ste mes de abril se han registrado algunos acontecimientos notables en el campo nuclear. En mayo las discusiones internacionales sobre el tema habrán de continuar en otros foros y con otro enfoque. Durante las semanas recientes Estados Unidos y Rusia suscribieron un nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START, por sus siglas en inglés). Wa-shington hizo pública su nueva postura en materia de armas nucleares y el presidente Barack Obama encabezó una cumbre para tratar el tema de la seguridad de los materiales nucleares.
Al presidente estadunidense le gusta Praga y le gusta en la primavera. A principios de mes firmó en la capital checa un nuevo acuerdo con Rusia para reducir las armas nucleares estratégicas de ambas naciones. Hacía exactamente un año que en esa misma ciudad había pronunciado un discurso sobre la problemática nuclear, reconociendo la necesidad de seguir reduciendo los arsenales de las dos principales potencias nucleares (cosa que ha conseguido a medias con el nuevo START) y proclamando su visión de un mundo libre de esas armas de destrucción en masa.
Ese discurso alborotó y entusiasmó a muchas organizaciones no gubernamentales dedicadas al desarme en general y la abolición de las armas nucleares en particular. Pero el discurso también alborotó y disgustó a no pocos militares estadunidenses y a los laboratorios que surgieron en 1945 para diseñar mejores artefactos nucleares y han recibido un generoso subsidio federal desde entonces. Estos últimos se apresuraron a movilizar a sus congresistas predilectos para frenar al presidente Obama.
¿Cómo frenar al presidente de Estados Unidos en materia nuclear? La pregunta podría parecer ociosa, ya que algunos proponentes del desarme nuclear lo consideran un tanto titubeante (bueno para plantear, pero no cumple). Pero no lo es para los grupos conservadores en su país. Éstos no comparten los intentos de Obama por pactar con Rusia una reducción de sus aún cuantiosas armas nucleares y por haber tratado de matizar la actitud tradicional de Washington hacia su propio arsenal.
En efecto, en este mes de abril el presidente Obama dio a conocer la nueva política de Estados Unidos hacia las armas atómicas. Contenida en la llamada nuclear posture review (NPR) –revisión de la postura nuclear–, esa política contiene ciertos cambios. La cuestión fundamental es cuándo y contra quién está dispuesto Washington a emplear armas nucleares.
La NPR mantiene la posición de que Estados Unidos lo hará contra otro Estado que las tenga y se reserva el derecho de atacar primero. Los otros estados poseedores de armas nucleares son hoy Rusia, China, India, Pakistán, Francia, Reino Unido e Israel. Es obvio que esa política de primer ataque
no se refiere a los últimos tres de esa lista.
Luego están los más de 180 estados que no tienen armas nucleares. Aquí la NPR matiza la posición tradicional de Estados Unidos. Hace décadas Washington aceptó a regañadientes conceder lo que se llaman garantías negativas de seguridad a los países que integran el Tratado de Tlatelolco. Estados Unidos se comprometió en un instrumento jurídico internacional a no utilizar armas nucleares (ni amenazar con hacerlo) contra los estados de la región. También lo ha hecho con los integrantes de algunos de los otros tratados que establecen zonas libres de armas nucleares. El caso de África es un ejemplo, pero hay regiones que aún esperan el compromiso de Washington.
La NPR anuncia lo que podría parecer una nueva actitud de Estados Unidos hacia los países que no tienen armas nucleares. Ahora se ha comprometido a dar garantías negativas de seguridad a todos esos estados siempre y cuando hayan suscrito el Tratado de No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP). Se trata de más de 180 naciones. A primera vista parece un paso positivo. Pero la NPR agrega que sólo se aplica a aquellos países que cumplan con sus obligaciones derivadas del TNP. Ahí está el detalle. Según la NPR, hay dos excepciones a esa política: Irán y Corea del Norte. Pero podría haber otras. La idea de que Wa-shington se reserva el derecho de lanzar un ataque nuclear contra Teherán o Pyongyang es una monstruosidad.
Curiosamente, esos dos estados no fueron invitados a la cumbre del 13 de este mes convocada por Obama sobre seguridad nuclear. En efecto, Irán fue el gran ausente, pero fue tema de buena parte de las pláticas. Por cierto, el primer ministro israelí no asistió porque temía que algunos de los participantes plantearan el caso de su arsenal nuclear.
Esa cumbre sirvió para subrayar el interés de Obama por asegurar que los materiales nucleares, en particular el plutonio y el uranio enriquecido, no caigan en manos de los llamados actores no estatales (léase terroristas). Es una preocupación legítima, aunque a veces se ha exagerado su peligro. A menudo se presenta como un tema nuevo –resultado del colapso de la Unión Soviética y sus carencias en materia de seguridad nuclear–, pero se trata de un problema que se ha venido arrastrando desde el inicio de la era atómica. Siempre ha existido la posibilidad de construir un artefacto nuclear en secreto y en privado. Más aún, se puede fabricar una bomba sucia
para soltar una nube radiactiva que causaría estragos difíciles de imaginar.
De ahí la insistencia en proteger los materiales fisionables (plutonio y uranio enriquecido). De ahí también los gestos de Canadá, Chile y México, entre otros, de entregar dicho material a Estados Unidos. Son gestos simbólicos.
Obama tiene un don poco común entre políticos. Es capaz de contestar una pregunta y dar la impresión de que está de acuerdo con su interlocutor. Luego matiza, se explica y se explaya para decir algo distinto, pero logra convencer a la otra persona de que están de acuerdo. Es un método de dialogar muy eficaz. Lo empleó a fondo para convencer a sus partidarios de las bondades de la reforma al sistema de salud que consiguió hace poco, y ahora lo utiliza para hacer creer que vamos hacia un mundo libre de armas nucleares.