Opinión
Ver día anteriorJueves 6 de mayo de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Zoot suit
D

urante casi toda la representación, por lo menos el día del estreno, los espectadores tuvimos presente la ley antinmigrante de Arizona y una oportuna morcilla, me parece que de Arturo Reyes, desató una fuerte ovación. No en balde la resistencia ante esa ley se expresó también a través de radio La Campesina fundada por César Chávez, el legendario dirigente de las luchas chicanas de los años 60 del siglo pasado, a las que se había acercado ese joven de origen mexicano recién graduado del San José State College para fundar el Teatro Campesino de Aztlán. Luis Valdez unía para nosotros dos momentos tan separados en el tiempo pero muy parecidos en su racismo brutal y los unía como lo hacen los clásicos, con obras que recobran sentido para otras generaciones que desconocen lo pasado, pero se interesan por el presente.

Luis Valdez es el gran clásico del teatro chicano y si Zoot suit marca el momento en que su creador accede al teatro profesional, guarda muchas de las constantes de ese teatro y de las comunidades chicanas de la época y aunque no se ocupe del imposible regreso a Aztlán, sí habla de la familia patriarcal como núcleo de identidad (lo que muestra la única parte envejecida de la obra con las actuaciones de Alma Martínez y Marco Antonio García como los padres) o la vuelta a las raíces prehispánicas en la escena en que El Pachuco es desnudado y emerge como Tezcatlipoca. Para quien, en una de las frecuentes visitas que hizo a México, dijo que su teatro era mitad Brecht y mitad Cantinflas, el elemento brechtiano priva en este drama con música tanto por la estructura en escenas que tienen un nombre específico y las frecuentes rupturas que hace El Pachuco al dirigirse al público o hablar de su presencia, como al escribir de un suceso del pasado –el crimen de Sleepy Lagoon– para despertar conciencia en hechos más recientes, porque aun en los años 70, época de la escritura de la obra y todavía a la fecha, el racismo estadunidense golpea a los no nórdicos. Los tres finales que propone el autor corresponden a los posibles tres destinos que un joven chicano pudo haber tenido en los años 40 y que a lo mejor no son tan distantes de lo que puede ocurrir hoy: asimilación, muerte en la cárcel o en campo de batalla.

Muchos hemos visto la película, que junto a La Bamba es el mayor referente de Valdez para la gente más joven, y hay que congratularse de que en esta nueva producción de la Compañía Nacional de Teatro con que se reabre el Teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM –coproductora a través de la Dirección de Teatro– no se intenten repetir los modelos del filme o de la producción de Broadway a pesar de que se contó con el mismo director, sino que se haya recurrido a nuevos diseñadores. Se conserva la música de Lalo Guerrero aunque en arreglos de otros compositores y también se conserva el imprescindible telón formado por un periódico del que emergerá El Pachuco, que da la tónica de la escenografía de Sergio Villegas que recurre a periódicos –además de las palmeras y otros aditamentos del centro nocturno– para formar paredes y moblaje, sobresaliendo el piano del booggie Marihuana que se transforma en estrado del juez. La iluminación de Matías Gorlero, con sus estridentes luces de neón, y el vestuario de Jerildy Bosch y Mayra Juárez, así como la coreografía del también director residente Antonio Salinas, respetan en todo la época del hecho en que se basa el espectáculo.

Los actores de la CNT y algunos invitados, dan muestras de su versatilidad. En la imposibilidad de mencionar a todos los integrantes del elenco, daré cuenta de algunos sin extenderme. Enrique Arreola destaca como El Pachuco y Everardo Arzate como Henry Reyna, sus hermanos (Gabriela Betancourt y Luis Lesher), su pandilla (Karina Díaz, Arturo Reyes, Octavio Michel, Constantino Morán, Mileth Gómez y Ana Ligia García), las tres inquietantes pachucas (Carmen Mastache, Gabriela Núñez y Rocío Leal), sus amigos estadunidenses (Diego Jáuregui y Georgina Rábago), además de Juan Carlos Remolina en tres diferentes papeles y Óscar Narváez como el juez, con el añadido de las bailarinas y los bailarines invitados.