Zacatepec, la bravura con clase
ientras muchos suponen que hoy la oferta de espectáculo taurino se reduce a la temporada grande de la Plaza México y a feriecitas municipales, según esto porque es lo que hay
, como diría el inolvidable pero desdeñoso de sus fans Enrique Ponce, y como se empeñan en hacernos creer transitorios dueños de la fiesta, felizmente existen ganaderos mexicanos que desmienten tanta mediocridad, no por generalizada menos promovida intencionalmente.
Hace unos días en la hermosa plaza Jorge El Ranchero Aguilar, de la ciudad de Tlaxcala, se celebró una novillada extraordinaria en todos sentidos, pero que apenas si tuvo difusión en los medios no obstante su relevancia. Frente a un bien presentado encierro del legendario hierro de Zacatepec alternaron cuatro alumnos de la Escuela Taurina de Apizaco, dirigida por el experimentado subalterno Jesús Villanueva, con el apoyo del Instituto Tlaxcalteca de Desarrollo Taurino, a cargo del ganadero Javier Yturbe.
Con una arraigada ideología ganadera sustentada en la convicción de que el toro primero tiene que ser bravo y luego manifestar el resto de sus cualidades, y no a la inversa, los hermanos Bernardo, Juan Pablo, Alejandro y Mariano Muñoz Reynaud, conservando las líneas básicas que tanto prestigio dieron a la vacada de sus ancestros, lejos de mezclar sangres de moda, nacionales o importadas, han conservado, tras varias generaciones y casi un siglo de trabajo, sus encastes fundacionales con vacas de Piedras Negras, Zotoluca y Carmen de Federico, y sementales de La Laguna, De Haro, Mariano Ramírez y Rancho Seco y, más recientemente, de Fermín Bohórquez, con magníficos resultados y como prueba fehaciente de que el descastamiento no ha logrado permear el campo bravo mexicano.
En la reciente novillada en la plaza Jorge El Ranchero Aguilar, organizada por los propios alumnos de la escuela asesorados por el citado instituto, el pintoresco coso registró más de media entrada, habida cuenta de que se trató de cuatro prospectos de la región, Armando Guevara, Alfonso Vázquez, Gerardo Sánchez y Gerardo Martínez, tan desconocidos como lo fueron en sus inicios Gaona, Armillita, Silverio o Arruza, pues la fiesta de toros lo es también de promesas, de sensibilidad y de sorpresas.
Con idea, afición y entrega, los muchachos se ganaron a ley una oreja por coleta, habida cuenta de que mataron al primer viaje y dejaron pruebas de su potencial dentro de una lejana pero factible fiesta alternativa, sustentada en la bravura y en los estímulos oportunos, así como en una planeada regionalización del espectáculo, ya no a merced de centralismos ineficaces.
Fueron cuatro ejemplares que a su presencia y bravura añadieron toreabilidad y motor, siendo realmente excepcionales primero y tercero, con clase, son, alegría y repetitividad. “Redujimos el número de vacas –comentó Bernardo Muñoz, quien con el novillero Gerardo Sánchez dio vuelta tras la muerte del tercero– y en las tientas hemos sido más rigurosos, al grado de que las buenas se mueren y sólo las superiores se quedan. Recientemente de 50 vacas tentadas nos quedamos con 12, pero de excelencia. Creo que hemos logrado una evolución dentro de una tradición de líneas. En el callejón, tres empresarios nos pidieron novilladas. Fue de esas tardes en que se alinean los astros y todo mundo sale emocionadamente satisfecho”, concluyó el ganadero.