l torero de Galapagar José Tomás llegó a la feria de Aguascalientes sobrado de torería a triunfar apoteósicamente. Para empezar, la reventa de boletos para la corrida alcanzó niveles que no se conocían. Boletos de mil a 10 mil pesos. Ambiente de corrida grande y la feria “pa’ arriba”. Partió plaza pálido y desencajado, y le cortó la oreja a su primer enemigo por una faena de su estilo. Poca cosa para el madrileño.
Su segundo toro, quinto de la tarde de la ganadería de Pepe Garfias, apareció en el coso y traía en la mirada sangre y buscaba más sangre que el torero despreció. Embistió el burel al capote con la mirada extraviada y asesina, y el torero lo quebró y le dio salida. Un torito que guardaba sus fieras intenciones, de los que dan coba, le sobraba al toro raza y poderío, y a José Tomás, valor y recursos. Los aficionados sudaban frío al comprobar que el toro venía por el torero.
José Tomás, relajado, muy relajado, lo toreó en una serie de ayudados por abajo y al tratar de rematarlos con un cambio de mano, el toro lo sintió y con un pequeño giro de cabeza lo prendió, y fue el garfeño
el que remató la tanda de ayudados. No contento el astado, en el regreso de los aires del torero rumbo al redondel lo vuelve a acertar y le da otra cornada en la ingle, amante de los toros guerreros.
Las asistencias lo levantan de la arena y en el mismo redondel intentan detener la hemorragia. La plaza se queda paralizada. Todos sabían en la monumental que el toro le había mandado al otro mundo. Dependía de los médicos en plaza el evitarlo.
Por no herir el aire, el toro se había quedado quieto contemplando su hazaña. El aire quería saber sin averiguarlo el secreto de las fuerzas irracionales de la naturaleza, simbolizadas en los pitones del toro de don Pepe Garfias que demostró no saber de las embestidas borregunas y cancinas que acostumbran los torillos actualmente.
El toro olía la sangre del torero en sus pitones. Tenía los ojos relucientes como el infierno imaginado. En la ganadería era el terror de los astados. Cuando la bruja gitana tocaba canciones de muerte, el de Garfias acariciaba con sus filosos pitones a las vaquillas. El rictus de dolor del torero, muy lastimado por los toros, era el duro grito de las cornadas que encarnaban nostalgias del toreo que desapareció. Una vez más José Tomás pagó la factura, seguramente la más cara de su vida, por quedarse quieto, citar con el cuerpo y darle salida con leve giro de la palma de la mano. ¡Ese, el toreo de las figuras de época! Que por lo pronto lucha con la muerte en una sala de terapia intensiva.