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Diagnóstico de educación artística

Ya no marcaba la directriz de la educación musical nacional: Ricardo Miranda, director

Tras su renovación, estudiar en el CNM vuelve a ser un privilegio

En 2007 comenzó su rehabilitación y se armó un plan académico ambicioso, que incluyó la depuración de la matrícula, la reactivación de becas y la llegada de los mejores profesores del país

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El CNM cuenta con el programa de estímulos económicos más grande que cualquier escuela de música del INBAFoto José Carlo González
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En canto, de 100 solicitudes admitimos 20. Apostamos al talento, a la excelencia, aseveró Ricardo Miranda en entrevistaFoto José Carlo González
 
Periódico La Jornada
Lunes 3 de mayo de 2010, p. 8

En México, asistir al Conservatorio Nacional de Música (CNM) constituye un privilegio para casi todo muchacho que desea convertirse en músico profesional.

La institución es la punta de la pirámide de las opciones de calidad que existen en el país para el estudio de la música, con la observación de que sólo tienen posibilidad real de egresar quienes de verdad tienen compromiso y talento para convertirse en músicos de primera línea, en profesionales del más alto nivel. Si es otro el propósito de los jóvenes, si sólo ven la música como complemento a su educación general, este no es el lugar para ellos, señala tajante Ricardo Miranda, director de esa escuela.

No obstante la larga tradición y prestigio que durante más de un siglo ha acompañado al cunero de relevantes artistas, cuando el musicólogo tomó las riendas de la escuela, apenas en julio de 2007, el conservatorio estaba literalmente en ruinas.

Había gran rezago en el mantenimiento del inmueble, debido a añejas filtraciones de agua, las fachadas de cantera tenían debilitados los muros, que estaban a punto de caer, además de condiciones sanitarias inaceptables, explica en entrevista con La Jornada.

Además del deplorable ambiente físico, añade, la institución “había dejado de marcar la directriz de la educación musical nacional debido a la ausencia de músicos importantes.

“Por ejemplo, la orquesta imitaba el grave problema del medio musical que coloquialmente llamamos ‘huesear’; es decir, se ensayaba sólo para determinado concierto y ya, sin un trabajo continuo.

“Por si fuera poco, el gobierno canceló entonces el programa de becas que se daba a algunos alumnos, y la institución acusaba un enorme rezago en materia de control escolar; es decir, encontré el barco con muchos problemas.

Pero, de entrada, hablé con Mario Lavista, uno de los compositores más importantes del país; él se había ido porque no encontró las condiciones académicas para trabajar. Fue el primero al que convencí para regresar, expresa Miranda con orgullo.

Con la llegada de los mejores músicos y profesores del país, el conservatorio adquirió un nuevo aire. Los alumnos se volvieron a sentir orgullosos de su escuela.

Cualquier mañana de clases se puede ver ahora a jóvenes estudiantes acudir entusiasmados al inmueble diseñado por Mario Pani, cuya forma sugiere una U de brazos abiertos, pero también, dicen los expertos, un diapasón o tal vez una lira.

Algunos salones tienen grandes ventanales que comunican directamente al jardín, donde se encuentra un foro al aire libre. Unos andan con grandes estuches al hombro, otros protegen del frío con bufandas su instrumento más preciado: la garganta.

Labor notable desde 1949

El Conservatorio Nacional de Música es una institución ilustre y de abolengo, ha hecho una obra notable por el arte musical de México, afirmó el compositor Carlos Chávez el 18 de marzo de 1949, cuando inauguró la actual sede de esa escuela, ubicada en Polanco.

El maestro recordó en esa ocasión los orígenes de la institución: las tertulias musicales en la casa de Tomás León, allá por 1864 o 1865. Distinguidos músicos mexicanos y hombres de ciencia y de letras, como Melesio Morales; Julio Ituarte, Aniceto Ortega; el doctor José Ignacio Durán, entonces director de la Escuela Nacional de Medicina; el doctor Eduardo Liceaga; don Antonio García Cubas, y algunos otros más, fueron la cuna de un Club Filarmónico que, poco después, se volvió la Sociedad Filarmónica que fundó el conservatorio antecesor de éste.

En enero de 1877, continúa el discurso de Chávez, el Conservatorio adquirió vastas proporciones que, aumentando las necesidades, hicieron indispensable su traslación a otro edificio de conveniente amplitud, lo que pudo llevarse a efecto por la decidida protección que el gobierno de Benito Juárez impartió al nuevo establecimiento, concediéndole para sus útiles trabajos el edificio de la extinguida universidad.

Fue así como el magnífico y venerable edificio de la primera universidad mexicana alojó al conservatorio hasta la primera década del siglo XX, cuando “la ciega y criminal onda demoledora de joyas arquitectónicas en perfecto estado de conservación convirtió en cascajo uno de los más bellos edificios de México y de América.

De allí pasó a la casona fea e inadecuada de Puente de Alvarado 43 y, dos o tres años después, a las preciosas casas de los números 14 y 16 de la calle de la Moneda, de donde fue, a principios de 1947, a ocupar provisionalmente un pabellón del edificio de la Escuela Normal Superior, en la Rivera de San Cosme, de donde ahora sale, para instalarse en este gran edificio de la avenida Masaryk, construido especialmente para alojarlo, detalló entonces Carlos Chávez.

De vuelta al orden

Se tuvo que trabajar muy duro para rescatar al conservatorio de las malas administraciones de finales del siglo XX y los primeros años de la nueva centuria.

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La arpista y escritora Mercedes Gómez Benet es egresada del Conservatorio Nacional de MúsicaFoto Cristina Rodríguez

Volvimos a poner orden, reitera Miranda al detallar que se invirtieron cerca de 100 millones de pesos en la renovación de los baños, el cambio de la iluminación en todos los salones y salas de conciertos, así como en la sustitución de toda la cantera.

El renacimiento de la institución ha ido de la mano de un programa académico ambicioso, que incluye clases magistrales y cursos de verano, entre otras actividades. Además, desde hace dos años la orquesta del CNM ensaya regularmente durante todo el ciclo escolar para formar a los atrilistas del futuro.

En cuanto a las becas, se cuenta con el programa de estímulos económicos más grande que cualquier escuela de música del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA): firmamos un convenio con la Universidad Autónoma Metropolitana, para que ellos bequen a 100 alumnos a cambio de 50 conciertos al año que nosotros organizamos en los espacios de esa institución educativa. Aparte, creamos la asociación de amigos del CNM, en la que reunimos a empresarios y a personas dispuestas a ayudarnos; con ellos creamos 20 becas especiales para los alumnos más avanzados, las cuales son las de mayor monto, dice Miranda.

De una matrícula de 798 alumnos, poco más de 120 están becados. Canto, piano y guitarra son las opciones favoritas de los estudiantes.

Vocación y compromiso

No obstante la gran demanda por ingresar al CNM, Miranda es puntual al explicar que la escuela no debe crecer de manera descontrolada. Cuando Carlos Chávez y Mario Pani planearon la construcción de este inmueble soñaban con un plantel de 600 alumnos. En 2007 había más de mil personas inscritas, ahora se ha depurado la matrícula.

Estudiar música no es fácil, reconoce, y explica que no sólo se trata de cuestiones económicas, también influye el entorno familiar.

“Ocurre muchísimo –añade– que llegan muchachos sin vocación real por la música, aunque en un principio es difícil notarlo. Es en el transcurso de los estudios cuando apreciamos el potencial, el empeño o la dedicación de cada uno.”

Los estudiantes con mejor desempeño en el estudio de instrumentos de aliento provienen, en su mayoría, de Tlaxcala, Texcoco y Oaxaca; son muchachos cuyas condiciones económicas son sumamente duras y complicadas, pero tienen un entorno familiar donde la música de aliento ha estado por siglos, y son muy buenos. Tenemos estudiantes que se levantan a las cuatro de la madrugada para venir a tomar clases todo el día y regresan a su casa en Tlaxcala sólo a dormir.

Otro gran cambio en el conservatorio fue terminar con las licenciaturas de 10 años de duración, nadie aguanta eso, dice Miranda. Entonces “dividimos los estudios en ciclos, para aumentar la eficiencia terminal; damos un nivel técnico superior, uno de profesional asociado y luego el título.

Antes los alumnos que decidían interrumpir sus estudios se iban sin ningún papel que avalara sus conocimientos; ahora, tras tres o cuatro años ya les damos un papel, pues ya tiene cierto nivel profesional. Eso es mejor que tener cifras rojas de deserción.

Al depurar la matrícula del conservatorio se abrió espacio para los niños, quienes toman clases por las tardes. En la actualidad hay inscritos 50 pequeños, a quienes atienden músicos de excelencia, contrario a lo que sucedía hace algunos años, cuando recibían clases de maestros adjuntos o muchachos de servicio social.

“Ahora queremos que los niños tomen clases con los mejores maestros, fomentamos ciertos instrumentos (cuerdas) y formamos un coro. Cuando estos pequeños sean los músicos que el país necesita sabremos si resulta la estrategia.

“Entre nuestros alumnos hay de todo, hay quienes quieren, por supuesto, ser rockeros; depende del instrumento que estudien. Es un mito y un mal entendido que sólo quieren dedicarse a la música clásica. Tenemos, por ejemplo, un increíble ensamble de jazz, que hace un relajo fantástico; hay también conjuntos de música folclórica.

Claro, la ambición de quienes estudian canto no es ser coristas. Todos quieren ser solistas y tener trayectoria; es una ambición muy alta y así debe ser. Buena parte de ellos quiere cantar ópera, pero hay quienes tienen otras aspiraciones.

Planes ambiciosos

Si bien el conservatorio todavía tiene algunas carencias, como mobiliario viejo, cortinas rotas y algunos instrumentos que necesitan mantenimiento, ya estamos tomando cartas en el asunto, aunque este año aún no tenemos un techo financiero autorizado, pero está por salir. Los recursos que nos lleguen se irán, fundamentalmente, a la parte académica, porque tenemos un calendario muy ambicioso.

Ricardo Miranda concluye: La vida musical de México no se explica sin el Conservatorio Nacional de Música. Recibimos unas mil solicitudes para entrar y aceptamos sólo la cuarta parte; por ejemplo, en canto, de 100 solicitudes admitimos 20, 18 en piano. Cada vez es más difícil entrar, pero a eso apostamos: al talento, a la excelencia.