagar la crisis que no provocaron y de la que son víctimas, pero probablemente sólo encontrará eco, en lo inmediato, en las próximas víctimas del capital financiero y de su especulación contra el euro.
O sea, en España y Portugal, y quizás en Italia, porque una de las características de la actual crisis capitalista –la mayor en la historia del sistema, que abarca todo el mundo– es que hasta ahora ha enfrentado escasas manifestaciones masivas de protesta en Europa. En efecto, el descreimiento en la idea misma de la factibilidad de una alternativa anticapitalista –provocado por el inglorioso derrumbe de los partidos y gobiernos que decían ser comunistas o por la transformación de los partidos comunistas chino y vietnamita en promotores del capitalismo salvaje y, también, la extrema debilidad de la izquierda anticapitalista en casi todos los países– da como resultado que la rabia se canalice hacia los enfrentamientos étnicos, como en Bélgica y Ucrania, y detrás de las derechas xenófobas, en Francia o Italia.
Mientras en Grecia la crisis brutal organizada por Goldman Sachs y el capital financiero internacional, con la complicidad activa del gobierno de la derecha, se dio casi al día siguiente de una gran movilización contra ésta y del voto aplastante en favor del Partido Socialista, o sea, encontró una población ya militante y luchando con esperanzas de cambiar, en los otros países, salvo parcialmente en Francia y Alemania, la desmovilización, el desánimo y la falta de esperanzas en una alternativa refuerzan la hegemonía política y cultural del capitalismo, y dan base para derechas disímiles, como la española, la húngara, las italianas berlusconiana, semifascista o de la Liga Norte, y la austriaca, las cuales tienen en común el racismo y el chovinismo, y combaten la unidad y los sentimientos solidarios entre los trabajadores, los estudiantes y técnicos jóvenes que esporádicamente resisten.
Por eso, el ejemplo griego, probablemente, encontrará más apoyo entre los estudiantes, los jóvenes desocupados o con empleos temporarios y mal pagados, y entre los inmigrantes y los indocumentados que son una buena parte de los obreros, pero están divididos de los demás explotados; pero en lo inmediato no motivará a las masas en la mayor parte de los países europeos. Por el contrario, Grecia seguramente alentará las acciones combativas de los movimientos sociales urbanos en América Latina que no tienen el freno, existente en Europa, de los partidos socialdemócratas.
Pero hay que contar con la voracidad y la ceguera del capital financiero, que está especulando contra el euro y contra la inestable Unión Europea (UE), y apuesta al derrumbe de Portugal y de España y a condicionar aún más a la maltrecha Italia. Ahora bien, en Portugal, a diferencia de los dos últimos países, el Estado es frágil, como en Grecia; la burguesía, como la griega, es débil, y la izquierda anticapitalista es poderosa y tiene detrás de sí el recuerdo de la Revolución de los Claveles. Y en España la crisis económica se une con los comienzos de una crisis de dominación que hace resurgir el antifascismo, la polarización política y la necesidad de la República. Una situación a la griega en los países mediterráneos meridionales podría difundir el mayo griego por toda Europa occidental del sur.
Sin embargo, a diferencia del mayo francés, que puso en la orden del día la lucha contra los aparatos (de los grandes partidos comunistas y de las burocracias sindicales), el mayo griego estalla cuando los órganos estatales de mediación (Iglesia, partidos, burocracias sindicales) están muy desprestigiados y debilitados, al igual que las instituciones. Pero lo hace sin consignas ideales subversivas.
En la actualidad, los griegos luchan contra la utilización capitalista de la crisis capitalista para aumentar la desocupación, reducir los ingresos reales y los salarios, destruir las conquistas históricas de los trabajadores. Están unidos por el no al Fondo Monetario Internacional y la UE, y por el rechazo a la sumisión del gobierno socialdemócrata ante el diktat del capital financiero. Pero no formulan consignas ni siquiera posibles en lo inmediato, como la expropiación de los bancos, impuestos al gran capital, rechazo a las deudas contraídas fraudulentamente por la derecha, expropiación de los bienes de los irresponsables y corruptos, para tener un fondo para la importación de alimentos en caso de default. Aún están bajo el shock resultante de la desilusión derivada de haber votado masivamente contra las políticas hambreadoras de la derecha y de ver a los socialistas, que las denunciaban, aplicar otras peores poco tiempo después; aún protestan, pero dentro de los marcos del sistema, y su radicalismo está en los métodos, pero todavía no en el pensamiento. Sin embargo, todavía no han dicho la última palabra.